La 'cultura de la [República Dominicana]] en cuanto a su pueblo y costumbres se nutre de la mezcla de raíces [españolas], [africanas] y tainas. La República Dominicana fue la primera colonia [España|española] en el [Nuevo Mundo]. Ciertas enfermedades traídas por los colonizadores españoles que eran desconocidas para los habitantes nativos prácticamente eliminaron a la mayoría de los indígenas Taino de la isla; por lo que los colonizadores comenzaron a importar cantidades muy grandes de esclavos africanos para reemplazar a los nativos. Luego de la liberación haitiana de toda la isla, la esclavitud fue abolida y negros libres (y aquellos con mezcla de razas) se diseminaron por todas las islas.
Sin embargo, existen diferencias de clase y educación que separan los diversos grupos. La élite privilegiada con alto poder adquisitivo son principalmente descendientes de españoles, (otros incluyen italianos y franceses) y en menor proporción, descendientes de africanos, mientras que la mayoría de la clase baja son mulatos principalmente de ascendencia africana. La cultura metropolitana disponible a la clase alta y la clase media alicaída (a causa de recientes turbulencias económicas) es comparable con la vida comparable a la de los habitantes de las ciudades desarrolladas de Europa y los Estados Unidos.
Según el escritor Basilio Belliard, el momento más espléndido de la poesía dominicana del siglo XIX es el que conforman Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne, tres pilares donde descansa la modernidad de nuestra poesía de la época en sus vertientes patriótica, indigenista y psicológica. Pero no es sino en el siglo XX cuando nuestra poesía alcanza la categoría de moderna, con el surgimiento de las vanguardias.
La poesía es el género más cultivado desde Manuel María Valencia, el primer poeta romántico, pasando por Fabio Fiallo y otros que asimilan las influencias de las corrientes literarias europeas, hasta la irrupción incipiente del Modernismo en tres figuras importantes como Valentín Giró, Ricardo Pérez Alfonseca y Osvaldo Bazil, cuyas influencias de Darío languidecen con la aparición del postumismo, hacia 1921. Tal es el caso de Otilio Vigil Díaz, quien introdujo de las vanguardias en las letras dominicanas y fue gran renovador de la lírica nacional, influido por el simbolismo francés. Así, funda el primer movimiento poético de carácter unipersonal, al que se le sumó Zacarías Espinal y al que denominó "vedrinismo", llamado así porque en sus versos intentaba hacer las piruetas que hacía en el aire un aviador francés de nombre Jules Vedrines.
Vigil Díaz introduce la modernidad al crear el verso libre y el poema en prosa con sus libros Góndolas (1912) y Galeras de Pafos (1921). Después de él, la poesía dominicana vive otro gran momento representado por Domingo Moreno Jimenes, al fundar, junto al filósofo Andrés Avelino y al poeta Rafael Augusto Zorrilla, el postumismo, en 1921. Redactan un manifiesto en el que niegan las vanguardias y favorecen una poesía de carácter nacionalista que rescate el color local, el paisaje y la identidad del hombre dominicano. Con el postumismo la tradición poética dominicana se renueva y sacude para incubar nuevas voces que la fortalecen.
A este movimiento le sigue la Poesía Sorprendida, el grupo más pujante y de una gran apertura estética, conformado por grandes poetas como Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón,Antonio Fernández Spencer, Aída Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce, entre otros. Este conjunto de poetas tenía como lema la “poesía con el hombre universal”, contrario al postumismo.
Después le sigue la generación de los Independientes del 40, integrada por Manuel del Cabral, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro Mir y Tomás Hernández Franco, los cuales publicaron poemas emblemáticos como Compadre Mon, Hay un país en el mundo, Poema de una sola angustia y Yelidá.
De los sorprendidos se desprende otro grupo de poetas antitrujillistas llamados la Generación del 48, conformada, entre otros, por Víctor Villegas, Máximo Avilés Blonda, Lupo Hernández Rueda, Luis Alfredo Torres, Rafael Valera Benítez y Abelardo Vicioso.
En los años sesenta, a partir de la caída del régimen de Trujillo, surgen los escritores de la Generación del Sesenta con Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, René del Risco, Jeannette Miller y Miguel Alfonseca.
En la misma década, y como consecuencia de la Guerra de abril del 65, surge el movimiento llamado Poetas de Postguerra (o Joven Poesía), con Mateo Morrison, Andrés L. Mateo, Enriquillo Sánchez, Tony Raful, Alexis Gómez Rosa, Enrique Eusebio y Soledad Álvarez, entre otros.
En los años ochenta aparece un movimiento poético en diversas tendencias haciendo tambalear el establishment literario del momento(el desencanto de post-guerra) sentando las bases para una ruptura(que no se produjo en lo inmediato) con aquella generación. El movimiento se dio en las direcciones siguientes: formación de grupos,(entonces sólo existía el Taller Literario César Vallejo), nuevas tendencias estéticas y de género.
A saber, se surgen de ese período Los poetas de "Y Punto." (integrado básicamente por publicistas, pintores y poetas) y El Círculo Francisco Urondo (un desprendimiento del ya citado César Vallejo con sede en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD), integrado por Leén Félix Batista, Atilano Pimentel, Víctor Manuel Bidó, José Alejandro Pena y Leopoldo Minaya, además de Juan de la Cruz, Nicolás Guevara y Miriam Ventura. Se producen las discusiones y los constrastes de lugar entre unos poetas y otros, nace el Círculo de Mujeres Poetas de la República Dominicana, conformado por Chiqui Vicioso, Carmen Imbert Brugal, Carmen Sánchez, Dulce Ureña y Miriam Ventura.
Variadas eran las tendencias, así como voces independientes de gran calidad, como Sally Rodríguez, y Marta Rivera, se auñan las tendencias y a todo el espectrum literario con sus distancias y diferencias, llegando a identificarse la poesía femenina, la Poesía de la Crisis y la llamada poesía del Pensar, arrojando fructiferas reflexión sobre otros temas: no ya lo social,ya no la pos-guerra sino lo filosófico, la muerte y lo eróticolo transgender. Así las voces de Miguel de Mena, en poetas de la crisis, José Mármol y Plinio Chain en lo filosófico, la mayoría de la poesía de las mujeres del Círculo de Mujeres poeta en lo erótico y lo transgender en poetas tanto de este grupo como voces independientes como Rita Hernández.
La migración jugó un papel importante, porque muchos poetas se dispersaron y establecieron en Puerto Rico, Alemania, Estados Unidos, debilitándose algunos espacios y cerrándose definitivamente otros. Así el Fco Urondo se desintegra al emigrar tres de sus voces más importantes: León Félix Batista, José Alejandro Pena y Miriam Ventura.
En la retaguardia surge otro grupo de poetas importantes como Ángela Pena, Aurora Arias, Irene Santos y Marianela Medrano, quienes conformaron el segundo Círculo de Mujeres poetas de la República Dominicana. De este segundo grupo, dos de sus figuras más importantes emigraron estableciéndose en Estados Unidos: Marianela Medrano e Irene Santos. Del grupo de Posguerra también hubo bajas con la emigración del poeta más joven de esta generación, Alexis Gómez Rosas.
Partiendo del hecho migratorio, la generación de los ochenta no puede ser analizada sin las voces que emigraron. Tampoco pueden ser consideradas voces de los ochenta poetas como José Acosta, quien reside en Estados Unidos y cuya voz era casi inexistente en los ochenta. Es como Frank Martínez y Leopoldo Minaya (último que se integra al Paco Urondo a finales de los ochenta) voces de los noventa, como también lo es Medar Serrata y César Sánchez Beras
Cabe destacar poetas de transición de finales de los años setenta y principios de los ochenta, como José Enrique García, autor del libro El fabulador y Cayo Claudio Espinal creador del Movimiento Contexualista y autor de los libros Utopía de los vínculos, Banquetes de aflicción, Comedio (entre gravedad y risa), Las políticas culturales en la República Dominicana, La mampara y Clave de estambre La novela
La primera novela escrita por un dominicano fue El montero (1856, publicada en París), de Pedro Francisco Bonó.[cita requerida] Luego le siguió La fantasma de Higuey (1857, publicada en La Habana) de Francisco Angulo Guridi, aunque algunos historiadores de la literatura dicen que la primera novela dominicana es Los amores de los indios (1843, publicada en La Habana) de Angulo Guridi.[cita requerida] La novela dominicana no ha tenido la pujanza que han tenido otros géneros como la poesía, el ensayo y el cuento, a pesar del Enriquillo (1879) de Manuel de Jesús Galván, que es la gran novela indigenista del Nuevo Mundo.[cita requerida]
Se ha clasificado la novelística dominicana en tres grandes períodos que corresponden a las novelas escritas antes de 1930, las escritas de 1930 a 1960, y las escritas después de 1960, relacionándose dicha clasificación a los aconteceres históricos de la nación en vez de a movimientos literarios firmes.[4]
La novela es un género tardío en la República Dominicana. Surge bajo la influencia del romanticismo francés de Víctor Hugo.[cita requerida] Como se ve, la historia de la literatura dominicana es la historia de la poesía o, más bien, de generaciones poéticas. Un gran hito de la novelística dominicana lo constituye la novela Sólo cenizas hallarás (bolero) de Pedro Vergés, con la que obtuvo los premios Blasco Ibáñez y el de la crítica en España en 1980.[cita requerida]
La novela dominicana acusa tres momentos importantes de acuerdo a su tipología y temática: la “novela de la caña”, representada por Cañas y bueyes de Moscoso Puello, Over de Marrero Aristy y Jenjibre de Pérez Alfonseca.[cita requerida]
Luego la “novela bíblica” de Carlos Esteban Deive, Veloz Maggiolo y Ramón Emilio Reyes y la “novela propagandística” como Los enemigos de la tierra de Requena, Trementina, clerén y bongó y “novelas costumbristas” como La cacica de Rafael Damirón, Baní o Engracia y Antoñica de F. Gregorio Billini, La mañosa de Juan Bosch y la triología de García Godoy, compuesta por Rufinito, Guanuma y Alma dominicana .[cita requerida]
Dentro de los novelistas más consagrados y de mayor proyección internacional en el momento actual se encuentra Marcio Veloz Maggiolo, autor de una decena de novelas, versátil escritor, pues ha cultivado el cuento, el ensayo histórico-arqueológico, el teatro y la novela. Junto a Aída Cartagena Portalatín funda la novela experimental, el primero con Los ángeles de hueso (1967) y la segunda con Escalera para Electra (1970).[cita requerida] No obstante esa realidad, muchos críticos literarios afirman que la gran novela dominicana aún no se ha escrito,[cita requerida] a pesar de la existencia de novelas como La sangre de Tulio Manuel Cestero, Over de Ramón Marrero Aristy, La mañosa de Bosch, Biografía difusa de Sombra Castañeda de Veloz Maggiolo o La balada de Alfonsina Bairán de Andrés L. Mateo.
En los años ochenta se destacan René Rodríguez Soriano, Ángela Hernández, Rafael García Romero, Pedro Camilo, Avelino Stanley, Ramón Tejada Holguín, César Zapata, Manuel García Cartagena y en los años noventa, Pedro Antonio Valdez, Pastor de Moya, José Carvajal, José Acosta, Luis Martín Gómez, entre otros.[cita requerida] Stanley tiene una vasta obra novelística y cuentística, entre las que se destacan “Catedral de la libido”, “Tiempo muerto” y “Los Disparos”, entre otros. Santos es el autor de novelas como “Memorias de un Hombre Solo”, “Diabólica pasión” y “El segundo resucitado”. Ángela Hernández, también reconocida poeta, cuentista y ensayista, es autora de las novelas “Mudanza de los sentido” y “Charamicos”.[cita requerida] Entre una nueva generación de novelistas de origen dominicano que residen en el exterior se encuentra el periodista Víctor Manuel Ramos, autor de "La vida pasajera," novela ganadora en el año 2010 del certamen literario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Estados Unidos y que trata de una temática dominicana a pesar de escribirse en Nueva York.[5]
El cuento
El cuento es un género que ha tenido mejor suerte que la novela, pues tenemos el privilegio de contar con un maestro del género en Hispanoamérica como lo fue Juan Bosch, quien escribió tres significativas colecciones de cuentos tituladas Cuentos escritos antes del exilio, Cuentos escritos en el exilio y Más cuentos escritos en el exilio. El cuento moderno se inicia en la segunda fase del siglo XIX, es decir, tardíamente, a juzgar por otros países. El primer cuento breve que se conoce es El garito (1854) de Ángulo Guridi.Las primeras leyendas y relatos de tradición oral que llegan a la isla provienen de los conquistadores, a través de sus intelectuales y religiosos que las esparcen por todo el territorio nacional. En el siglo XIX las primeras narraciones son de corte costumbristas, y la principal figura de esta tendencia es César Nicolás Penson, autor de Cosas añejas.
Ya en el siglo XX tenemos la figura de Fabio Fiallo, quien escribe cuentos modernistas influidos por su amigo Rubén Darío con Cuentos frágiles (1908), así como Tulio Manuel Cestero y Virginia Elena Ortea.
Otros importantes exponentes del género son José Ramón López, René del Risco, Virgilio Díaz Grullón, Hilma Contreras, Sanz Lajara, José Rijo, Diógenes Valdez, Pedro Peix, entre otros. Desde la temática costumbrista y socio-realista de Bosch, Sócrates Nolasco, Néstor Caro y Marrero Aristy.
Durante del régimen de Trujillo, surgen los escritores de la Generación del Sesenta con Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, René del Risco, Jeannette Miller y Miguel Alfonseca.
En la misma década, y como consecuencia de la Guerra de abril del 65, surge el movimiento llamado Poetas de Postguerra (o Joven Poesía), con Mateo Morrison, Andrés L. Mateo, Enriquillo Sánchez, Tony Raful, Alexis Gómez Rosa, Enrique Eusebio y Soledad Álvarez, entre otros.
En los años ochenta aparece un movimiento poético que funda una ruptura con aquella generación al desentenderse de lo ideológico y de la circunstancia histórica, creando una poesía del pensamiento y la reflexión sobre otros temas: no ya lo social, sino lo filosófico, la muerte y lo erótico. Entre esos poetas están Leandro Morales, José Mármol, Plinio Chahín, Dionisio de Jesús, Médar Serrata, Víctor Bidó, José Alejandro Peña, etc. Cabe destacar poetas de transición de finales de los años setenta y principios de los ochenta, como José Enrique García, autor del libro El fabulador y Cayo Claudio Espinal creador del Movimiento Contexualista y autor de los libros Utopía de los vínculos, Banquetes de aflicción, Comedio (entre gravedad y risa), Las políticas culturales en la República Dominicana, La mampara y Clave de estambre. También de transición, aparece en 1993 Preeminencia del tiempo, de Leopoldo Minaya, tal vez la obra poética fundamental de la última década del siglo XX, caracterizada por un sincretismo estético y estilístico que integra el canon clásico a las diversas escuelas de vanguardia, revelando una angustia existencial que remonta a las esencias mismas del espíritu humano.
[editar] El ensayo
Escrito en prosa sobre un tema específico sin pretensiones científicas ni conclusión definitiva. El término ensayo fue usado originalmente para designar aquellos escritos experimentales que oscilaban entre la ciencia y la literatura. Pero esa concepción ha ido cambiando paulatinamente, al extremo de que en la actualidad se le da categoría de ensayo a aquellos textos que mediante la exposición, la discusión y la evaluación de un tema detergí-nado pretende validar la tesis expuesta en el mismo. El iniciador del género fue el francés Miguel de Montaigne (1533-1592), quien en 1580 publicó una serie de escritos sobre sus confesiones personales titulado Essais (Ensayos). Posteriormente, en 1597, el inglés Francisco Bacon (1561-1626) dio a la publicidad su obra Ensayos, meditaciones religiosas, tópicos de persuasión y de discusión. Entre otros propulsores europeos del ensayo sobresalen: Joseph Addison (1672-1719), Gaddhold Lessing (1729-1781), Johann Goethe (1749-1832), Tomás Carlyle (1795-1881), Tomás Macaulay (1800-1859), Hipólito Taine (1828-1893), Paul Valéry (1871-1945), Thomas Mann (1875-1955) y Gyorgy Lukacs (1885-1971).En España, donde el ensayo toma verdadero cuerpo en el siglo XIX, han ganado fama como ensayistas Ángel Ganivet (1865-1898), Miguel de Unamuno (1864-1936), José Ortega y Gasset (1883-1955) y Amé-rico Castro (1885-1972). Hispanoamérica, por su parte, ha dado figuras de la talla de Juan Montalvo (1833-1889), José Martí (1853-1895), José Vasconcelos (1881-1959), Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), José Carlos Mariátegui (1895-1930), Octavio Paz (1914-1998) y Roberto Fernández Retamar (1930). En República Dominicana, como en casi todo el que resto de América Latina, el ensayo surge formalmente en la segunda mitad del siglo XIX y adquiere notoriedad en el XX. Su orientación ha sido tradicionalmente histórica, política, sociológica y literaria. Es difícil fijar el punto de partida del ensayo dominicano, pues antes de que dicho género alcanzara cierto nivel de madurez en el país, hubo un grupo considerable de escritores que expresaron sus inquietudes políticas, sociales y literarias a través de la prosa ensayística. Los ideales revolucionarios de los independentistas y los restauradores, así como el arribismo y el antinacionalismo de los intelectuales conservadores dominicanos de la segunda mitad del siglo XIX predominan en los escritos periodísticos de los más valiosos representantes de la primera oleada de ensayistas nacionales. Los artículos de Alejandro Angulo Guridi (1816-1884), particularmente los publicados en los semanarios El Orden, La Re-pública, La Reforma y El Progreso y reunidos posteriormente en su obra Temas políticos (1891), reflejan el nivel de desajuste político de la sociedad dominicana de su época. Aunque menos profundo que Guridi en el análisis de temas políticos, pero más hábil que muchos de sus coetáneos en la percepción de las costumbres y los males sociales locales, Ulises Francisco Espaillat (1823-1878) motivó a muchos de sus acólitos a cultivar la prosa periodística. Labrados con un estilo fluido y ameno, pero de ingrato recuerdo para el pueblo dominicano por su contenido alienante y pesimista, fueron los editoriales anexionistas del periódico La Razón firmados por Manuel de Jesús Galván (1834-1910) los cuales fueron complementados años después con su defensa a Pedro Santana divulgada en los semanarios Oasis y Eco de la Opinión. Otra figura importante en esa etapa embrionaria de la ensayística nacional fue Manuel de Jesús Peña y Reynoso (1834-1915), autor de ensayos sobre la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván y Fantasías indígenas, de José Joaquín Pérez. Pero el más notable ensayista literario dominicano del siglo XIX y de las dos primeras décadas del XX fue Federico García Godoy, quien inició su labor crítica en 1882 en el periódico El Porvenir extendiéndose hasta el momento de su muerte, ocurrida en 1924. Sus opiniones fueron difundidas en importantes revistas y periódicos nacionales y extranjeros y en sus obras Perfiles y relieves (1907), La hora que pasa (1910), Páginas efímeras (1912), El derrumbe, 1916 y Americanismo literario (1918). José Ramón López (1866-1922), aferrado originalmente a la propuesta gastronómica que asocia el triunfo de los pueblos al tipo de alimentación de sus habitantes, figura entre los primeros de un connotado número de intelectuales nacionales que como Américo Lugo (El Estado dominicano ante el derecho público, 1916 y El nacionalismo dominicano, 1923), Francisco Moscoso Puello (Cartas a Evelina, 1941), Manuel Arturo Peña Batlle (La isla de la Tortuga), Juan Isidro Jimenes Grullón (La República Dominicana,: una ficción, 1965), Joaquín Balaguer (La isla al revés, 1983) y Juan Bosch (El pentagonismo, sustituto del imperialismo, 1963 y David, biografía de un rey, 1968), se disputaron las diversas corrientes ideológicas de la ensayística isleña. De ellos, Peña Batlle, Moscoso Puello y Balaguer, supeditaron su producción a la corriente denominada pesimismo dominicano, la cual partía de la creencia conservadora de que la República Dominicana era incapaz de desarrollarse por sí misma. Otros, en cambio, como Juan Isidro Jimenes Grullón y Juan Bosch se apoyaron en el discurso sociológico e histórico para revisar muchos y rectificar muchos de los planteamientos de sus predecesores inmediatos.
Actualmente en los ensayistas dominicanos de temas históricos y sociológicos prima el interés por deslindar el concepto de nacionalidad, los conflictos raciales y la función social de los intelectuales locales. Los ensayos de Manuel Núñez (El ocaso de la nación dominicana, 1990), Andrés L. Mateo (Mito y cultura en la era de Trujillo, 1993), José Rafael Lantigua (La conjura del tiempo, 1994) y Federico Henríquez Gratereaux (Un ciclón en una botella, 1996) son ejemplos notables de dicha tendencia. Otros, como Miguel Guerrero (Los últimos días de la era de Trujillo, 1995, La ira del tirano, 1996 y Trujillo y los héroes de junio de 1996) y MuKien Adriana Sang (Ulises Heureaux: biografía de un dictador, 1987, Buenaventura Báez, el caudillo del Sur, 1991 y Una utopía inconclusa: Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, 1997) han encontrado en el pasado histórico la vía idónea para revisar muchos capítulos nebulosos de la historia nacional, especialmente los relacionados con el papel jugado por varios de los dictadores dominicanos.
Desde inicio del siglo XX, el ensayo literario comienza a ganar terreno. Surgen, entonces, las voces de Pedro Henríquez Ureña (Ensayos críticos, 1905, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, 1927, Literary Currents en Hispanic América, 1946), Max Henríquez Ureña (Breve historia del modernismo, 1964), Camila Henríquez Ureña (Apreciación literaria, 1964) y Antonio Fernández Spencer (Ensayos literarios, 1960) quienes asumen, por primera vez en la historia de las letras dominicanas, el análisis y la crítica literarias con objetividad científica. Exceptuando a Bruno Rosario Candelier (Lo culto y lo popular en la poesía dominicana, 1979, La imaginación insular, 1984 y La creación mitopoética, 1989), Diógenes Céspedes (Seis ensayos sobre poética latinoamericana, 1983, Estudios sobre literatura, política Lenguaje y poesía en Santo domingo en el siglo XX, 1985, Política de la teoría del lenguaje y la poesía en América Latina en el siglo XX, 1995), José Alcántara Almánzar (Estudios de poesía dominicana, 1979), Daisy Cocco De Filippis (Estudios semióticos de poesía dominicana, 1984) y Manuel Matos Moquete (El discurso teórico en literatura en América Hispánica, 1983 y En la espiral de los tiempos, 1998), la más reciente promoción de ensayistas literarios nacionales, entre ellos: Manuel Mora Serrano, Miguel Ángel Fornerín, José Enrique García, etc. han desarrollado una invaluable labor en la prensa nacional como articulistas, reseñadores de libros y cronistas literarios.
La historia
La historia, como género literario ha tenido grandes exponentes en nuestro país, desde los grandes fundadores de la historiografía dominicana como José Gabriel García, Manuel del Monte y Tejada y Bernardo Pichardo, hasta la hegemonía de los representantes de dos tendencias antagónicas desde el punto de vista ideológico, tal es el caso de Roberto Cassá y Frank Moya Pons.Importantes historiadores desde la era de Trujillo, además de éstos, son Emilio Cordero Michel, Jaime de Jesús Domínguez, Franklin Franco Pichardo, Juan Daniel Balcácer y Bernardo Vega.
El tema de Trujillo es el que despierta más interés y curiosidad, de ahí que Vega sea uno de los más leídos por su historia documental, así como aquellos historiadores que tratan los temas de la Iglesia Católica y la era de Trujillo.
Los temas de la independencia, las intervenciones estadounidenses, la etapa colonial y precolombina han sido abordados de manera acuciosa por nuestros historiadores con diferentes enfoques y métodos de análisis.
La Composición Social Dominicana del profesor Juan Bosch es un referente obligado como punto de partida sociológico para analizar la estructura social de la RD desde el punto de vista histórico, así como la Sociología Política Dominicana de Jimenes Grullón.
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