Después de 23 años en el exilio, Juan Bosch regresó a su país cuando Trujillo fue asesinado el 30 de mayo de 1961. Su presencia en la vida política nacional, como el candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, fue un nuevo cambio para los dominicanos. Su manera de hablar, directa y sencilla, sobre todo al dirigirse a las capas más bajas de la población, tanto rurales como urbanas, le permitió desarrollar una profunda influencia y simpatías populares. Inmediatamente fue acusado por la Iglesia y los conservadores de ser comunista, pero en las elecciones del 20 de diciembre de 1962, Bosch obtuvo un triunfo total sobre su principal opositor Viriato Fiallo de la Unión Cívica Nacional, lo que se conoce como las primeras elecciones libres en la historia del país.
El 27 de febrero de 1963, Bosch y Segundo Armando González Tamayo tomaron posesión como nuevo Presidente y Vicepresidente de la República Dominicana, en una ceremonia que contó con la participación de importantes líderes democráticos y personalidades, como Luis Muñoz Marín y José Figueres. Bosch hizo inmediatamente una profunda reestructuración del país. El 29 de abril, se promulgó una nueva constitución liberal. El nuevo documento concedía la libertad que los dominicanos nunca habían conocido. Entre otras cosas, declaró los derechos laborales, y mencionó los sindicatos, las mujeres embarazadas, las personas sin hogar, la familia, los derechos del niño y los jóvenes, los agricultores, y los hijos ilegítimos.
Sin embargo, Bosch se enfrentó a poderosos opositores. Se trasladó a romper latifundios, provocando la ira de los terratenientes. La Iglesia Católica Romana creyó que Bosch estaba tratando de secularizar el país. A los industriales no le gustaba los beneficios que la nueva Constitución le otorgaba la clase obrera. Los militares, que antes disfrutaban de la libertad de hacer lo que quisieran, sintieron que Bosch los sometía. Además, el gobierno de los Estados Unidos se mostró escéptico ante el menor indicio de la política de izquierda en el Caribe después de que Fidel Castro se declarara abiertamente comunista.
Bosch Ordenó la militarización de la frontera con Haití tras el cerco de la Embajada Dominicana en Puerto Príncipe por parte de policías haitianos que exigían la entrega de asilados políticos.
19 de abril de 1963 se descubrió en Haití una conjura militar contra François Duvalier, encabezada por el teniente François Benoit. En el acto fallido fue asesinado el sargento Paulin Montrouis, chofer de los hijos de Duvalier, el caporal Morille Mirville, el sargento Luc Azor, y un miembro del Voluntariado de la Seguridad Nacional (Tonton Macoute), Richemond Poteau. Sus hijos resultaron ilesos, Duvalier reaccionó violentamente. La policía haitiana fue en busca de Francois Benoit, principal sospechoso del atentado. Los Tonton Macoute entraron a su residencia, y al no encontrar a Benoit, asesinaron a su padre, Joseph Benoit, a su madre, a un visitante y a las tres empleadas domésticas.
Al sospechar los Tonton Macoute que Benoit estaba escondido en la embajada dominicana, rodean la casa del embajador dominicano exigiendo la entrega del militar, pero la abandonó cuando el presidente Juan Bosch amenazó con mandar a las fuerzas armadas contra ellos.
En una alocución por radio y televisión, el presidente Bosch afirmo "El pueblo dominicano sabe ya que al embajada y la cancillería de nuestro país han sido violadas por la policía haitiana, esa acción es una bofetada en la cara de la República Dominicana, una afrenta que nosotros no estamos dispuestos a pasar por alto. Hemos sufrido con gran paciencia los ultrajos del gobierno haitiano, pero esos ultrajos tienen que terminar ya de manera terminante. Si no terminan en un plazo de 24 horas, le pondremos punto final con los medios que se hallan en nuestro alcance". Sin embargo, como los comandantes de la fuerzas armadas dominicana expresaron poco apoyo sobre una invasión a Haití, Bosch se abstuvo en su idea de invasión y se conformó con una mediación de la OEA.
El 25 de septiembre de 1963, después de sólo siete meses en el cargo, Bosch fue derrocado en un golpe de estado encabezado por el coronel Elías Wessin y Wessin y sustituido por una junta militar de tres hombres. Bosch volvió a exiliarse en Puerto Rico.
A menos de dos años, un descontento creciente generó otra rebelión militar el 24 de abril de 1965, que exigía la restauración de Bosch. Los insurgentes, al mando del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, eliminado de la junta de militar, pero el 28 de abril, con la ayuda de los Estados Unidos en la guerra civil enviando 42.000 tropas al país.
Se formó un gobierno interino y nuevas elecciones fueron fijadas para el 1 de julio de 1966. Bosch regresó al país y se lanzó como candidato presidencial de su partido. Sin embargo, hizo una campaña algo menos intensa, temiendo por su seguridad y creyendo que sería expulsado de su cargo por el ejército otra vez si ganase. Fue derrotado por Joaquín Balaguer, quien obtuvo el 57% de los votos.
Bosch inicio un nuevo estilo de gobierno, se aplicaron medidas que buscaban controlar las finanzas y la corrupción. Ademas una vez que se apobo la constitución se tomaron deciciones para poner en practica los principios enarbolados por esta, como el respeto a las libertades publicas y la política de vivencia.
Plan de austeridad del gobierno.
Bosch hizo una practica común de las emisiones radiales en las que explicaba la situación económica y las medidas tomadas por su gobierno. Su primera decisión fue aplicar el plan de austeridad debida a la situación de quiebra en que se encontraba el gobierno, se tomaron medidas como:
- Rebaja de los sueldos mas altos, como los del presidente y los ministros.
- Eliminacion de los cargos públicos considerados innecesarios. El consejo de estado había realizado en un ano mas de 25 mil nombramientos.
- Restricciones a los gastos superfluos de las instituciones publicas
- El gobierno suspendió la ejecución de un plan de emergencia aplicado por el consejo de estado que significaba el gasta de 15 millones de pesos.
La Reforma agraria La necesidad de disminuir las desigualdades sociales y redistribuir las riquezas hacia de la reforma agraria una demanda imperiosa para el sector campesino. Desde el primer dia, Bosch dedico gran intereses a este proyecto. Se creo el instituto agrario dominicano como la entidad responsable de la reforma. Aun asi, el gobierno logro crear un movimiento de apoyo favorable a la reforma agraria que se tradujo en las donaciones de empresas y personas de tierra, dinero y maquinaria.
En el mes de marzo, proclama una nueva modificación a la constitución dominicana. Esa constitución establecía principios avanzados en lo económico, político y social.
Esta constitución fue vista como negadora del sistema democrático. Se consagro el derecho de los obreros a los beneficios de la empresa, así como garantías de trabajo.
Asimismo, prohibió el monopolio en manos de particulares, así como otras reivindicaciones de corte popular, que encontraron la oposición de los sectores dominantes de la época, que no comprendieron el carácter reformista de la Constitución.
El atraso de la oligarquía dominicana en 1963 no era de un siglo, sino de dos por lo que no podía admitir ningún tipo de reforma, aunque las mismas fuesen a mediano plazo en su beneficio, como fue el caso del programa de Reforma Agraria que prometió Bosch en la campaña electoral.
Principios básicos de la constitución
La constitución, en su primer articulo, establecía como finalidad de los poderes del estado dos cosas.
- Proteger la dignidad humana y promover y garantizar su respeto.
- Propender a la eliminación de los obstáculos de orden económico y social que limiten la igualdad y la libertad de los dominicanos.
- Promover el desarrollo armónico de la sociedad dentro de los principios de le ética social.
Otros aspectos importantes.
En derechos humanos:
- Se consagro la inviolabilidad de la vida y de la libertad personal.
- Se estableció la libertad de creencia así como de asociación política.
En el aspecto labora:
- Se declaro la libertad de organización sindical
- Se eliminaron las discriminaciones salariales en base a sexo, edad o estado.
En relación a la propiedad:
- Se declaro el minifundio como antieconómico y antisocial.
- Solo personas físicas dominicanas tenían derecho a adquirir la propiedad de la tierra.
En el aspecto económico:
- Se prohibieron los monopolios en favor de particulares.
- El Estado garantizaría a los agricultores un mercado seguro y ventajoso.
En el aspecto educativo:
- El estado se obliga a garantizar la educación de todos los dominicanos.
- Se declaro de interés social la erradicación del analfabetismo.
En relación a la familia:
- Los hijos, sin distinción, disfrutaran de las mismas oportunidades de desarrollo social, espiritual y físico.
- Se prohibió expedir certificaciones correspondientes al estado civil de las personas donde se haga constar las condiciones de hijo nacido dentro o fuera del matrimonio.
La democracia es un régimen político que se mantiene sobre la voluntad de todos los sectores sociales y de todos los individuos que tienen alguna responsabilidad que cumplir como ciudadanos. Si falta esa voluntad, la democracia no puede sostenerse.” (Juan Bosch, Crisis de la Democracia de la América Latina en la República Dominicana
El gobierno surgido de las primeras elecciones libres celebradas en más de treinta años, nunca tuvo respiro. La pausa de cien días normalmente concedida a cada nueva administración, no se le otorgó a Bosch. Los antagonismos de las jornadas agrias de campaña continuaron latentes aún después de su juramentación, el 27 de febrero.
Las rivalidades no parecían sostenerse únicamente en diferencias políticas e ideológicas. De por medio estaba la cuestión personal. Bosch rechazaba a los cívicos y a sus demás opositores y éstos, a su vez, no podían acomodarse a la realidad de que él les hubiera vencido ampliamente. A los tres meses de haber jurado respetar la Constitución, en una ceremonia caótica, reñida con las normas de la tradición aceptada –aún cuando no existiese ninguna tradición de práctica democrática en un país sometido a más de tres décadas de férrea dictadura- Bosch parecía condenado.
En su complejidad, la cuestión, en el fondo, resultaba simple. “Bosch y los que lo rodean odian al Consejo de Estado, los tutumpotes, los cívicos, los oligarcas, las antiguas familias”, escribía Martin. Ese odio, en verdad, era recíproco. Los sentimientos de la oposición hacia el Presidente y lo que él representaba competían en intensidad con los de éste hacia sus adversarios. Martin entendía que Bosch carecía de programas qué presentar al Congreso y se extrañaba que en dos décadas y media de exilio no hubiera elaborado alguno. Pero admitía la gravedad de las limitaciones que la propia política estadounidense imponía al Presidente, quien ya a dos meses de ejercicio parecía estar marcado.
Resulta ilustrativo el pasaje en que el embajador norteamericano examina la situación al cabo de los dos primeros meses del régimen boschista. Su informe decía:
“Al sentir la necesidad de hacer algo rápido, anunció que había tomado prestado 150 millones de dólares de fuentes europeas para construir una serie de obras públicas, que incluyen dos presas y una planta energética. El escrutinio detallado revela que los 150 millones son simplemente una línea de crédito de la cual, en la actualidad, está obligado a utilizar sólo quince millones y de la cual él me dice en privado que espera utilizar sólo setenta millones en sus cuatro años. La tasa de interés será la tasa corriente del mercado monetario de Londres a la fecha en que él retire el dinero. Creo que se volteó hacia Europa por los 150 millones a pesar de la alta tasa de interés porque: a) la Alianza es muy lenta; b) él quería mostrar su independencia de los Estados Unidos; c) posiblemente alguien involucrado pensó que él podría sustraer algo del dinero más fácil que si fuera dinero de la Alianza. (Acerca de ese último punto, Bosch ha hecho un contrato con Kaisser Engineers para hacer un escrutinio de los contratos realizados bajo el préstamo de los 150 millones, viendo esto como una medida de vigilancia, y me dijo que él también someterá contratos a Lloyd Cutler, el Procurador de Washington, antes de firmarlos). Bosch me dijo que se volteó hacia Europa porque el AID es lento y porque sus fondos son en dólares que deben gastarse en los Estados Unidos, por lo tanto lo que él necesita son pesos y ahora.
Martin estaba de acuerdo con Bosch en este punto. “No puedo entender”, decía al Departamento de Estado en su informe, “por qué él tiene que ser forzado a pagar cargos por intereses comerciales para obtener el uso de los veintidós millones que nosotros les prometimos a los dominicanos hace más de un año sin condiciones y los cuales Bosch creía que tenía conseguidos, por lo menos en parte, de inmediato, en Washington en enero de 1963”.
El informe secreto enviado el 28 de abril al Departamento de Estado por el embajador Martin, constituía una radiografía exacta de los problemas que aquejaban al Presidente. Martin no le asignaba muchas posibilidades a Bosch de resolver los problemas más agobiantes de la nación, relacionados con los altos índices de indigencia, la baja productividad y la escasa disponibilidad de recursos con que podía contar el Gobierno para encarar todos esos retos. Eran problemas muy agudos, con gente ansiosa y hambrienta reclamando atención permanente y un Presidente desorientado. El panorama parecía en extremo desolador.
Martin pasaba revista a los hechos al cabo de dos meses de administración y concluía en que Bosch tuvo un mal comienzo “aún antes de tomar el puesto”. Admitía que el áspero discurso del 17 de febrero, tras su regreso de su gira europea, había contribuido a empeorar su trato con la oposición y la clase alta, los empresarios. En el centro de la tirantez giraban, sin embargo, acciones concretas, como el anteproyecto sobre la propiedad privada, la propuesta de reforma educativa, que imponía modernos criterios laicos, y la ley de latifundios. Todo era muy irónico, si se consideraba que una de las quejas más frecuentes contra Bosch era precisamente que no actuaba.
El informe de Martin, ya entonces, permitía presuponer las dificultades futuras. Bosch había acudido ante la Cámara Americana de Comercio con un discurso dirigido a apaciguar la ira de sus contrarios. “El comunismo”, dijo, “significa la muerte, la guerra, la destrucción y la pérdida de todas nuestras posesiones”. También tuvo un gesto de acercamiento hacia los Estados Unidos, al solicitar públicamente la firma de un acuerdo final referente a los veintidós millones de dólares pendientes de entrega por concepto de la cuota azucarera. Pero no tuvo éxito con sus críticos. La referencia al comunismo podía igualarse en dureza al más crudo de los comentarios jamás formulado por el más anti-comunista de sus opositores. No obstante, las acusaciones de que él era marxista y consentía las actividades de los comunistas dominicanos, algunos de los cuales regresaban tras largos exilios, persistían luego de esa intervención pública. Martin informaba al Departamento de Estado que a dos meses de la instalación era tal vez prematuro aceptar que existiera “una crisis de confianza, pero se puede decir que se está aproximando”.
El aspecto más difícil de superar residía en el alejamiento consistente de los representantes de la clase alta, la oligarquía. Martin estimaba que ese grupo distaba de ser compacto. Incluía a muchas personas de clase media “de coloratura política moderada, no reaccionaria”. Estos eran los “viejos apellidos”, lo que el embajador llamaba casi sarcásticamente “las mejores familias”; gente íntimamente ligada al control del poder en República Dominicana durante los últimos cien años; la clase gobernante verdadera. Muchos miembros de esas familias padecieron grandemente los horrores de la dictadura de Trujillo, sufrieron el rigor de sus prisiones. No era el caso de muchos entusiastas del Gobierno. Martin hacía esa división para llegar a explicaciones que le permitieran enjuiciar más correctamente la situación. Para entender el curso de los acontecimientos en los meses siguientes es preciso profundizar en el estudio de este informe secreto que analizaba los primeros sesenta días del Gobierno. Muchas de las decisiones de política exterior de los Estados Unidos hacia la República Dominicana estarían en el futuro marcadas por las influencias de este informe.
Tras esos dos primeros meses decisivos, la percepción de la embajada norteamericana establecía una preocupación creciente en las Fuerzas Armadas, las cuales todavía, a finales de abril, daban señales de continuar apoyando a Bosch. La situación no era la misma respecto a la jerarquía de la Iglesia Católica a la que ya Martin veía en actitud de progresiva “intransigencia”. Las clases bajas, agregaba, “probablemente estén con él”, pero expresaban constantemente su descontento por la ausencia de medidas destinadas a aplacar sus necesidades.
En cambio, existían lazos comunes de unión entre sus críticos. A juicio de Martin, la clase alta, la media y los militares coincidían en sus demandas fundamentales: Bosch no se “definía” en cuanto al comunismo (no les había bastado el discurso ante la Cámara Americana de Comercio), el Gobierno estaba infiltrado por los marxistas, a quienes se les permitía hablar “abiertamente en los edificios públicos”, algunos de sus ministros eran comunistas, como supuestamente sucedía con el de Interior, Miguel A. Domínguez Guerra, lo mismo que el de Industria y Comercio, Diego Bordas, a quien Martin consideraba “oportunista y deshonesto o ambas cosas.
También existían otras razones para sostener la pérdida de apoyo que Martin observaba. Bosch prefería mirar hacia Europa en lugar de mejorar sus vínculos con los Estados Unidos y la Alianza (cuyas actuaciones él mismo estimaba como “muy lentas”). Cumplió sólo de mala gana con los contratos azucareros que había encontrado, suprimió un contrato con la Esso, permite a los comunistas retornar al país y sus medidas arruinan los negocios. El diplomático dejaba escapar sus prejuicios sociales, al informar al Departamento de Estado que algunas de las quejas contra Bosch se relacionaban con el hecho de que el Gobierno estuviera, según los cívicos, “lleno de recogedores de harapos y basura”.
Con todo, el embajador consideraba un error llamar a Bosch anti-norteamericano; más correcto sería admitir que él “no puede soportar la dominación o incluso la competencia, extranjera o nacional”. En este punto, Martin se permitía una advertencia a su propio gobierno. “En nuestras relaciones con él temo que podamos estar entrando en un círculo vicioso que puede hacerse difícil de romper. O sea, mientras más se niegue a pedir ayuda a los Estados Unidos, con más renuencia se hará la oferta de ayuda, y esto alimentará su sentir acerca de que los Estados Unidos lo traicionaron negándole el mismo apoyo que acordaron dar al Consejo de Estado, y esto a su vez nos hará resentir más su independencia”. Martin entendía que en el caso dominicano debían suavizarse los procedimientos de la AID para la aprobación de programas de ayuda.
Es imposible comprender a cabalidad, la percepción del proceso dominicano por parte del gobierno norteamericano, si no se conoce la opinión que la embajada tenía de los hombres más próximos a Bosch. Con la sola probable excepción de Abraham Jaar, ministro de la Presidencia, y de Samuel Mendoza, de Salud Pública, la opinión de la misión diplomática sobre los miembros del gabinete era muy pobre y esto alcanzaba al canciller Andrés Freites, un representante de la clase alta y al general Imbert, a quien consideraba muy ambicioso.
Las objeciones principales de la embajada se relacionaban con el incremento de las actividades izquierdistas. En la medida en que éstos se hacían fuertes, crecía el temor de la derecha y los militares. Se daba una complicada situación, ya que Bosch temía enfrenar directamente a la izquierda. Según creía Martin, Bosch pensaba que muchos de los problemas de Rómulo Betancourt en Venezuela se debían a su obstinación de enfrentar abiertamente a los comunistas. El no quería padecer lo mismo.
El 10 de abril, el Partido Revolucionario Dominicano creyó que estaba en marcha una conspiración. Ese día, Miolán se presentó ante el embajador de los Estados Unidos para informarle de denuncias sobre un presunto golpe para la noche del Domingo de Pascua. Las Fuerzas Armadas aparentemente estaban implicadas y Bosch no podía contar con el apoyo de éstas. Miolán le pidió a Martin el envío de 200 armas automáticas para dotar a comandos de partido que podrían defender a Bosch y la presencia de buques de la armada norteamericana. Martin lo tranquilizó instándole a actuar con prudencia. Esa misma tarde, Miolán iría al Palacio Nacional a solicitar el visto bueno del Presidente para movilizar las masas del PRD en apoyo al gobierno.
El mismo día, Bosch recibió a Martin, pero no le hizo mención alguna de la visita de Miolán. En cambio, le invitó con su familia a un crucero de fin de semana a bordo de la fragata Mella. Estaban invitados también Imbert, el ministro Jaar –el único funcionario civil- el comodoro Rib Santamaría y los coroneles Marcos Rivera Cuesta y Manuel Ramón Pagán Montás. En Samaná se les uniría el general Luna Pérez, quien sólo permanecería un día en el barco. El viaje duraría cuatro días. A la luz de los resultados, este crucero alrededor de la costa dominicana, pudiera decirse que selló el futuro de las relaciones de Bosch con los militares. En su informe a Washington, Martin señalaría toda la frustración que esta experiencia causó en los jefes militares que tomaron parte en él.
Bosch se pasó toda la travesía hablando de sus proyectos, abrumando a los jefes militares con “sus proezas intelectuales”. El embajador norteamericano entendía que ese viaje, en cierta medida, era una respuesta indirecta de Bosch a la posibilidad de que los temores de Miolán tuvieran fundamento. En este sentido, se explicaba la presencia de Martin en el Mella. Con ello, el presidente pretendía demostrarle a las Fuerzas Armadas cuán cerca se encontraban uno del otro.
Los prejuicios que el informe denotaba sobre los hombres y las medidas de Bosch no eran en esencia distintos a los que el mismo informe de Martin mostraba sobre los líderes de la Unión Cívica y los demás partidos de oposición. En efecto, el embajador no tenía una opinión muy alta del Presidente, aunque reconocía algunos de sus esfuerzos, pero tampoco la tenía de los demás. Martin desaprobaba algunas actuaciones de Donald Reid Cabral y de otros representantes de las “grandes familias”, creía “irresponsable” al comentarista de televisión Rafael Bonilla Aybar, sospechaba que Germán Ornes quería “derrocar” a Bosch por temor a que éste le confiscara el periódico El Caribe –que calificaba no obstante como el diario “más decente” del país-; consideraba a su hermano Horacio ornes, presidente de Vanguardia Revolucionaria, como un aventurero; creía a Imbert ansioso por dominarlo todo y reservaba otras opiniones igualmente pobres para los demás.
En conclusión, a juicio de la misión norteamericana, a finales de abril, tan solo a dos meses de haber asumido el cargo, Bosch enfrentaba dos peligros políticos. De un lado, la derecha, el poder proveniente de los empresarios, la iglesia y los militares. Del otro, la pérdida de confianza del pueblo. El primero era un peligro inmediato. El segundo sólo lo era en realidad a largo plazo.
Estaba también la amenaza de quedar atrapado en dos círculos por igual viciosos. Esta consistía en lo siguiente: mientras más tolerara a la izquierda, más posibilidad enfrentaba Bosch de perder el aprecio y favor de los centros de poder de derecha y mientras más rehuyera la ayuda estadounidense más se la retendrían. La primera posibilidad lo arrastraría inexorablemente hacia la izquierda. La segunda aumentaría su resentimiento hacia Estados Unidos. Ambas situaciones lo empujarían, por distingos medios, a una radicalización que inevitablemente adelantaría el choque con los cívicos y los militares.
En tal disyuntiva, creía Martin, los Estados Unidos tenían dos posibilidades a escoger, en su política hacia la República Dominicana. Demostrar públicamente, con hechos, su apoyo al Gobierno democrático; hacerlo entender firmemente a los militares y a la oposición, por un lado; e introducir cuñas entre Bosch y la izquierda, por el otro. Martin creía que la primera opción era sencilla. No estaba seguro así fuera con la segunda.
En las semanas siguientes, Bosch intentó mejorar sus relaciones con los empresarios y la gente de la clase alta, la oligarquía. El método utilizado fue una serie de desayunos en el Palacio Nacional. De Santiago vinieron los más genuinos representantes de esa clase. Tomás Pastoriza (Jimmy), de 44 años, presidente de la Asociación Pro-Desarrollo de aquella ciudad, era uno de ellos. Instruido en los Estados Unidos, poseía el título de ingeniero. Era probablemente uno de los más capacitados miembros de su grupo.
La primera de esas reuniones fue decida en una reunión en la embajada de los Estados Unidos, a la que asistió el Presidente. Por fin, tras una renuncia inicial, Bosch se sentó en el Palacio Nacional a la misma mesa con un grupo de los más influyentes empresarios del país: Marino Auffant y Horacio Álvarez Saviñón, de Santo Domingo, y Marco Cabral, Sebastián Mera, Luis B. Crouch y Pastoriza, de Santiago, entre otros.
Esta primera reunión, como las demás, no condujo a nada. En medio del desayuno, Bosch partió en dos una naranja y comenzó a chupar una de las dos mitades, iniciando una perorata sobre las propiedades de esa fruta. El Presidente tomó luego el tema de la vivienda. Auffant, propietario de una empresa del ramo de la construcción, le dice en tono de cansancio:
-Presidente, usted está hablando de algo que yo sí conozco. Hubo otra reunión, ésta un almuerzo, en uno de los salones de la tercera planta del Palacio Nacional. Asistieron doce empresarios, todos de Santiago, entre ellos, José A. Bermúdez (Poppy), Alejandro E. Grullón, Frank Bermúdez, Luis B. Crouch, José Vega Espaillat, Jimmy Pastoriza, Víctor Espaillat y Antonio Guzmán, que era, además, ministro de Agricultura. El Presidente estaba sentado a la cabeza de la mesa con su ministro. A mitad del almuerzo se planteó el problema de la Grenada Company, establecida en la Bahía de Manzanillo, en la costa noroccidental del país. La empresa había anunciado su retiro debido a graves conflictos laborales. Además, la enfermedad del Mal de Panamá estaba diezmando sus plantaciones de guineos. La empresa ocupaba grandes extensiones de terreno en la región, próxima a la frontera con Haití. Poseía treinta mil tareas de su propiedad (una tarea equivale a unos 629 metros cuadrados) y otras cien mil bajo el régimen de colonato.
Crouch, un experto agrícola, sugirió al Presidente la conveniencia de seguir el ejemplo de Jamaica, cuyo gobierno había sembrado en situación similar grandes extensiones de la variedad Lacatán, llegando simultáneamente a un acuerdo de comercialización, en base al pago de una cantidad de guineo vendido. Bosch dio de repente un fuerte golpe en la mesa y dijo:
-¡En mi gobierno no se llega a un acuerdo con la United Fruit Company (de la cual era subsidiaria la Grenada)!
Alejandro Grullón, un joven banquero y hacendado, trató el tema de la reforma agraria. Los diarios traían entonces historias de invasiones cotidianas de predios privados que creaban creciente agitación en las zonas rurales. Los propietarios se sentían alarmados por la aparente pasividad del Gobierno ante estos desmanes. Grullón dijo a Bosch que esta actitud expandía la impresión de que el Gobierno alentaba las ocupaciones ilegales de tierra. El Presidente eludió una respuesta directa.
Por lo general no eran encuentros agrios, pero el empresariado no alcanzó ningún acuerdo con el Gobierno en esas reuniones. Los invitados salían generalmente confusos. A veces obtenían impresiones positivas de su contacto directo con Bosch, pero en otras ocasiones esa impresión resultaba negativa. Sólo de una cosa llegaron a estar convencidos y era que no se llegaba a nada.
El nivel de la frustración que la indiferencia de Bosch ante el tema de la reforma agraria planteado por Grullón causó entre los comensales, lo dio Frank Bermúdez, con una salida que pretendía ser una broma:
-¿Y por qué no resolvemos esto entregando de una vez todas las tierras?
En otras circunstancias, la ocurrencia hubiera resultado jocosa. El problema era que ante el temor a las invasiones, muchos hacendados estaban efectivamente vendiendo sus propiedades.
En las semanas siguientes a este encuentro, las tensiones cedieron al ordenar las Fuerzas Armadas el apresamiento de los ocupantes ilegales de tierras, tras producirse nuevas invasiones de propiedades en Mao y zonas aledañas. Pero la tregua duró poco. Las ocupaciones continuaron sin un pronunciamiento firme del gobierno. Como consecuencia de ello, las relaciones entre los propietarios amenazados y Bosch se hicieron más frías y las posibilidades de un entendimiento tornáronse nulas.
Quizás ningún otro incidente revele, sin embargo, cuán extrañas y difíciles fueron las relaciones de Bosch y los líderes del sector privado, como el que resultó de la visita que el Presidente hiciera a Santiago el 15 de agosto, con motivo de una ceremonia en el Instituto Superior de Agricultura (ISA), de aquella ciudad.
Bosch se hospedó en casa de su amigo y ministro de Agricultura Antonio Guzmán, la número 4 de la Calle Francia. Al día siguiente, Guzmán llamó a Jimmy Pastoriza, a quien le unían fuertes lazos, para que le ayudara a confrontar un problema. Los dos estaban identificados, además, muy estrechamente por su trabajo en el ISA.
La idea de Guzmán consistía en juntar a Bosch con el Obispo de la Diócesis de Santiago, monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, un crítico tenaz y duro del Presidente. Bosch se negaba a asistir al Estadio Cibao, donde tendría lugar un acto con motivo del aniversario de la gesta restauradora de la República, debido a que le prelado oficiaría una misa. El embajador Martin estaba presente. Sólo después de ingentes gestiones aceptó el mandatario asistir a la misa. Bosch y el obispo se saludaron, pero nada bueno salió tampoco de este encuentro
No todas las experiencias, sin embargo, fueron decepcionantes. Muchas veces los malentendidos resultaban de la falta de comunicación, que los contactos organizados por Bosch contribuyeron solo en parte a superar. No siempre el Gobierno se mostró intransigente ante las demandas de los empresarios. Una prueba lo fue la ley de plusvalía que nunca llegaría a promulgarse. La gravedad de esta ley radicaba en la exigencia del pago antes de que la plusvalía llegara a realizarse. Los propietarios aducían que la amenaza implícita de expropiación los dejaba virtualmente desprotegidos frente a la amenaza de la arbitrariedad gubernamental. Bosch escuchó muchas de estas observaciones. El proyecto finalmente no alcanzó la categoría de ley.
Con todo y que existían insuperables diferencias entre las partes, Bosch utilizó en más de una oportunidad el auxilio de empresarios para resolver conflictos con los empresarios. Marino Auffant, dirigente del recién integrado Consejo Nacional de Hombres de Empresa, acudió ante un llamado urgente a una reunión en San Francisco de Macorís. Allí tenía efecto un encuentro de empresarios y hacendados de la región, alarmados por informes de que Bosch se proponía establecer un impuesto de exportación al café y al cacao. Auffant encontró un ambiente muy acalorado, cuando hizo su entrada al local de la Cámara de Comercio de aquella ciudad. El Presidente le desmintió la especie y le pidió que en su nombre llamara a los empresarios a no hacer caso a este tipo de rumor. Los ánimos se calmaron y el impuesto nunca fue establecido
Las impresiones de las reuniones de Bosch con los empresarios fueron extraídas de entrevistas con muchos de los que tomaron parte en ellas. Especialmente fueron útiles las sostenidas con Marino Auffant, Jimmy Pastoriza y Luis B. Crouch.
A comienzos de agosto comenzaron las manifestaciones de repudio al Gobierno organizadas por una denominada Asociación Dominicana Independiente. Estas concentraciones contaban con el respaldo de la UCN y de la jerarquía católica y se convocaban invocando la fe a Cristo. Propiamente constituían protestas contra la supuesta penetración comunista en el Gobierno. Bosch no prestó a estas acciones la importancia que tenían. Estas manifestaciones de Reafirmación Cristiana pronto fueron llevadas a poblaciones del interior, donde frecuentemente derivaban en incidentes y confrontaciones con partidarios del Gobierno.
En las semanas anteriores, diversos hechos contribuyeron a acentuar las diferencias entre el Gobierno y la oposición, haciéndolas insalvables. El 22 de julio, Bosch había acudido nuevamente a la televisión para anunciar su decisión de insistir otra vez en una ley de confiscaciones. Esta legislación daba poderes al Congreso para actuar como tribunal en los casos de conflictos de adquisición dudosa de propiedad, ya fuera por favoritismo o cualquier otro medio ilegal.
Ninguna otra iniciativa gubernamental despertó tantas inquietudes en los centros de poder económico como ésta, incluyendo la controvertida Constitución promulgada el 29 de abril y la Ley de Plusvalía. En los días posteriores, la prensa criticó severamente la propuesta presidencia. El Caribe, que había adoptado últimamente una postura neutral, “volvió a los ataques”, según observara Martin en su libro Overtaken by Events (El Destino Dominicano). Los partidos opositores la emprendieron inmediatamente contra el proyecto, calificándolo de contraproducente y pro-castrista. Y el obispo Polanco Brito, de Santiago, recordó que siempre había dicho que el Gobierno estaba infestado de comunistas.
El embajador Martin escribió en su diario que el Gobierno se encaminaba al desastre.
No todos los problemas de Bosch provenían de la hostilidad de la Iglesia, la derecha y la prensa. También se originaban en fuentes que en otros tiempos recientes mostraban hacia él actitudes más calurosas. Ni siquiera con estos sectores su luna de miel se extendió más allá de las primeras semanas de gobierno.
Para finales de marzo, por ejemplo, sus relaciones con la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) reflejaban su ineptitud para preservar el respaldo de los grupos que les eran afines. Algunas de las más activas organizaciones de izquierda tenían allí un lugar seguro. La autonomía constituía para esos grupos una garantía de seguridad, a veces la única, para sus dirigentes. El concepto de autonomía abarcaba el del fuero universitario. Desde comienzos de enero de 1962, a raíz de la disposición del entonces primer presidente del Consejo de Estado, doctor Joaquín Balaguer, que otorgó la autonomía a ese centro, el recinto de la UASD se convertiría en un territorio vedado a la supervisión de la autoridad central del Estado. Era una especie de “segundo territorio libre de América”, como exageradamente solían llamarle los activistas más radicales del naciente izquierdismo dominicano.
Tal apreciación sobre el fuero de la universidad, en la práctica, parecía real. La policía carecía de la autoridad para penetrar en el área cuando allí se producían demostraciones y disturbios. El estado de agitación permanente que había caracterizado la vida universitaria en los dos últimos años era un estorbo para Bosch. Pero en la universidad convivían otros grupos. Estaba allí la crema de la intelectualidad; aquella que sobreviviera a la depuración que la caída del trujillismo desatara en su nómina de profesores y autoridades.
En esa clase pensante, de ideas liberales, Bosch tenía buena parte del apoyo que no encontraba incluso en su propio partido. El PRD había quedado en condición forzosa de semi retiro, debido a rivalidades internas originadas en el rechazo a intromisiones de la cúspide partidaria en los asuntos del Gobierno que Bosch creía eran de su única y exclusiva competencia. No eran sólo los académicos los que veían su régimen como un paso adelante en el campo del desarrollo democrático. Los grupos estudiantiles, muy activos y radicales, aceptaban a Bosch como la alternativa a un régimen reaccionario de derecha, como el que podría encabezar la Unión Cívica. Con todo y que consideraban a Bosch como un conservador proclive a inclinarse a la influencia norteamericana, en comparación con el Consejo de Estado y Balaguer, el régimen surgido de las elecciones del 20 de diciembre era, para esos grupos estudiantiles, preferible.
Sorpresivamente, a mediados de marzo Bosch envió al Senado un proyecto de ley pidiendo autorización para pagar directamente de la nómina del Tesoro, los sueldos de la Universidad. Eso representaba no sólo una derogación virtual de la autonomía, sino un desafío. La medida tendía a poner en claro denuncias, ya viejas, de inadecuado uso de los recursos universitarios. Pero no podía producirse en peor momento. La reacción universitaria no tardó en crear una atmósfera de hostilidad que persistiría hasta el último momento del Gobierno.
El Consejo Universitario publicó extensos documentos de reprobación a la iniciativa presidencial, que avalaban su afirmación sobre un manejo correcto de las finanzas universitarias. Y la Asociación de Profesores Universitarios, en la que figuraban connotados simpatizantes del Gobierno, también se opuso exigiendo un trato distinto para la UASD. El comunicado de los profesores indicaba plenamente el grado de repudio que el proyecto de ley les inspiraba: “Nos permitimos sugerir que su intervención (la del Presidente) en el futuro, tienda más bien a conciliar que a distanciar, a comprender más que a juzgar, así estará más acorde con el papel que le corresponde, y que usted mismo se ha propuesto desempeñar”.
Para comienzos de abril, la oposición más activa e intransigente había integrado un nuevo frente de combate al régimen. Los sectores más conservadores de la Unión Cívica Nacional, debilitada por recientes fraccionamientos internos, como la renuncia de altos dirigentes de Santiago encabezados por los abogados Salvador Jorge Blanco y José Augusto Vega Imbert, que creían oportuno respaldar al gobierno constitucional, formaron una nueva organización denominada Acción Dominicana Independiente. La naturaleza de la oposición que ésta haría quedó plasmada en el comunicado publicado en El Caribe, el cual decía: “Acción Dominicana Independiente no puede contemplar pasivamente, sin negar el fundamento de su creación, la sucesión de actos que tienen en constante zozobra a la familia dominicana, y menos la comisión de hechos bochornosos que denotan una regresión a los métodos abominables del nefasto régimen que oprimió a ese pueblo durante los largos años de tiranía.
La nueva organización comparaba al régimen constitucional con la dictadura de treinta y dos años de Trujillo. Obviamente, la lucha tornábase implacable.
Para finales de abril, las relaciones del Presidente con Germán Ornes, director-propietario de El Caribe, alcanzaban un alto grado de tirantez. En una entrevista con el diario puertorriqueño The San Juan Star, el Presidente acusaba a Ornes de “estar tratando de tumbar” al Gobierno. Esta opinión resaltaba la extrema sensibilidad del mandatario. El objeto de la acusación era nada más y nada menos que la reproducción por El Caribe el día anterior, 24 de abril, de un editorial publicado en el semanario El Nuevo Domingo que reseñaba los supuestos nexos de Bosch con la extrema izquierda. Bosch alegaba que el artículo “no tuvo importancia en sí hasta que fue reproducido en El Caribe, el periódico más grande del país”. Y aunque negaba que existiera un plan para expropiar el diario, advertía que las actividades de Ornes dirigidas contra el régimen quizás hicieran entonces “obligatorio para el Gobierno el tomar medidas para defenderse.
Esta afirmación significaba una amenaza directa contra un diario independiente y justificaba el alegato de sus críticos de que Bosch carecía de la tolerancia necesaria para encabezar un régimen democrático, respetuoso de las ideas ajenas. Ornes había recuperado la propiedad del diario tras su regreso del exilio a finales de 1961 y desde entonces El Caribe se destacaba por su línea independiente. En muchas situaciones, Ornes asumía posiciones editoriales contrarias a la línea oficial que con toda seguridad enfadaban al Presidente. Pero no podía negarse que el diario también había dado reiteradas muestras de flexibilidad e independencia apoyando abiertamente acciones de Bosch. Una muestra tal vez lo fuera la posición del diario a raíz de las acusaciones de comunista que el sacerdote jesuita Láutico García lanzara contra Bosch en los días previos a los comicios del 20 de diciembre.
En algunos asuntos, Bosch parecía padecer de escasa memoria. Apenas un mes después, el Presidente volvía a insistir en el tema de la conspiración en su contra. Esta vez, la acusación, formulada el lunes 27 de mayo, se dirigía contra el Central Romana, empresa norteamericana a la que señalaba como empeñada en derrocar a su régimen “para poder cargar con los millones del beneficio del azúcar”. Aunque no la citaba por su nombre, no existía posibilidad de confusión. Tratábase de la única compañía extranjera en la rama del azúcar establecida en la República Dominicana. Subsidiaria de la South Puerto Rican Sugar Company, el Central operaba desde la segunda década de siglo en la oriental ciudad de La Romana. Existían otros dos productores: la Azucarera Haina, cuya propiedad heredara el Estado al confiscarse los bienes de la familia Trujillo, y tres pequeños ingenios pertenecientes a los Vicini, una de las más antiguas familias ricas del país. El Presidente hacía la salvedad de que esta familia nada tenía que ver con la conspiración.
Bosch responsabilizaba a la empresa extranjera de propalar en el exterior la acusación de que él era comunista, con el fin de debilitar el prestigio del régimen y provocar su caída. Detrás de estas actividades conspirativas, según Bosch, existía un marcado interés pecuniario. El Central Romana se oponía a una ley de precio tope del azúcar, recientemente promulgada, que reducía sus beneficios en los cambios de las cotizaciones del mercado internacional.
“Cuanto más suba el azúcar (de precio) más grande va a ser la campaña de que nosotros somos comunistas, porque es necesario tumbar este gobierno, para poder cargar con los beneficios del azúcar”, dijo. La campaña internacional estaría a cargo de un corresponsal norteamericano de The Associated Press. Según el jefe del Estado, ese corresponsal era Robert Berrellez, quien comenzaría a enviar cables a los Estados Unidos “para convencer a todo el mundo de que yo soy comunista y que éste es un gobierno comunista y que éste es un país comunista”.
Toda la campaña perseguiría sustituir al Gobierno por otro que de “un plumazo borre esa ley del precio tope del azúcar, porque se esperan cuatro o cinco años de buenos precios”. Explicaba que desde el mes de diciembre, se sabía que las cotizaciones del azúcar subirían en el mercado mundial. No se esperaba que esa alza superara los doce centavos por libra, como había llegado. Por esa razón, decía el Presidente al país, “recomendamos” desde Nueva York a los compradores internacionales del producto, antes de juramentarse en el cargo, que no hicieran compras dominicanas a bajos precios. “Sin embargo”, hicieron las compras. Muchos de ellos no van a poder volver a comprar azúcar en la República Dominicana, mientras nosotros estemos en el Gobierno. Algunos de ellos se les está prohibida la entrada en este país, porque vinieron a comprar azúcar a precios bajos sabiendo que iban a perjudicar este país y habiéndoselo yo dicho con tiempo, como se lo dije”.
Berrellez visitaba frecuentemente la República Dominicana desde el asesinato de Trujillo. Al enterarse de la acusación presidencial, el corresponsal estadounidense dijo a la prensa dominicana que sólo estaba de paso por Santo Domingo de regreso de una misión periodística en Haití. “Creo que el Presidente Bosch ha sido injusto en la crítica que me hace”, dijo Berrellez. “Sin embargo, en vista de que el señor Presidente censura que se envíen informaciones sobre infiltración comunista en la República Dominicana, pero no las refuta, creo que debo permanecer aquí por algún tiempo para observar la situación”.
Los problemas del Presidente con la prensa se agudizaron a finales de julio. El 26 de ese mes, con motivo de la propuesta ley de confiscación, militantes del PRD hicieron una manifestación ante el Congreso. En medio de gritos “Abajo Estados Unidos”, los manifestantes también demandaron acciones contra el diario El Caribe. Las pancartas decían “Hay que quitárselo a Ornes”.
La respuesta no se hizo esperar. Lejos de amilanarse, Ornes redactó un fuerte editorial. “Nos es duro creer que un gobierno presidido por Juan Bosch –cuya vida ha sido consagrada a la defensa de la democracia y la libertad- pueda destruir un periódico independiente para convertirlo en órgano de intereses oficiales o partidistas. Pero si llegara a satisfacer el pedimento de esos elementos que el jueves solicitaron el despojo y si algún o algunos legisladores se dejaran arrastrar por esas presiones y propusieran la confiscación e incautación de El Caribe, sabemos que no habría otra justificación para esa medida que la venganza política. Y su consumación, cualquiera que fuera el pretexto que se invocara, constituiría pura y simplemente, un crimen contra la libertad de expresión”, replicaba el diario en un editorial titulado “No nos intimidarán”.
Guardando las distancias, este incidente venía unirse a una serie de choques que había resquebrajado, como hemos visto, los nexos de Bosch con la prensa, que en general le era crítica. Meses antes, el 9 de marzo, mientras se difundía por la emisora La Voz del Trópico, un discurso del líder de Alianza Social Demócrata, Juan Isidro Jimenes Grullón, en el programa Periódico del Aire, de Rafael Bonilla Aybar, la estación fue atacada por partidarios del Gobierno. Bonilla Aybar hizo un llamamiento a los “enemigos del comunismo”, y en poco tiempo, cientos de ciudadanos se apersonaron allí para defenderla. El incidente dio lugar a pretextos para hacer nuevas manifestaciones de repudio al Presidente.
Semanas después, Bonilla Aybar transmitía su habitual programa de noticias y comentarios por la televisión privada Rahintel, cuando denunció que civiles armados habían tratado de asesinarle al llegar a la planta. Figuras prominentes de la oposición se apersonaron a la estación e intervinieron en vivo para protestar contra ese ataque “tan descabellado”. La policía envió agentes para interrumpir el programa y detener a Bonilla. De los incidentes resultaron heridos de bala el industrial Horacio Álvarez Saviñón y su hijo. Fue algo terrible para el prestigio de Bosch. Los televidentes pudieron presenciar en las pantallas de televisión, en sus hogares, cómo la policía procedía violentamente contra éstas personas. El incidente provocaría severas críticas contra el Gobierno en las semanas siguientes y serviría luego de justificación para acusar a Bosch de irrespetar la libertad de expresión y de prensa.
Fue todo un espectáculo. Sentados cómodamente en sus casas, los televidentes pudieron ver cuando un abogado muy conocido, Bienvenido Mejía y Mejía, exhortaba a actuar contra el Gobierno:
-¡Antonio, Antonio, te necesitamos. Sólo tú puedes salvarnos, si no, el pueblo tendrá que levantarse en armas!
Ese Antonio, por supuesto, era el general Imbert.
No era de modo alguno la primera confrontación con medios de comunicación y tampoco sería la última. En las semanas sucesivas habría motivos para nuevos choques. Después del primero de los incidentes con Bonilla Aybar, que editaba un diario sensacionalista abiertamente opuesto al Gobierno, Bosch se vio enfrentado agriamente a El Caribe. La causa era totalmente ajena esta vez al periódico pero involucraba un asunto familiar. Horacio Ornes, presidente de Vanguardia, denunció la existencia de una grave crisis de libertad y una enorme corrupción administrativa en el régimen. La denuncia se refería al ataque primero por elementos pro-gobiernistas contra Bonilla Aybar, a quien luego se acusara de difamación. El presidente de Vanguardia consideraba todo el incidente como “un atropello a la libre expresión del pensamiento y una venganza de tipo político”.
Vanguardia era un partido pequeño sin arraigo de masas. Pero la denuncia estremeció a la sociedad, porque acusaba a Diego Bordas, el poderoso Ministro de Industria y Comercio, de incurrir en actos de corrupción administrativa. Vanguardia se había aliado al PRD en las elecciones del 20 de diciembre, pero muy pronto rompería todo nexo con Bosch. Bordas renunció a su posición de ministro y demandó a Horacio Ornes ante los tribunales por difamación. Todo un alud de expresiones de diferentes sectores de la sociedad se volcaría a favor de Bonilla Aybar y de Ornes en la prensa dominicana. Las audiencias en el tribunal donde se ventilaría la demanda de Bordas se convertirían en manifestaciones de reproche al Gobierno.
A comienzos de junio, Martin redactó un nuevo informe secreto al Departamento de Estado con motivo de los cien primeros días del régimen. El embajador relataba lo que entendía eran fracasos de Bosch, aunque insistía en seguir solicitando ayuda a su favor de Washington. Bosch, a juicio de Martin, había hecho poco en esos primeros y decisivos cien días. Analizados en su conjunto los había desperdiciado. Ya entonces, el representante diplomático norteamericano, no le asignaba muchos chances. A comienzos de junio la suerte del Gobierno nacido de las elecciones libres del 20 de diciembre estaba definitivamente sellada.
Para Bosch se iniciaba una cuenta regresiva.
Después del golpe, Bosch analizaría las causas de sus dificultades con la prensa. “Hubo un periodista norteamericano, nada menos que un Premio Pulitzer”, escribió, “que dedicó toda la energía de su alma a llamar comunista al Gobierno que yo presidía. Entregó su vida, durante siete meses, a la tarea de destruir una democracia. Llego a decir que CIDES, una institución establecida expresamente para formar conciencia democrática en la República Dominicana… había entrenado nada menos que diecisiete mil guerrilleros comunistas. Nueve meses después de haber sido derrocado el Gobierno, las fuerzas armadas y la policía dominicanas no habían podido presentar al mundo uno solo –o una arte de uno solo- de esos diecisiete mil guerrilleros”. (Crisis de la Democracia).
Bosch denunció en este libro la campaña que en su contra emprendieron sacerdotes y políticos para presentarle como un comunista, una persona no apta para encabezar un régimen democrático. Respecto a las demandas que entonces se hacían para que actuara contra los elementos sindicados como comunistas, Bosch escribió, ya en exilio, lo siguiente:
“En la República Dominicana, por lo menos, para dar fe de que era demócrata yo tenía que hacer lo mismo que hizo Trujillo: encarcelar, deportar y matar a cualquiera que fuera acusado de comunista, y además debía atenerme al juicio del general Tal o del coronel Cual, a quienes Dios había dotado de un don especial para saber quién era comunista y quién no lo era. Yo, por ejemplo, que jamás he tenido el menor coqueteo comunista, resultaba comunista para algunos de esos militares y para algunos sacerdotes católicos”.
Realmente, los problemas de Bosch con la prensa databan de antes de su elección como Presidente. El primer día de diciembre de 1962, el vespertino oficialista La Nación, editorializó contra él diciendo que a raíz de “habérsele pedido una entrevista” Bosch la negó aduciendo que éste “es un órgano que le ha injuriado mucho y que él jamás olvidaba ni perdonaba las injurias”. El editorial del periódico titulado “Bosch odia a La nación (en mayúscula no se podía distinguir si al diario o al país), a menos de tres semanas de las elecciones, concluía:
“El candidato presidencial del PRD, odia a La Nación y odia a sus hombres. Sin embargo, ni La Nación ni sus hombres odian a Juan Bosch. Ahí están las dos posturas. Juzgue la ciudadanía la más justa. La más democrática. La más humana”.
La Nación no sobreviviría al Gobierno de Bosch. Fue clausurada semanas antes del golpe del 25 de septiembre.
A mediados de agosto, el tema del contrato firmado a comienzos del año por Bosch como resultado de su viaje por Europa encendió nuevamente el fuego de la polémica con la oposición. Juan Isidro Jimenes Grullón, líder de la Alianza Social Demócrata, dirigió a Bosch una extensa carta reprochándole su negativa a esclarecer, ante la opinión pública, las operaciones relacionadas con el controvertido contrato con la Overseas Industrial Construction, Ltd., que envolvían 150 millones de dólares del préstamo.
Como le conozco a usted a fondo, y pese a que disiento de su política actual, le guardo el viejo afecto nacido de la hermandad de las luchas en el exilio; le confieso que me molesta que se esté pensando que en su gobierno y con su implícita aceptación, se produzcan hechos que tiendan a mermar su prestigio y reputación morales”, le decía Jimenes Grullón en la misiva. “Ello me obliga a reclamar de nuevo de usted el esclarecimiento total de cuanto ha acontecido en relación con este asunto, hoy en la oscuridad”.
La carta tocaba el nervio más sensible del Gobierno. Bosch respondió negando que fuera cierto que Jimenes Grullón le hubiera reclamado antes al Gobierno una información detallada sobre el convenio con la Overseas. “Hace mucho tiempo que usted viene acusando al Gobierno de las cosas más variadas, lo cual no significa reclamación alguna, y su carta de ayer ha sido escrita para dejar en el ánimo público la impresión de que yo soy un ratero vulgar que está haciendo fortuna con los dineros del pueblo a través del contrato mencionado
No podía ignorar que este asunto involucraba la reputación misma del Gobierno. Bosch se había reducido el salario y vivía exclusivamente de sus ingresos. Nadie podía decir que él se beneficiaba del ejercicio de su alto cargo. La carta de respuesta al líder opositor denotaba el furor que la insinuación de indiferencia ante la corrupción le provocaba. “Como usted comprenderá”, decía, “ningún gobierno legítimo y serio puede tener respeto por un líder que se rebaja al nivel donde quiere usted que el gobierno descienda. Cada quien tiene la categoría que le da su conducta, y la conducta de un gobierno democrático demanda otra manera de reclamar”.
Bosch expresaba su desprecio por el líder de la Alianza. “Usted me llama soberbio porque me acusa un día de comunista, y al día siguiente de fascista, y siempre causante de todas las tribulaciones de la República; y a esas acusaciones tan variadas y tan cambiantes no puedo responder porque mi tiempo está ocupado en trabajar para el país”. Más adelante expresaba: “Su pasión no le ha permitido a usted reconocer que este es un gobierno legítimamente elegido. Hace tres o cuatro días pedía que se reformara la Constitución para que hubiera nuevas elecciones inmediatamente, ayer tomó el contrato de la Overseas como un pretexto para echar sobre el primer gobierno democrático de este país la ignominia de una acusación que no se ha atrevido a hacer abiertamente. El resultado de su conducta será inevitablemente el descrédito de la democracia, no el descrédito mío. Y cuando la democracia sea desacreditada en este país y destruida por actuaciones como la suya, los escombros no caerán sobre mi cabeza y la sangre derramada o será la mía”.
agrio intercambio epistolar concluía con una exhortación.
“Déjeme trabajar, doctor Jimenes Grullón, y esté seguro de que la calumnia no me inquieta ni me alcanza”.
Bosch se acercaba al final. Pero aún le esperaban otras crisis. La delicada situación creada entre finales de abril y comienzos de mayo con Haití resurgiría en forma de un nuevo conflicto internacional con graves repercusiones internas. Bosch se preparaba a finales de agosto para su primer viaje al exterior como Presidente. La visita de varios días a México, estaría, sin embargo, rodeada de incidentes y enfrentamientos que vendrían a demostrar cuán débil se hacía su posición.
Mientras Bosch se preparaba para su viaje a México, se intensificaba la controversia en torno al proyecto de ley de Confiscaciones. El Caribe criticaba al finales de agosto, en un editorial, que la Cámara de Diputados, en lugar de haber rechazado la pieza, la hubiese detenido para un estudio más profundo. Aunque admitía que la cámara “ha actuado en cierto modo con espíritu democrático a atender el clamor de la opinión pública”, el diario señalaba lo siguiente:
“En nuestra opinión, el proyecto de ley de confiscaciones debió ser rechazado, no simplemente suspendido para ser sustituido por otro. Al dejársele pendiente, cual espada de Damocles, se deja también pendiente una grave amenaza sobre la sociedad dominicana. Y no se necesita ser profeta para asegurar que mientras haya la posibilidad de resucitar esta amenaza de las confiscaciones, se mantendrá alejada de nuestro suelo toda seguridad, toda garantía y todo incentivo en materia económica.
No era esta una voz aislada en torno al tema. Las principales asociaciones patronales del país habían expresado ya, en un comunicado conjunto, su repudio al proyecto de confiscaciones. El Consejo Nacional de Hombres de Empresa, la Confederación Patronal, la Asociación de Industrias, la Asociación de Hacendados y Agricultores y la Cámara de Comercio, Agricultura e Industria del Distrito Nacional, basaban su apreciación en que “disposiciones (del proyecto) son violatorias de normas constitucionales vigentes que garantizan derechos inherentes a la persona humana, base del sistema democrático”.
Todas estas manifestaciones de oposición, aumentaban el temor acerca de la inminencia de un golpe de Estado. En un comunicado, el Catorce de Junio exhortó el 3 de agosto a la integración de un “Frente Nacional de Defensa de la Constitución y contra el golpe de Estado militar”. Durante todo ese mes, hubo varios encuentros entre líderes de esa agrupación y del PRD en un vano esfuerzo para alcanzar un acuerdo como el propuesto. Bosch fue advertido, por diferentes vías, de la posibilidad de que estuviera en marcha una conjura, pero no les concedió importancia. Las relaciones del Presidente con la alta dirigencia de su partido eran ya, para entonces, muy frías. Miolán había dejado de visitar el Palacio y las quejas de que Bosch desatendía al Partido eran frecuentes, según mis entrevistas con altos líderes del PRD de aquella época, el propio Miolán, Washington de Peña, Rafael Molina Ureña y Juan Casasnovas Garrido, Presidente del Senado.
Muchos años después del golpe, los adversarios de Bosch seguirían sosteniendo que él hizo poco para evitar los acontecimientos posteriores. Sin embargo, en su libro Crisis de la Democracia podemos encontrar respuestas a muchos de sus comportamientos que en 1963 resultaban inexplicables para sus colaboradores y amigos. “No podemos olvidar”, dice, “que cualquier Gobierno democrático latinoamericano que se resista a usar el poder para el provecho de unos pocos, sean nacionales o extranjeros, no puede sostenerse en este mundo subdesarrollado de piratas con Cadillacs. Es comunista y hay que destruirlo”.
Ninguno de sus adversarios le ha reconocido nunca la posibilidad de que él, Bosch, no estuviera dispuesto a ceder ciertos principios en aras del mantenimiento del poder.
La Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) generó un documento sobre la tolerancia de Juan Bosch, como presidente, con los movimientos de izquierda, lo que aumentó las tensiones entre los Estados Unidos y el efímero ensayo democrático de Juan Bosch y el PRD.
Bosch, a juicio de la agencia, era un nacionalista y ególatra obsesionado por el temor de aparentar ser un títere de los norteamericanos. En esa tesitura era poco probable que él estuviera dispuesto a aceptar consejos de los Estados Unidos de cómo manejarse con los comunistas. Reconocía igualmente la importancia de que los intentos de reforma tuvieran éxito. “El peligro comunista en la República Dominicana no es inmediato, aunque sí potencial. Dada la actual libertad para organizarse y agitar, los comunistas estarán mejor preparados para sacar provecho de algunas oportunidades futuras”. Si Bosch fracasaba en llenar las expectativas de las masas dominicanas, o sí es derrocado por un golpe revolucionario, los comunistas tendrían la oportunidad, advertía el memorándum, de asumir el liderazgo del movimiento popular, que hasta entonces controlaba Bosch.
La CIA no abrigaba demasiadas esperanzas, sin embargo, en la capacidad de Bosch para enfrentar los problemas. El era básicamente un escritor y maestro, que en su juventud había trabajado como empleado en un almacén de tabaco, de educación formal limitada, que pasó casi veinticinco años de su vida en el exilio moviéndose por el Caribe en estrecha asociación con la llamada “izquierda democrática”. Su experiencia estaba asociada más a las intrigas que caracterizaban entonces la vida política de la región que a las complejas sutilezas del manejo del poder y de la burocracia. Según la CIA, Bosch estaba condicionado por estos antecedentes, que lo habían preparado “para desempeñarse como un elocuente protagonista”, pero no como un administrador eficiente. Carecía, por tanto, de la habilidad de un político experimentado para acomodarse a las conveniencias de los intereses políticos en juego.
Las elecciones del 20 de diciembre le habían proporcionado la suficiente mayoría congresional (23 de los 27 asientos del Senado y 49 de los 74 escaños de la Cámara de Diputados) para proceder con autoridad. Su logro principal, al cabo de sus primeros cien días, podían resumirse en la promulgación de una nueva Constitución que, como hemos visto, había unificado a la oposición en su contra. Al entender de la CIA esa Constitución era una de las causas de la inconformidad de lo que describía como “elementos tradicionalmente privilegiados de la sociedad dominicana”.
Particularmente, la Iglesia se sentía ofendida por omisiones y disposiciones que afectaban sus relaciones tradicionales con el Estado y que tras la firma del Concordato, en pleno apogeo de la Era de Trujillo, quedaron oficializadas. El memorándum pasaba a analizar a seguidas la naturaleza profunda de los problemas económicos y sociales del país, admitiendo que la reforma agraria y el desempleo urbano parecían tener prioridad sobre los otros. Bosch en cierta medida era un afortunado. Con respecto a la reforma agraria, la expropiación de las antiguas propiedades de los Trujillo no hacía necesaria la confiscación de propiedades privadas para asentar a los campesinos. Los bienes heredades de la dictadura representaban alrededor del 60 por ciento del terreno cultivable del país “así como también una gran porción de su capacidad industrial”. El Presidente había hecho mención de eso en su discurso inaugural.
Los problemas de Bosch no se limitaban a su trato con la oposición. Provenían también de la propia esfera social. Sus vínculos con el PRD, que sostuvo su candidatura presidencial y aún le apoyaba, se encontraba en su punto más bajo. La CIA creía que el centro de estas rencillas residía fundamentalmente en las relaciones de Bosch con Ángel Miolán, a cuyo cargo estaba el partido. Los vínculos entre ambos eran propiamente políticos, no personales. Miolán, en efecto, estaba disgustado por el trato indiferente que Bosch daba al partido. La influencia de la organización podía considerarse mínima, casi nula, en las decisiones gubernamentales. La agencia norteamericana estimaba que esta postura de Bosch era el resultado de su fuerte inclinación al “liderazgo personal” y su desconfianza de cualquier otro líder potencial. La cultura de intrigas características de la política caribeña influía mucho en él y le hacía desconfiar de todo el mundo.
El peligro proveniente de la derecha residía en su falta de control sobre las Fuerzas Armadas y la Policía. En tales circunstancias, la CIA temía que grupos civiles que creían amenazados sus intereses por las propuestas de reforma del Gobierno pudieran instigar con éxito una asonada militar. El único freno a tal posibilidad, decía la agencia, lo constituía, a mediados de junio, “la bien conocida actitud de los Estados Unidos de apoyar la administración, como el gobierno constitucional debidamente elegido”. Imbert controlaba efectivamente la Policía y Bosch temía y recelaba de él. También, según la CIA, no se atrevía a destituirlo.
Con todo, parecía que a despecho de estas dificultades, la posición de Bosch, a mediados de junio, tras sus primeros cien días en el poder, no revestía peligro. Los elementos más conservadores del país, agrupados en la Unión Cívica y la naciente Acción Dominicana Independiente, no contaban con el suficiente poder ni la capacidad de movilización de masas para oponérsele en el plano del debate político. Pero algunos de ellos se sentían desplazados, resentidos con la victoria aplastante de Bosch en las elecciones de diciembre. Su resentimiento provenía, según el memorándum de la CIA del 14 de junio, de que el Presidente había llegado tarde al escenario político, permaneciendo en el exilio, mientras ellos se enfrentaban localmente a la tiranía. Notable entre ellos eran los generales Antonio Imbert y Luis Amiama Tió, los dos únicos sobrevivientes del tiranicidio del 30 de mayo de 1961, y Viriato Fiallo, líder de la UCN, a quien Bosch derrotara por amplio margen en las elecciones.
De hecho, la agencia aseguraba en dicho informe, que no existían evidencias hasta entonces de que Bosch fuera comunista. Los cargos en ese sentido le parecían débiles, resultado de su tolerancia hacia los grupos de esa ideología.
En 1963 los comunistas, si bien estaban ganando algún espacio en el escenario político dominicano, carecían de la fuerza numérica para influir en el curso de la vida nacional. Funcionaban con efectividad sólo cuatro partidos propiamente comunistas o de izquierda revolucionaria: el Partido Socialista Popular (PSP), que era un grupo de línea ortodoxa; el Partido Nacionalista Revolucionario (PNR), heterodoxo; el Movimiento Popular Dominicano (MPD), dirigido por Máximo López Molina; y la Agrupación Política Catorce de Junio. De todos, éste último era el único con real ascendencia en las masas. Su líder, el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), gozaba del prestigio emanado de su oposición a Trujillo. Había sufrido persecución, sometido a crueles torturas y pasado por la horrible experiencia del asesinato, por motivos políticos, de su esposa, Minerva Mirabal, muerta y lanzada a un precipicio junto a otras dos hermanas, Patria y María Teresa. El asesinato había ocurrido, a finales de 1960, estando él, Manolo, en prisión.
El Catorce de Junio gozaba de amplia aceptación entre la juventud, los estudiantes y la clase media profesional. Era, además, el único de los cuatro grupos mencionados que poseía el status legal de partido político. En conjunto, según el informe de la CIA de mediados de junio, esas cuatro organizaciones apenas poseían en sus registros cuatro mil activistas, la mayoría de ellos concentrados en las áreas urbanas. Estaba claro que, para todos los fines de conspiración, los comunistas carecían de fuerza suficiente para constituir una amenaza real contra el orden constitucional.
Con frecuencia, Bosch era tildado por la derecha como reacio a actuar contra la creciente actividad de la izquierda. Sin embargo, la realidad era otra. Siempre que ésta enfrentaba directamente sus actuaciones, Bosch la encaraba. Particularmente severas habían sido las posturas del Gobierno frene a los intentos de paralizar las actividades públicas y declarar una huelga general. La desintegración de las poderosas federaciones de maestros FENAMA y de empleados de la administración pública FENEPIA eran reveladores del comportamiento de Bosch frente a la izquierda. Estos antecedentes, sin embargo, no acallaban las acusaciones. Bosch inconscientemente les estimulaba negándose a actuar contra esos grupos mientras ellos no interfirieran en su contra y se limitaran a criticar el orden tradicional y los intereses de la oligarquía.
El valor de estos informes alcanzaba a veces una importancia incalculable. Acontecimientos que cambiaban el curso de la vida de muchas naciones se fundamentaban en memorándum como esos. Los servicios de inteligencia norteamericanos no creían que los comunistas fueran una amenaza inmediata en la República Dominicana, según se apreciaba del informe de fecha 1 de junio, pero la prensa estadounidense y los sectores más conservadores dominicanos seguían insistiendo en ello. En agosto arreciaron las manifestaciones de Reafirmación Cristiana y aumentó el número de artículos en periódicos de los Estados Unidos advirtiendo sobre la inminencia de una revolución al estilo de Fidel Castro en la República Dominicana.
La primera de estas manifestaciones se realizó en Santo Domingo y pronto fueron llevadas al interior. El 6 de agosto, Mario Bobea Billini, columnista de El Caribe, escribió que el éxito de la demostración, celebrada en el céntrico parque Independencia, constituía “un mentís a la aseveración de los comunistas y filo comunistas de que los sectores moderados –calificados por ellos de reaccionarios- no poseen masas”. Los organizadores habían calculado la asistencia en alrededor de cuarenta mil, según resaltaba el Listín Diario. El Gobierno no prestaba a estas actividades la importancia que tenían. Sin embargo, Bosch llamó en esa ocasión ante él al jefe de la Policía, general Belisario Peguero Guerrero, para pedirle una estimación correcta de los asistentes.
El oficial le rindió un informe que situaba esa asistencia en no más de diez mil personas y, a entender de Bosch, “así debía ser” porque en el sitio donde tuvo lugar la reunión “no podían caber más de diez a doce mil personas” (Crisis de la Democracia). La importancia de estas actividades contra el Gobierno no residía, sin embargo, en este punto. Bosch no parecía apreciar esta sutileza y su partido, el PRD, semi-desmantelado y distanciado de su líder, estaba desprovisto de capacidad para neutralizar la situación con respuestas similares.
Entre tanto, los organizadores –encabezados por el ingeniero Enrique J. Alfau, doctor Manuel Aquiles Rodríguez, doctor Antonio Frías Gálvez, Julio Cruz y Gloria Kunhardt-, se ufanaban del éxito obtenido, resaltando que la concentración se había realizado con una anticipación de apenas setenta y dos horas.
La publicación de nuevos y más alarmantes artículos sobre la amenaza comunista en la República Dominicana en periódicos influyentes de los Estados Unidos, alentaban las actividades de estos grupos, que respondían a las directrices de Acción Dominicana Independiente. Alfau, con sus manifestaciones de fervor a Cristo y contra el comunismo se apoderaba del país y José Andrés Aybar Castellanos, desde su posición de inspirador de Acción Independiente, poco a poco desplazaban el papel que había asumido la Unión Cívica. Los elementos más conservadores de la derecha dominicana se fortalecían a costa de los más moderados. Esto era lo que Bosch, asediado por multitud de problema, lucía incapaz de percibir.
En los primeros días de agosto, diarios de Miami y Nueva York destacaron despachos remitidos por sus enviados especiales a Santo Domingo, refiriéndose al peligro de viajes de funcionarios a Cuba y el regreso de personas catalogadas como “peligrosas” abanderados del marxismo. Prensa Libre, el periódico que dirigía Bonilla Aybar, editorializó expresando “alarma” por el viaje de ministro de Obras Públicas, Luis del Rosario Ceballos, y Jules Dubois, el famoso corresponsal norteamericano, escribió para su Chicago Tribune un amplio artículo que comenzaba diciendo “El apoderamiento por los comunistas de la República Dominicana, se está convirtiendo en dura realidad con extraordinaria velocidad”.
Prensa Libre se peguntaba en otro editorial “¿Hacia dónde llevan al país?”.
Mientras se intensificaban las actividades en su contra, Bosch tomó la decisión de aceptar la invitación oficial para visitar México. Lo informó primero al embajador Martin que a la nación.
El viaje tendría lugar a finales de la primera quincena de septiembre, entre el 13 y el 14. Martin le preguntó sobre las presiones que el general Luna ejercía para que el Gobierno adquiriera en Gran Bretaña varios aviones a reacción Hawker Hunter, después que el Presidente le dijera que el jefe de la Fuerza Aérea iría con él en el viaje.
Martin se oponía a la compra de esos aviones. Tal vez lo motivaran algunas razones. Pero en su libro él mismo confiesa que esa adquisición disminuiría la influencia de sus asesores militares en las Fuerzas Armadas. Bosch lucía inquieto cuando le confió a Martin que el general Luna le había dicho que los pilotos tenían “baja moral” debido a que necesitaban nuevos aparatos ante el envejecimiento de los Vampiros, que eran, con los antiguos P-51, Mustang, los aparatos más modernos de la Fuerza Aérea.
Según el embajador norteamericano, Bosch le habría dicho que desconfiaba de Luna, porque le creía un “negociante” y que pensaba hablar seriamente con él camino de México. Entonces le comentó que una inversión de cinco millones de dólares en Hawker Hunter podía tranquilizar a unos cuantos pilotos, pero siempre sería una mejor decisión utilizarlos en obras públicas, para dar trabajo a miles de desempleados. “Yo encontraba difícil el conseguir dinero de Washington (para el Gobierno) y el asunto de los Hawker Hunters no serviría de nada”, escribió Martin sobre esa entrevista con Bosch. “Si compraba aviones ingleses no tendría sentido que hubiese una misión importante norteamericana de la MAAG”.
Para entonces, Imbert, a quien Martin fue a ver inmediatamente después de su reunión con Bosch, prestaba creciente interés a las versiones de descontento entre los militares. Imbert, le dijo al embajador que el ministro de las Fuerzas Armadas, Viñas, y el jefe del Ejército, Hungría Morel, le habían dicho que era necesario quitarle el mando a Bosch. No se trataba propiamente de un golpe, sino neutralizarlo, despojarlo del poder real y convertirlo en una marioneta de los mandos castrenses. Imbert, a la respuesta de que un golpe le haría el juego a los “castro-comunistas” le habló del coronel Wessin; “es duro contra los comunistas” y, además, “valiente”. Imbert no pensaba, sin embargo, que Wessin se propusiera actuar por el momento.
Le habló de las “estafas” en el ejército. “Era como si todo el mundo intentase”, escribió Martin, “sacar lo suyo antes de que todo se viniese abajo”.
Bosch realizó una nueva visita a la base aérea de San Isidro a comienzos de agosto. Era la primera desde el áspero incidente en que había rechazado el intento de ultimátum que culminó con la separación del capellán Marcial Silva y el mayor abogado Haché. La inesperada aparición en la base se relacionaba con su proyectado viaje a México.
Llamó la atención del Presidente un viejo y destartalado DC-4 en desuso y le anunció al general Luna que haría el viaje en ese aparato. El oficial estaba informado de que él también formaría parte de la comitiva oficial. Como experimentado piloto, Luna sabía que el avión seleccionado por el Presidente no estaba en condiciones de hacer la travesía. Estaba fuera de servicio y pasado de horas de vuelo.
Luna hizo llamar ante el Presidente al coronel Pedro Bartolomé Benoit, jefe del Comando de Mantenimiento de la Fuerza Aérea. Benoit tenía bajo su dirección a 400 hombres, y de su comando dependía todo el movimiento de los equipos bélicos del cuerpo, especialmente los aviones. Benoit confirmó la explicación del general Luna e que el DC-4 era un avión fatigado. En este antiguo aparato de Cubana de Aviación, el general Fulgencio Batista había salido de Cuba, el 31 de diciembre de 1958, ante el triunfo de las guerrillas de Fidel Castro.
Partes esenciales del metal del avión estaban debilitadas por las vibraciones causadas por el exceso de uso. El fuselaje había sufrido mucho por la enorme cantidad de aterrizajes realizados. Una reparación debía evitar que esto causara fallas estructurales que accidentaran en pleno vuelo el aparato. La observaciones bastaban para disuadir a cualquiera. Luna insistió ante Bosch que el viaje se hiciera en un aparato en mejores condiciones de Dominicana de Aviación.
Pero Bosch preguntó a Benoit si finalmente creía que el CD-4 podía realizar el viaje y regresar sin contratiempos, en caso de que se reparara el motor. El oficial contestó afirmativamente y el Presidente decidió que haría en ese aparato su viaje a México.
La reparación duró todo el mes de agosto y los primeros días de septiembre. La Fuerza Aérea solicitó la compra de dos motores. Bosch autorizó sólo la de uno. Finalmente, sin embargo, a finales de la primera semana del mes de septiembre, todo estaba listo para el viaje presidencial.
Acompañado del ministro Viñas Román, del general Luna, de su asistente militar, el coronel Calderón y de otros altos oficiales, Bosch emprendió su primera y única misión en el exterior como jefe del Estado. La travesía se cumplió con una escala en Kingston, donde Bosch celebró una reunión con el primer ministro Alexander Bustamante. A la mañana siguiente, emprendió vuelo de nuevo para una escala técnica en Belice.
El Presidente llegó a Ciudad México, como tenía previsto, exactamente al mediodía del 14 de septiembre. En la entrevista que concediera a la prensa mexicana e internacional, al final de su visita oficial a la nación azteca, Bosch daría declaraciones proféticas. A una pregunta acerca de la posibilidad de un restablecimiento de relaciones entre República Dominicana y Cuba, Bosch eludió una contestación directa y se adentró en el análisis de los problemas que conllevan dirigir un gobierno democrático en la América Latina de esos días.
“El problema es el siguiente”, dijo Bosch. “Es muy difícil entenderse sobre Cuba, como sobre cualquier otro, cuando se vive en situaciones históricas, sociales y económicas tan diferentes como la que viven en los Estados Unidos y las que vivimos en la República Dominicana”. El periodista que le había formulado la pregunta era un corresponsal norteamericano. El Presidente se dirigió directamente a él a continuación: “Para ustedes no hay problemas en cuanto afirmar o no afirmar la democracia; no hay norteamericano con hambre. Ningún Presidente norteamericano tiene que temer un golpe de estado militar. Sabe que inicia su período y lo terminará”. En cambio, para un pueblo como el suyo, el dominicano, continuó Bosch, “la democracia tiene que ser un régimen que garantice los derechos de los ciudadanos y su derecho a comer, a trabajar y a pesar y a moverse, dentro del estricto apego a la ley”.
El hecho consistía en que su país vivía un momento político histórico. Según siguió diciendo Bosch, “la política se manipula, pero la historia se crea. No puede verse el caso de la República Dominicana desde el ángulo de la democracia norteamericana, ni desde el ángulo del régimen mejicano sino desde el ángulo de la República Dominicana. El pueblo dominicano le teme a la palabra democracia porque con ella se le mató, se le explotó y tenemos que enseñarle qué es la democracia”.
Más adelante expresaba su fe en el pueblo en la creencia de que la América Latina tenía dos principios cardinales que gobiernan la vida nacional. Uno era el amor a los derechos humanos y el otro el amor a la independencia. “Estas dos cosas no hay que fomentarlas en la República Dominicana, sino permitir que crezcan naturalmente, quitándole de encima el temor a Fidel Castro y el temor a la democracia disfrazada de Trujillo”. En la América Latina, gobiernos como el suyo siempre estaban bajo la permanente amenaza de un golpe de estado.
En su lejana tierra, en medio del proceloso mar Caribe, sus enemigos trabajaban para no desmentirle.
La personalidad de Bosch cautivó a la prensa mejicana. Era la primera visita de un jefe de Estado extranjero a la celebración del Grito de Dolores. Pero los festejos del 153 aniversario de la Independencia de México estuvieron a punto de ser estropeados por un desacuerdo respecto al protocolo. El presidente dominicano se resistió en principio a colocarse la banda que ya había rechazado en el acto de su propia juramentación. Bosch rechazó también la condecoración del Águila Azteca en la creencia de que al pueblo dominicano no le gustaban las condecoraciones porque Trujillo había abusado de ellas. Bosch no dio su brazo a torcer respecto a la condecoración. Pero debió someterse al protocolo en lo concerniente a la banda cuando apareció junto a López Mateos en El Zócalo, la plaza principal de la capital mejicana que esa noche estaba atestada de gente. Bosch y López Mateos intercambiaron regalos en el Palacio de los Pinos, la residencia oficial del Presidente. El mejicano le entregó a Bosch un estuche con dos gallos de pelea labrados en oro, plata y cobre y una réplica de la campana de Dolores. Bosch le entregó una caja de puros fabricados en el país, una caja de arroz, trigo, granos de cacao y pequeñas porciones de dos tipos de café. Había, además, un par de gallinas de Guinea vivas en una jaula rústica de madera y fibras, que motivaron comentarios en la prensa azteca. El enviado especial del Listín Diario, Federico Henríquez Gratereaux, reportó que la negativa del mandatario a “usar los signos exteriores del poder, como es una banda presidencial” había dado lugar a una “batalla diplomática “que Bosch reconoció haber perdido.
Todo el viaje estuvo lleno de expectación. En la escala previa en Kingston, el Presidente dio órdenes de mantener los equipajes en el avión. Debido a esa extraña disposición, muchos de sus acompañantes, incluyendo los corresponsales de la prensa dominicana, llegaron a Ciudad México sin afeitarse y sin cambiarse de ropas. De regreso, al hacer escala en Mérida, Bosch descendió del avión para visitar lugares históricos. Se detuvo frente al Instituto Yucateco de Antropología e Historia. Pero no pudo entrar porque ya estaba cerrado y ninguno de los porteros tenía las llaves de la puerta. Inmediatamente regresó al aeropuerto en medio de un fuerte aguacero.
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