lunes, 25 de marzo de 2013

LA LEYENDA DE MIGUELON 1872



Ernesto Sandoval habitaba con su familia en la casa de mayor apariencia en el paraje de la La Jagua . Eran un caserón de madera dotado de galería con balaustres de caoba . Detrás se extendía el corral en que pastaban con balaustres  de caoba . Detrás se extendía el corral en que pastaban, juntamente con otros animales domésticos , varias vacas lecheras, un burro de carga y el indispensable caballo de paso fino. Elvira , su mujer era incansable en los quehaceres hogareños. La pareja  gozaba de la adhesión afectuosa de todo el caserío.

Eran padrinos de cuantos niños nacían en los alrededores. El matrimonio , pero sobre todo doña Elvira, era el paño de lágrimas de las familias mas necesitadas . La pareja estaba siempre presta a acudirá en socorro de los compadres en apuros y a acompañar los en las horas de aflicción . el matrimonio carecía de hijos, pero hacia las veces de tal un mocetón fornido , de anchas espaldas , de nariz respingo na y de cabellos cortos y oscuros. Miguelon , apodo que se le había dado desde que fue traído  por sus padres y entregado a los dueños de la casa, conservaba a los veinte años un aspecto infantil y un aire de inocencia . Su madrina solía  decir que el monte no había salido de su cabeza. La única travesura de que se le podía acusar era la que escenifico cuando fue sorprendido un día por don Ernesto jugando a las escondidas, entre las malezas próxima a la casa con Dora, una mulata de muchas carnes y de ojos adormilados que ayudaba a doña Elvira en los oficios caseros y le  hacia compañía en las ocasiones, cada vez mas frecuentes, en que don Ernesto se dirigía a Haiti en gestiones relacionadas con la compra y venta de mercancías entre las poblaciones fronterizas de los dos países.

La fama de Miguelon  como persona sin malicia hasta pasar muchas veces  como idiota, era cosa corriente en toda la comarca. Su carácter servicial y la sonrisa que jamas se desprendía de sus labios le habían hecho acreedor al cariño de cuantos visitaban la casa en busca de algo, principal mente de lecha para los ahijados de doña Elvira y de agua del pozo construido en las cercanías de la pequeña hacienda.

Un día del  mes de diciembre de 1872 , cuando se hallaba en su mayor auge la guerra encabezada por Cabral contra el gobierno de Buenaventura Baez, entro a la Jagua de improviso una guerrilla compuesta por un oficial y varias docenas de reclutas. El acontecimiento causo en aquel pueblo, hasta entonces dormido en una paz idílica , la conmoción que era de esperarse. Toda la población , dispersa en el valle lleno de sol y de paja ros cantores, recibió con jubilo a los recién llegados. Mujeres y niños, en ausencia de los hombres reclutados casi en su totalidad por la guerra civil, celebraron el arribo de la guerrilla como un día de fiestas . Miguelon, hasta entonces distraido , ausente para las cosas que no pertenecían  a su pequeño mundo de trabajador infatigable , participo en mayor grado  que nadie  de aquella euforia. El oficial que comandaba el pelotón fue a la casa de don Ernesto para ofrecerle sus saludos como  a la persona mas importante del poblado. Era un joven apuesto que llevaba  un sable terciado sobre el hombro y lucia en el uniforme y en el sombrero la divisa azul escogía por los adversarios del bando rojo.

Miguelon se sintió atraído sobre todo por las insignias del oficial  y por su  vestimenta abigarrada. El sable y el revolver brillaban con extraños reflejos ante sus ojos deslumbrados. El comandante de la guerrilla advirtió la fascinacion que su atuendo militar ejercía sobre los sentidos de Miguelon . La contextura del mozo le hizo pensar en la conveniencia de incorporarlo a su tropa y de convertirlos mas adelante en uno de sus lugar-tenientes.

Cuando la tropa se alejo del lugar , en medio de la tristeza de todos los vecinos, para quienes desaparecía con los visitantes algo como un espectáculo al propio tiempo hermoso y divertido, Miguelon también se fue detrás de sus huellas.

Incapaz de despedirse de doña Elvira , consciente de que no le permitiría abandondar la casa en que había echado el corpachón que ahora servía de pretexto a sus conquista dores para arrastrarlo a la guerra, opto por abandonar a sus padres de crianza si decirles adiós y si pedirles la bendición que recibía de ellos cada mañana.

Pasaron los meses  y el torbellino de la lucha civil se fue haciendo cada vez mas violento. Los choques se sucedían con mayor frecuencia en todas las fronteras y desde Banica y Comendador en el Sur hasta Monte Cristy y Dajabon en el Norte, todo el territorio nacional ardía entre las llamaradas de las descargas fratricidas. Miguelon prospero como guerrillero y pronto se hicieron notorios en el bando azul su amor a los tiros y su serenidad ante el peligro . En vez de su anterior aire de mansedumbre y de estolidez, Le envolvía ahora una aura de valor legendario y de osadía arrebatada.

Los elogios que se le hacían en la mayoría de los campamentos revolucionarios despertaron la curiosidad de Cabral. En uno de sus viajes de inspección a las fuerzas azules que operaban en Barahona le hizo traer a su presencia. El mocetón de cuerpo atlético y de carácter jovial le produjo una impresión favorable.

-Asciendan lo a primer teniente y enviarlo  a Rincón como jefe de puesto, ordeno a su ayudante, y así sabremos  sin tiene capacidad para obrar por iniciativa propia y si posee o no verdadera mente aptitudes para el mando.

Toda la población de Rincón recibió con entusiasmo su llegada . La buena fama que le precedía le granjeo todas las voluntades . El nuevo primer teniente dio al principio muestras de comedimento en el ejercicio de sus funciones . Todos sus sentidos se concentraban entonces en la fascinacion que provocaba en el uniforme. Cuando abandonaba el lecho, todas las mañanas, pasaba largo rato contemplando esa prenda de vestir. Descolgaba el pantalón de la percha para tenderlo cuidados amente sobre la cama, Una y otra vez pasaba sobre el la mano como quien acaricia fascinado las morbideces de una mujer sobremanera deseada. Esta misma operación la repetía después  con su revolver de cachas blancas. Como quien saca una joya de su estuche  para admirarla lo extraía de la canana y lo colocaba sobre una silla. De pie y con los brazos cruzados lo contemplaba embebido con una larga mirada que no salia de sus ojos sino de los pliegues mas intimos de su corazón . Cada día repetía dos veces la misma escena, primero a levantarse y después al recogerse en su catre . Pero al cabo de varios meses se acostumbro tanto a su uniforme que llego a creer que había nacido con el, llevándolo consigo desde la cuna como la piel , como el cabello o como las uñas de los dedos.

-Quien te hubiera dicho Miguelon ,se decía a si mismo, que ibas a llegar tan lejos.

Evocaba en esas ocasiones los viejos tiempos de su niñez y los duros oficios que desempeñaba en la casa de sus padres de crianza. Desde que apuntaba el alba hasta el anochecer, su actividad se reducía a sacar  agua del pozo casero para dar de beber a las bestias, a asistir al ordeñador de las vacas que pastaban en el corral vecino y a ayudar a Doña Elvira en sus labores domesticas.  Su única diversión consistía en los besos furtivos y los apretones con que oprimía el apetitoso cuerpo de Dora, cuando ambos estaban seguros de que nadie podría ser testigo de esas expansiones inofensivas . Pero las cosas cambiaron con el correr de los días. El uniforme acabo por dislocar lo. Una sensacional desconocida se apodero de su espíritu y empezó a tomar en serio, como lo hacían los demás jefes lugareños , su misión como autoridad encargada de velar por el orden y servir como protector de la ciudadania. Se rodeo de servidores incondicionales. La adulación mino su fortaleza moral y se dejo seducir por los halagos de un grupo de vividores.

-EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, SE DECÍA A SI MISMO, MANDA EN LA CAPITAL, PERO AQUÍ  SOY YO LA ÚNICA BATUTA.

La codicia , juntamente con la vanidad, lo convirtieron poco a poco en un déspota. Un día  quiso hacerse dueño del mejor caballo de paso fino  que tenia  en su hacienda don Meando, y se dejo guiar por uno de sus aulicos,  quien le indujo  a acusar al propietario del animal codiciado de urdir una conspiracion para deponer como jefe de la revuelta a Cabral. Un mensaje naturalmente apócrifo, fue interceptado como cuerpo del delito, La víctima del plan cedió por supuesto, el corcel en que cifraba el orgullo de su hacienda para evitar las vejaciones del encierro a que se hallaba expuesto.

- Yo soy, se decía Miguelon , quien cuida de sus bienes y quien vela por su seguridad personal, y algún precio deben tener esos servicios.

La lascivia no tardo tampoco en aparecer en su record de perdonador de vidas y de bienes. Cuando fijaba sus ojos en alguna joven agraciada de la localidad, la requería públicamente de amores. Si era desdeñado se sentía en lo mas intimo ofendido . Su táctica , la cual raras veces fallaba, estribaba en confiar la conquista a alguno de los que le hacían la corte a su uniforme , y el encargado de esa misión se acercaba a la pretendida para deslumbrarla con la oferta de las ventajas que le traería su aceptacion a los reclamos del jefe . Si ese celestinaje resultaba infructuoso, se apelaba entonces a la violencia.  El padre  o uno de sus parientes mas cercanos de la joven era reducido a prisión  con un pretexto cualquiera. El precio de su libertad tenia que ser, desde luego, la capitulación de la doncella y su entrega incondicional al galán uniformado.


El propio don Ernesto Sandoval, mas cauto en sus juicios y mas ducho en el conocimiento del corazón humano y en el poder del uniforme y del revolver sobre el hombre de nuestros campos, compartia la opinion  de su consorte . Doña Elvira aprovecho una de las treguas que se registraban en los vaivenes de la guerra civil para visitar  en Rincón a su hijo de crianza. Pocos días después regreso  a su hogar avergonzada.


-Como es posible, manifestaba a su esposo, cuantas veces le refería lo que había visto con sus propios ojos, que una persona cambie hasta ese punto y que de una humilde oveja se transforme  en un perro rabioso?

Don Ernesto se pasaba las manos por sus abundantes bigotes y frunciendo el ceño respondía invariablemente:

-Son pocos los dominicanos que resisten el peso de un uniforme . Lo que ha ocurrido a Miguelon también le ocurre a la mayoría de los que ejercen en nuestro país el mando. Calcule se la extensión que puede alcanzar esa falla de nuestra sociología en seres sin cultura  a quienes la ropa militar convierte en nuestros pueblos mas apartados en señores de horca y cuchillo . No olvides , Elvira , esta verdad de nuestro refranero popular:

                     SI QUIERES SABER QUIEN ES MUNDITO, DALE UN MANDITO.

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