martes, 11 de junio de 2013

BUENAVENTURA BAEZ SEGÚN JOSE GABRIEL GARCÍA



Buenaventura Báez, híbrida mezcla de caucasiano y etíope, surgió a la vida pública del torbellino
revolucionario que en marzo de 1843 cambió la faz política de la nacionalidad haitiana.

Sin estudios teóricos ni conocimientos prácticos, sus primeros pasos como hombre de
aspiraciones llevaron impreso el sello del escándalo, y se resintieron de los defectos de la educación licenciosa que había nutrido su juventud.

Eco inconsciente de una grande idea, la abolición del exclusivismo de las razas, en vez de
facilitar dificultó el triunfo de las doctrinas liberales en la Constituyente de Puerto Príncipe,
tan solo por pagar usurero tributo a una vanidad pueril, que le impulsaba a remedar de una
manera deforme la figura colosal de Mirabeau.

Las alocuciones prestadas que con impolítico desparpajo pronunciara entonces en las
asambleas populares de la capital de Haití, le valieron con la inmerecida fama de hombre arrojado
y valeroso, la no menos infundada de político inteligente y de constante revolucionario.

Deslumbrado por este juicio, que así tuvo de exagerado como de inconsulto, el imprevisivo
Mr. Levasseur le confió, con ligereza inaudita, la delicada misión de propagar en la parte
española las ideas anexionistas a la Francia, predominantes en algunos círculos haitianos para aquella época, en tanto que el Gobierno presidido por el general Charles Hérard, ainé, le
nombraba corregidor del departamento de Azua, y le confería la peligrosa tarea de oponerse a
la separación dominicana, proyectada con buen suceso desde 1838, por el patriotismo inimitable
de Sánchez y de Duarte.

En el ejemplar de este texto que utilizamos para la presente edición, aparece una nota de puño y letra del historiador
García, la cual dice así:
Manifestación necesaria
Como abundan mal intencionados que se complacen en atribuirme indistintamente todos los impresos relativos a los asuntos
políticos de Santo Domingo que han circulado por el mundo en los últimos tiempos, me creo obligado impedir que los efectos de esa
maligna propensión se hagan extensivos también a aquellos escritos que por su naturaleza no pueden hacerme favor, o están en
abierta contradicción con mis principios. Y como en ambos casos se encuentra el referente a la genealogía del señor Báez, que sirve
de cáustica introducción a este opúsculo, ubicado en los Estados Unidos sin mi anuencia ni conocimiento, protesto bajo mi palabra
de honor que no tengo participación en el mencionado escrito, y que lo desapruebo altamente, porque sobre no sentirme animado en
contra de nadie por el odio que respira, alimento la creencia de que por agudas que estén las pasiones, nunca hay motivo bastante
poderoso para remover las respetables cenizas de nuestros muertos de los muerto, ni hará levantar el velo sagrado que cubre los secretos
de la vida privada de las familias.
Al hacer esta manifestación confío en que no habrá dominicano que piense mal de ella, atribuyéndole un móvil que no sea digno
de todo hombre que sepa respetarse.


Adocenado batallador y mandatario presuntuoso, más que prosélitos conquistó enemigos para su doble causa, porque aunque en su afán por alcanzar un triunfo seguro recurrió,
torpemente por cierto, a la fuerza estratégica del arte y de la intriga, ni sus palabras encontraron eco, ni sus ideas acogidas, aclimatada como se encontraba ya entre las masas populares la
noble aspiración a la independencia nacional.

Esta noble aspiración se vio al fin realizada el 27 de febrero de 1844, día memorable
en que Francisco del Rosario Sánchez, guiado por la divina inspiración que dominara a
Josué frente a las murallas de Jericó, logró destruir de cimientos el carcomido edificio de la
dominación haitiana, enseñando a los dominicanos el grito sacrosanto de Separación, Dios,
Patria y Libertad, con que anunciaron al mundo su ingreso como pueblo libre en la comunión
política de las naciones civilizadas.

Triunfo tan maravilloso de las ideas nacionales, no pudo menos de constituir una
completa derrota para Báez tanto en su condición de autoridad haitiana, como en su calidad de
revolucionario francés. Así fue que, atormentado por el mal éxito de sus locas empresas, se dejó
dominar por el vértigo que en las almas ruines producen la envidia y el despecho, no tardando en
conquistarse nuevos títulos al odio y al desprecio de sus conciudadanos; porque primero protestó
de una manera ridícula, a nombre del rey de los franceses, contra la creación de la nacionalidad
dominicana, y después provocó, cual otro Conde don Julián, la entrada por las fronteras del Sur,
de las tropas haitianas que el día 19 de marzo pagaron en Azua con una sangrienta derrota, su
necia pretensión a querer pisar de nuevo como dominadores el suelo libre de la patria.

Dos ideas encontradas dividían a los políticos dominicanos, cuando en 1843 se propusieron utilizar los resultados de
la revolución de Praslin, para librarse de la dominación haitiana, que desde el mes de enero de 1822 le había sido impuesta
al país por una sorpresa inaudita.
Los prohombres del partido liberal, creado a la sombra de los acontecimientos que precedieron a la caída del presidente
Boyer, trabajaban resuelta y ostensiblemente por separar de la República haitiana la antigua parte española de la Isla.
Los prohombres del partido conservador, cuyo origen remonta a la época de la ocupación francesa, hacían abierta
oposición a las ideas separatistas de los liberales, trabajando aparentemente por sostener la indivisibilidad del territorio, al
paso que lograban entenderse en secreto con Mr. Levasseur, cónsul general en Haití, sobre la anexión a Francia de la antigua
parte española, o la constitución en ella de un Estado soberano protegido por aquella monarquía, a la que aseguraban como
compensación de los sacrificios consiguientes al protectorado, el arrendamiento o enajenación definitiva de la bahía de
Samaná.
En el elemento liberal figuraban en primera línea Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella,
Pedro Alejandrino Pina, Juan Isidro Pérez, el presbítero doctor José Antonio de Bonilla, y oros patriotas no menos ilustres.
En el elemento conservador sobresalía Buenaventura Báez, como no pudo dejar de confesarlo en el manifiesto que
dio en Santómas en 1853, y como lo prueban las siguientes palabras del Boletín Oficial de 25 de marzo de 1858, época de
su segunda administración: Más tarde Riviere condenaba a Báez por un derecho, atribuyéndole el movimiento de la parte española,
mientras que sus enemigos pretendían hacerle sospechoso a la revolución, que lejos de contrariar, concibió bajo otras formas igualmente
nacionales. (Nota del autor).
3
Cuando Francisco Soñé secundó en Compostela de Azua el movimiento separatista inaugurado por Sánchez en
Santo Domingo, Buenaventura Báez, que ya había dado aviso anticipado del suceso al presidente de Haití, estimulándole
por medio del capitán José Ziverio y del ciudadano Juan Ramírez, a que marchara inmediatamente con tropas sobre la parte
española, se presentó a la plaza de armas montado en un hermoso caballo blanco, y después de protestar solemnemente,
desde el altar de la patria y en su calidad de maire haitiano, contra la aspiración de los dominicanos a constituirse en nación.

Víctima de tantas exageraciones como felonías, continuó siendo durante algunos
meses objeto de justas y fundadas persecuciones,
 hasta que en la funesta y nunca bien
maldecida discordia civil, que interrumpió por la vez primera la paz de que disfrutaba
la familia dominicana, le coronó con la aureola del mártir, y le colocó para ludibrio y
vergüenza de la patria de Núñez de Cáceres, de Sánchez y de Duarte, en uno de los asientos
que los fundadores de la República reservaran en sus decisiones a los hombres de saber y
de patriotismo.

Partícipe intruso de los festines nacionales, el impulso de un favoritismo, que así tuvo de
inmoral como de inexplicable, le llevó en 1846 ante las cortes europeas en representación de
la nueva nacionalidad, no obstante hacerle impropósito para el caso las condiciones especiales
de su persona y la limitación de su oscura inteligencia.

Diplomático inhábil y político vulgar, su dilatada misión a España, Francia e Inglaterra
no produjo los buenos resultados que se propusiera el gobierno del general Santana, y
por consiguiente, solo dejó como recuerdo imperecedero de su estéril existencia, la cuenta
escandalosa de gastos que tuvo que soportar la República incipiente.

A consecuencia de esta circunstancia, el gobierno del general Jimenes le retiró los
poderes oficiales de que se encontraba revestido, y le llamó al seno de la patria en 1848;
pero nuevo Caín, señaló su funesto regreso a ella, convirtiéndose en apóstol infatigable de
la segunda guerra fratricida con que el pueblo dominicano hubo de llamar la atención del
mundo civilizado.

libre e independiente, hizo la ridícula y pública manifestación de que se ponía desde aquel momento bajo la protección inmediata
de S.M. el Rey de los Franceses, de quien era entonces, en fuerza de sus aspiraciones del momento, esclavo sumiso y entusiasta
admirador. (Nota del autor).
4
Báez fue reducido a prisión en Baní, por orden del general Ramón Santana, a consecuencia de que en Azua aparecieron
cartuchos de tierra en las guardias y en los cuarteles, acusándole la opinión pública como el autor del escandaloso fraude.
Conducido a Santo Domingo, debió su libertad a los esfuerzos del general Pedro Santana, ayudado por un almirante
francés, que frecuentaba los círculos en que se deliberaba con la combinación de Levasseur.
5
La conspiración del general Santana contra la Junta Central Gubernativa, promovida por el elemento conservador
utilitarista, que luchando en Santo Domingo, desde la época de la ocupación francesa, por vivir adueñado de la cosa
pública, no trabaja sino en pro del triunfo de las ideas antinacionales que forman su credo político. A ese elemento
pernicioso, de que Báez es el representante más caracterizado en la actualidad, se deben la ocupación haitiana de 1822, el
plan Levasseur de 1843, la anexión española de 1861, y las aspiraciones de los yankees a adueñarse hoy de la República.
(Nota del autor).
 6La conspiración contra el gobierno del general Jimenes, juzgada por el Boletín Oficial de 22 de octubre de 1857, época de la
segunda administración de Báez, en los siguientes términos:
“No pretendemos narrar los acontecimientos de 1849: bástenos decir que aquellos días azarosos han engendrado la situación
presente, porque en ellos desapareció la obediencia militar, se rompieron por lazos que unen al ciudadano con la autoridad, y se abrieron,
por decirlo así, las puertas de una eterna conspiración que había de traer días de aflicción para la República.
“La ley de la fuerza quedó promulgada por el tirano, que impuso penas severas a todos los que dieron su apoyo al gobierno
legítimo, y las conciencias aterradas por la disolución de la obediencia a la autoridad, han producido hoy en gran número de individuos
y poblaciones, ese fenómeno de la insubordinación de varios jefes vacilantes, a los cuales ha llamado Santana espontaneidad de los
pueblos…”
Que Báez tuvo gran parte en esa revolución que tan claramente juzgó su periódico oficial, lo dicen muy alto las siguientes palabras
del mismo Boletín, en su edición correspondiente al 28 de enero de 1858:
Santana, auxiliado por Báez, realizó en 49 la toma de la capital sin sangre, y dijo para sí: yo ya sé tomar una plaza.
Y que no solo tuvo gran parte en la revolución de 1849, sino que fue su autor, se deduce de otro escrito publicado en el periódico a
que aludimos, en 25 de marzo de 1858, en el cual se lee esta frase:
Báez no debe a Santana los precedentes que le elevaron a la presidencia. En 1849 se encontraba este en El Seibo y en desgracia, de
donde Báez le sacó esforzándose en el Congreso por sacarlo de la nulidad en que se hallaba. (Nota del autor).


Revolucionario sin conciencia, fue de los que provocó con la estudiada desmoralización
del ejército de Azua el triunfo de las armas haitianas en 1849;7
 y cuando el águila del naciente
imperio amenazaba devorar entre sus sangrientas garras el corazón de la patria, siempre antinacional, siempre turbulento, presentó a sus aterrorizados conciudadanos como única tabla
de salvación, la muerte de la República Dominicana por medio de su extravagante incorporación, como colonia esclava, a la monarquía absolutista de Clodoveo y de Luis XIV.


Como en 1843 y 1844, tampoco en 1849 le salieron a luz sus planes anexionistas, porque el
general Santana pudo despejar la atmósfera política, y libró al país de la absorción haitiana con la
admirable derrota dada a las tropas de Soulouque en los campos de Las Carreras. Empero, víctima
este caudillo, después de su triunfo sobre la administración del general Jimenes, de una aberración
inconcebible, hija del espíritu apasionado de partido, echó un denso velo sobre los antecedentes antipatrióticos de Báez, y le colocó bajo su dirección y tutela en la silla presidencial de la República.

Elevado al solio del poder a disgusto de todos los partidos, y sin más apoyo que la espada
y la voluntad de hierro de Santana, la primera administración de Báez no fue para el pueblo dominicano sino un pesado letargo, que adormeciendo todas sus fuerzas vitales, produjo
el enmudecimiento de los resortes del progreso social y político del país, y mató las justas
aspiraciones de los hombres de ideas adelantadas.


7
Más que a la conocida ineptitud del general Jimenes, se debió la pérdida de Azua en 1859, a los esfuerzos de los
enemigos de su administración, que aunque eran dueños de la mayoría en el Congreso Nacional, necesitaban de ese
descalabro para justificar ante la nación y el mundo, el extraño llamamiento que a propuesta de Báez hicieron del general
Santana, en cuyas manos depositaron el mando del ejército para que más tarde se adueñara del poder tumultuosamente. ¡Y
sin embargo de estos antecedentes, Báez persigue y fusila hoy a los dominicanos, por odio al santanismo! ¡Qué horror!
En la proclama que en 16 de agosto de 1857 expidió al gobierno provisional de Santiago, acusando a Báez de traición,
por haber concertado con el jefe de Haití la ruina de la República, se lee además esta frase que corrobora en parte el juicio anterior: la
táctica del emperador Soulouque y del presidente Báez será la misma que emplearon en Azua en 1849. (Nota del autor).
8
Públicos fueron para toda la República los manejos anexionistas de Báez con el cónsul francés Víctor Place; y de
tal manera llegaron a tener fe algunos hombres, de los del elemento conservador, en el afrancesamiento de la República,
que cuando la música militar anunciaba en Santo Domingo la entrada triunfal del general Santana, los más entusiastas se
echaban a la calle preguntando: ¿qué bandera traen las tropas, la francesa o la dominicana? (Nota del autor).
9
La verdadera elección popular recayó en el respetable ciudadano Santiago Espaillat, quien no quiso aceptar la primera
magistratura, en fuerza de la convicción que abrigaba, de que no había de poderla desempeñar con independencia, atendido
el espíritu absorbente del general Santana, y su conocida propensión a dominar la República sin respeto a los hombres ni
a las leyes. ¡Entonces Santana designó a Báez para reemplazarlo, como el más dócil de todos sus instrumentos, y el mundo
presenció el escándalo de que fuera tercer presidente de la nacionalidad dominicana, el maire haitiano de Azua que cinco años
antes había protestado contra su creación…!
He aquí lo que sobre el particular se lee en el Boletín Oficial de la segunda administración de Báez, correspondiente al
29 de octubre de 1867.
“Es preciso advertir que Santana solo eligiera presidente en la persona de otro, como pretendió con D. Santiago
Espaillat, que supo salvarse de la infamia asegurando que tenía ya demasiados años para prostituirse, y como la ensayó más
tarde con el actual presidente, a quien hizo pagar en el destierro el haberse emancipado de él en los días venturosos de su
presidencia”. (Nota del autor).
Báez, que durante ocho o diez años estuvo estrechamente ligado a Santana en política, sin discrepar un ápice en
punto a opiniones e intereses de partido, manda a pintar a su antiguo amigo y viejo protector, en el Boletín Oficial de su
segunda administración, correspondiente al 31 de diciembre de 1867, con los siguientes colores:
“¡Ecce homo! ¡He aquí el hombre! El hombre de 1841 con su fe púnica y sus perjurios, con sus ideas de ostracismo y
asonadas, con su maniático furor de provincialismo y localidad, haciendo de los suyos la guardia pretoriana y el cuerpo de
los lictores. He aquí al hombre del 45 amenazando de disolución el Congreso verdaderamente soberano de San Cristóbal,
marchando al frente de un escuadrón de caballería para aterrar a los representantes en sus curules, invadiendo su santuario
con botas de escudero y con sable de asesino, en medio de un cuerpo de sicarios; entrando en agrias y bárbaras discusiones
con los pocos libres que guardaban la entrada del templo de la libertad; arrojando sobre la mesa un artículo monstruoso (el
210), exigiendo la radiación de muchos otros, y determinando tiempo para la aceptación definitiva de aquella medida. He
aquí el hombre del 49, con su sitio, hijo de la felonía, con su capitulación violada instantáneamente, con sus depredaciones
de costumbre, con sus escándalos y violencias usuales”.
¡Así juzga Báez a Santana, cuando era su caudillo! ¡Así juzga actos en que tuvo participación! ¡Así juzga su obra, la
revolución de 1849! ¡Cuánta inmoralidad! ¡Cuánto cinismo! (Nota del autor).


La peligrosa intervención de los cónsules extranjeros en los asuntos domésticos de los
dominicanos, promovida por la torpeza política bautizada con el nombre de mediación; el
armisticio impremeditado, que abriendo ambas fronteras a la influencia haitiana, sembró
de serios inconvenientes el porvenir de la República; la celebración del tratado domínicofrancés, tan monstruoso por el carácter perpetuo de su duración, como perjudicial a los
intereses del país por sus inmoderadas estipulaciones; la desnaturalización de la marina
nacional, herida de muerte por el brazo homicida de Fagalde, presidiario francés de
Cayena; la humillación del ejército libertador de Cachimán y de Estrelleta, de Beler y de
Comendador, del Postrer Río y de Matayaya, condenado por el odio de un extranjero a
sufrir las más horribles flagelaciones;12 tres partidos levantados en 1851 para el sacrificio
inhumano de tres víctimas inocentes;13 el aumento del papel moneda en circulación, con
grave detrimento de la riqueza pública; el estanco infructuoso del producto de los ingresos
nacionales en casas de comercio del extranjero, con perjuicio manifiesto de las necesidades
perentorias del Estado; la división estudiada del partido conservador, en dos bandos de
enemigos irreconciliables; y el aumento de la fortuna privada del mandatario impopular,
fueron los únicos gajes que recogió el país de ese período político de triste recordación,
en que solo pudieron palparse los beneficios de una paz no interrumpida, merced a la
influencia y prestigio de que disfrutaba todavía el general Santana, que fue la columna
principal y el mejor punto de apoyo de la situación.


La mediación de la Francia y de la Inglaterra en la contienda domínico-haitiana, mediación promovida por Báez en
odio a los Estados Unidos de Norteamérica, comprometió de tal manera la independencia del gobierno dominicano, que
no podía el Presidente de la República dar un solo paso, siquiera fuera en la vía de la política local, sin obtener antes la
venia de Sir Robert H. Schomburgk y de Mr. Máximo Raybaud, que fueron los representantes de las potencias mediadoras
mientras duró la intervención. A la sombra de ella penetró el ejército haitiano en 1853 hasta los campos del Postrer Río, sin
que Francia ni Inglaterra lo impidieran; y a no ser por el heroísmo de que dieron pruebas los dominicanos en Santomé, el
Cambronal y Jácuba, la patria del 27 de Febrero habría desaparecido desde 1856, merced a la falta de tino político de uno
de sus más torpes y ambiciosos mandatarios. (Nota del autor).
12Carlos Fagalde, aventurero francés y presidiario de Cayenne a quien Báez elevó de improviso a comandante de la
marina nacional, impuso el castigo de azotes a los soldados y marineros dominicanos que servían bajo sus órdenes; pero Báez
cerró los oídos a las quejas que le dieron los que habían sido víctimas, y premió al verdugo dándole el empleo de coronel,
y colocándole en el número de sus ayudantes de campo. Envalentonado el soez aventurero con esta prueba de distinción
por parte del Presidente de la República, fue tan lejos en la vía de los excesos, que el dominicano más pacífico que se ha
conocido en estos últimos tiempos, se vio forzado a convertirse involuntariamente en su asesino. Esta circunstancia no
pareció atenuante a los ojos de Báez, y el sargento Juan de Mata expió en un patíbulo afrentoso, el delito de haber matado
a un hombre en defensa propia. (Nota del autor).
13Juan Martín, fusilado por Fagalde en Barahona a bordo del bergantín de guerra “27 de Febrero”, sin previo juicio ni
sentencia, y cuando todavía no estaba sano de la herida mortal que recibió frente el puerto de Los Cayos, al abordar y hacer
presa la goleta haitiana “Charité”.
Manuel Sordo, marinero de la goleta de guerra “Constitución”, fusilado por causa de Fagalde. El consejo de guerra que lo
juzgó a bordo de la fragata almirante “Cibao”, fue una verdadera inquisición. El coronel José Patín, que sirvió de fiscal, antes de
abrirse la audiencia, dijo al reo que ya sus sesos le hedían a ajo, frase vulgar con que quiso darle a entender que estaba prejuzgado.
El sargento Juan de Mata, sumariado, juzgado y fusilado con tanta precipitación, que Báez delirante con el francesismo,
como había delirado antes con el haitianismo, como deliró después con el españolismo, como delira hoy con el yankismo, y
como delirará mañana con el prusianismo, pudo darles a los franceses residentes en Santo Domingo la brutal satisfacción de
que el cadáver del dominicano fuera inhumado una hora antes que el del francés. (Nota del autor).



Los valiosos enemigos que Báez hubo de crearse durante su permanencia en el poder, no
le dejaron sin embargo bajar tranquilo del solio presidencial, ni retirarse a la vida privada a
gozar del fruto de sus especulaciones ilícitas, sino que haciéndole blanco de acusaciones alarmantes, impelieron al general Santana a que le condenara por medio de un decreto solemne,
a comer en playas extranjeras el pan amargo del desterrado político.

Proscrito de la patria en 1853, se colocó en la isla de Santómas como centinela avanzado
de la discordia civil, animado por el deseo de alcanzar la humillación de sus émulos, para lo
cual se entretuvo en recoger y asimilarse todos los elementos de oposición dispersos, a fin de
poderlos utilizar a favor de sus aspiraciones personales, y contrariar con ellos la administración segunda del general Santana, su antiguo amigo y su viejo protector.

A las gestiones revolucionarias que hiciera entonces desde la Antilla danesa, se debieron
en gran parte los desgraciados acontecimientos políticos del 25 de marzo, causa original de las
expulsiones de 1855, del sacrificio inhumano de las víctimas del 11 de abril, y de las escenas horrorosas que tuvieron lugar en la capital en la tarde del 2 de mayo de dolorosa recordación.


Obra fueron también de sus gestiones ambiciosas desde el destierro los escándalos
vergonzosos de 1856; y a su inmoral entendido con el cónsul español Segovia, se debió a la
célebre matrícula española que desmoralizando la segunda administración del general Santana,
enfermó de muerte al espíritu nacional, y cavó la fosa que más tarde había de servir de
sepultura al contrariado patriotismo de los dominicanos.


Al abrigo de la desorganización social y política introducida en la República por el
entrometimiento injustificable del señor Segovia en los asuntos domésticos de la familia
dominicana, regresó Báez al seno de la patria en 1856, engalanado con el título de caudillo
de un partido heterogéneo, compuesto de elementos desertados de los antiguos círculos
políticos, y fingiendo deseos de conciliación y armonía, que no tardó en desmentir, dando
pruebas de ambición ilimitada.


Elevado a la vice-presidencia de la República a causa de haberse retirado el general Santana
a la vida privada, e improvisado más tarde general de división y colocado en la primera magistratura del Estado, con motivo de la renuncia del general Regla Mota, sus primeros
pasos como gobernante se encaminaron a crear odios irreconciliables entre los dominicanos,
que hicieran para siempre imposible la conciliación y la tolerancia de los partidos.


Félix María Del Monte, autor del manifiesto en que salió apoyado el decreto era entonces el favorito de Santana, que
obtenía más atenciones. Sin embargo, desempeña hoy al lado de Báez el papel de consejero íntimo. ¡Cómo cambia el tiempo,
los hombres y las cosas! El manifiesto se encontrará al final. (Nota del autor).
15Félix María Del Monte, Manuel María Gautier, José María González y Nicolás Ureña de Mendoza, que habiendo
sido de los más ardientes oposicionistas de Báez durante su primera administración, estaban ya mal vistos de Santana a causa
de sus ilimitadas aspiraciones, fueron los que bregaron hasta última hora por arrastrar al benemérito general Sánchez a que
se lanzara a la revolución del 25 de marzo, con el intento de que se adueñara de ella anulando a Báez y sus esbirros, para lo
cual contaban con el apoyo del general Duvergé, que de antemano tenía serios compromisos con el héroe de la puerta del
Conde. (Nota del autor).
16Corolario son de esta verdad, las siguientes palabras de la Gaceta del Cibao: “Bien sabido es que Báez vino al país en
1856 a efecto de una revolución moral operada en la ciudad de Santo Domingo, de la cual fue jefe, a cortinas descorridas, el
ex-cónsul de S. M. C. señor don Antonio María Segovia; y que el simple hecho de permitir su regreso el juego de hombres que
regían entonces los destinos del país, desde el Senado y el Gabinete, fue la prueba más evidente de que estaban en derrota.
Verdad es, y de paso sea dicho, que esta no tuvo su origen en la unánime expresión de la voluntad nacional: tampoco en
una oposición parlamentaria, pues ya dijimos que tanto el cuerpo legislativo, como el gobierno, fueron vencidos. Hablando
castellano claro diremos, que el triunfo obtenido por el cónsul matriculador, se debió a la ineptitud de unos, a la dignidad
de otros, y a la debilidad de algunos”.
“Pues bien: lo que en las gentes que andaban por la alta atmósfera de los poderes sociales, fue casi un acto de entrega
a discreción, para todo el inmenso partido contrario a Báez fue una completa derrota”. (Nota del autor).


Las célebres puebladas de 1856, tan ofensivas a todos los respetos, como contrarias a
todas las consideraciones sociales; la monstruosa emisión de papel moneda, destinada a la
ruina de la agricultura cibaeña, y al provecho personal de un puñado de hombres escogidos
por el poder;17 la deificación de la ley sanguinaria de conspiradores, y el apoyo prestado a
la constitución absolutista de 1854, no obstante haber sido condenadas ambas con igual
fuerza por el programa revolucionario de Santómas; el doloroso insulto hecho a la Nación
por un orgulloso almirante de la marina de guerra de Napoleón III, en la persona del benemérito general Sánchez, prócer ilustre de la independencia nacional; la herida de muerte
inferida a la riqueza pública de la ciudad de Santo Domingo, en once meses de infructuosa
resistencia opuesta a la revolución del 7 de julio; la pérdida de los ahorros de la Nación
durante dos años, envueltos intencionalmente en la quiebra fraudulenta de una casa de
comercio extranjera; y el aumento que dio a la fortuna particular del mandatario tenaz, la
suculenta indemnización de perjuicios imaginarios que motivó la ruidosa protesta del senador Garrido, fueron los únicos gajes que recogió el país de la segunda administración de
Báez, derrumbada estrepitosamente en 1858 a impulso de la revolución más popular que
registran las páginas de la historia dominicana.


17Cuando Báez ingresó al poder en 1856, circulaba el peso fuerte en la República a razón de 68¾ unidades, o lo que
es lo mismo, valía la onza de oro $1100 nacionales. La poca abundancia de papel moneda desmeritó de tal manera el oro,
en vísperas de la cosecha de tabaco, que las transacciones llegaron a celebrarse a cincuenta por uno. Los exportadores del
Cibao comenzaron a introducir plata y oro en tan grandes cantidades, que el comercio en general optaba por el pago de sus
derechos en esas especies de preferencia a la moneda del Estado.
Un gobierno patriótico e inteligente habría aprovechado tan fácil coyuntura para recoger de una vez el papel moneda
en circulación, con grande utilidad y ventajas para los tenedores y el fisco, o para restituirlo al valor de su primera emisión,
pues, con poco esfuerzo podía haberse llevado muy lejos la alza del papel, compensada por el desmérito relativo del oro y
de la plata. Pero Báez hizo todo lo contrario. Viendo la manera de especular con la situación, se dejó arrastrar por el deseo
del medro; y bajo pretexto de recoger los billetes deteriorados, y de impedir los perjuicios que la falta de numerario pudiera
ocasionar a los agricultores cibaeños, se hizo autorizar por el Senado Consultor para poder emitir seis millones de pesos
nominales en papel moneda: dos millones destinados al primer objeto; y los cuatro restantes al segundo.
Como no era una verdad que faltara numerario para las transacciones, pues este había venido de fuera atraído por el
aliciente de la cosecha, y el oro y la plata alternaban ya en el Cibao con el poco papel que quedaba en circulación, el aumento
repentino de esta especie funesta y perjudicial, vino a destruir el equilibrio mercantil, porque la desconfianza alejó por de
pronto el metálico de todos los mercados y echó a rodar el papel moneda por la pendiente resbaladiza del desmérito.
Este llegó a lo infinito, pues ampliada y extendida discrecionalmente por el Senado Consultor, en 2 de mayo de 1857, la
facultad de emitir papel moneda acordada antes a Báez, este en vez de cuatro hizo confeccionar diez y ocho millones de billetes,
que repartidos para su venta entre los numerosos ahijados de la administración, al precio fijo de 1,000 unidades por una onza,
acabaron de precipitar la bancarrota, pues se inundaron del funesto agente todos los mercados, con grave perjuicio del gremio
agricultor, que habiendo principiado a vender por papel su cosecha de tabaco, cuando el cambio estaba a 50 por uno, vino a
deshacerse de él cuando ya circulaba a 68¾, experimentando la pérdida consiguiente a la fluctuación del ruinoso agiotaje, que
por otra parte fue productivo para Báez y sus agentes, quienes no respondieron al Erario de las cantidades que les tocaron en el
reparto sino al precio que les fueron entregadas, incautándose descaradamente de la escandalosa diferencia.
Con esta ruinosa operación consiguió Báez cuatro cosas: primero, dar un golpe mortal a los propietarios cibaeños, que
nunca le habían sido afectos; segundo, proporcionar a sus allegados políticos la manera de improvisar un pequeño capital a poca
costa; tercero, reunir en oro la suma de cincuenta mil pesos que se hizo dar en compensación de los perjuicios inferidos a sus
propiedades; y cuarto, tener en las cajas nacionales fondos bastantes para hacer frente a la revolución que veía ya venirle encima.
Esta es la verdadera historia de la operación financiera con que Báez provocó en 1857 la famosa Revolución del 7 de
Julio. (Nota del autor).


No contento con el cúmulo de males que había hacinado sobre la República durante su
nueva permanencia en el poder, Báez señaló su ruidosa caída de 1858 con el repartimiento indecoroso de las diferentes presas hechas al comercio cibaeño;18 con el despilfarro de las acreencias del Estado depositadas en cartera; y con la salida de una emigración pobre y numerosa,
que arrastró al ostracismo atraída por locas promesas, para poder mentir en el extranjero una
popularidad de que no disponía, y conservar en la patria, en los parientes de los emigrados,
agentes trasformadores que poder utilizar para una nueva revolución.


Esta la promovió en el 1859 desde la isla de Curazao, pero como el poder estaba en manos del general Santana, dueño entonces de la opinión pública, sus resultados fueron fatales,
y solo dejó como triste recuerdo a las generaciones venideras, las sangrientas hecatombes de
Azua, las expulsiones de Santa Rosa, y el sacrificio de dos víctimas inmoladas en Santo Domingo en la tarde del 21 de septiembre.

Entretenido en Europa en la preparación de nuevas combinaciones políticas que le dieran por resultado su codiciada vuelta al poder, le sorprendió en 1861 junto con la noticia
de los manejos anexionistas de Santana y los Alfau, el patriótico llamamiento que desde el
ostracismo le hiciera el general Sánchez, para que le ayudara a salvar la patria del 27 de febrero
de la dominación española que traidoramente se le imponía.



En vano le pidió el general Sánchez la cooperación, no de su espada sino de sus recursos: en vano le ofreció con desinterés inusitado, trabajar por llevarle al poder si contribuía al
triunfo de la causa nacional. Encerrado dentro de los límites de una reserva sospechosa, Báez
no dio un solo paso, ni profirió una sola palabra, que revelara al mundo su manera de pensar
respecto a la suerte futura de la República.

Suene un solo tiro en las fronteras y esto servirá de protesta en Europa, fue lo único que reservadamente escribió a Curazao a su hermano Damián, en los momentos en que el general Sánchez,
seguido por Cabral, Pina, Erazo, Simonó, Castillo, Mota, Piñeyro, Figueroa, Martínez y otros
patriotas, se lanzaban pasando por Haití a impedir que se consumara el horrible patricidio.

¡Empero: suena en las fronteras más de un tiro; el pabellón español, vencedor en Bailén
y La Victoria, tremola por doquiera en reemplazo de la bandera de Febrero, cubierta de gloria en Santomé y en Las Carreras; sangre dominicana vertida en vil cadalso tiñe el suelo de
la invicta Moca; la causa nacional sucumbe ignominiosamente en El Cercado; y el general
Sánchez, traicionado y vendido, desaparece junto con su obra de 1844, trepando las gradas
del patíbulo en San Juan con veinte de sus más decididos compañeros!


En tan supremo trance los dominicanos vuelven los ojos a Báez, pero siempre antinacional,
siempre ambicioso, en vez de protestar contra la sangre derramada y los hechos consumados en
la patria, acudiendo en auxilio del partido vencido al teatro del horrible sacrificio, niega con
descaro a su hermano el general Ramírez Báez, que había estado con Cabral en Las Matas de
Farfán, exige a sus amigos políticos que condenen públicamente la revolución debelada; y correa España a mendigar una faja de mariscal de campo, y a disputar a Santana con el mérito infausto
de la anexión, el derecho a mandar como español la nueva y ensangrentada colonia.


18Las mercancías del comercio cibaeño que constituían los cargamentos de las goletas apresadas, “La Trío”, “La Crisis”
y “La Crimea”, que no fueron repartidas en Santo Domingo, se vendieron en pública almoneda en la isla de Curazao.
También fue un cargamento de ellas a Mayagüez y parte de otro a La Guaira. (Nota del autor).
19El coronel Matías de Vargas y su hermano Juan Luis. (Nota del autor).



Tan inmoderadas aspiraciones se estrellaron, como era natural, contra el desprecio que
inspiraban a los políticos iberos, que en cuenta de los preliminares de la anexión, a la cual no
había contribuido Báez directamente, se negaron a escuchar sus reclamos impertinentes, por
más que durante los dos años que vivió de aspirante en la corte de Madrid, hubo de interesar
a favor de su decantado españolismo, la entrevista revolucionaria que tuvo con el capitán general de Puerto Rico en 1845, y la cooperación que prestó a la apertura de la matrícula segoviana
en el año de 1856.


Empero: amaneció el día 16 de agosto de 1863, y José Antonio Salcedo, Gregorio Luperón, Pedro Antonio Pimentel, José Cabrera, Juan Antonio Polanco y otros patriotas denodados, levantaron en Capotillo el glorioso pabellón de la Cruz, proclamando la restauración de
la independencia nacional, e invitando a todos los dominicanos, sin distinción de clases ni de
partidos, a tomar una parte activa en la cruzada revolucionaria.


Como en 1861, tampoco en esta vez oyó Báez la voz del patriotismo que le indicaba la
oportunidad de hacerse verdaderamente grande, sino que atento solo a los gritos de su desmedida ambición, y a las exigencias de su inveterado antinacionalismo, aprovechó la circunstancia
del alzamiento nacional para volver a Madrid a presentarse como fórmula para la pronta pacificación de la colonia, y obtener en cambio de su oferta indigna, la faja de mariscal de campo
con que tanto había delirado.


Este triunfo en que Báez llegó a fundar tantas esperanzas, le fue sin embargo muy efí-
mero, porque habiendo caído el ministerio que se lo proporcionara, antes de la completa
realización de sus planes proditorios, vino el decreto de abandono presentado a las Cortes
por el general Narváez a echarle a rodar por el suelo sus ideas de fatuo engrandecimiento, y a
colocarle en una posición, tan difícil como ridícula, en las filas del ejército español.


Desacreditado y perdido en la corte de Madrid, se trasladó a Curazao, su querida
Caprera, a remover las adormecidas pasiones de un pasado lastimoso; y cuando con mano
sacrílega hubo arrojado desde allí la semilla de la discordia civil en el seno de la familia
dominicana, que luchaba todavía por la restauración de su independencia, volvió ufano
a París a desceñirse de la faja española con que se encontraba engalanado;22 y poderse preparar para el arrebato violento que hiciera más tarde a los héroes de Capotillo del fruto
de sus patrióticas faenas.

Entonces ofreció a los generales Juan Esteban Aybar y José María Cabral, que vivían proscritos en Curazao, las fajas
de mariscales de campo españoles, si lo ayudaban con sus esfuerzos a restablecer en el país el poderío de España. La enérgica
y digna negativa del general Aybar, le enajenó de tal manera la voluntad de Báez, que hoy le tiene desterrado en Santomas,
no obstante ser quien le salvara la vida en 1866. Cabral no le contestó sino desde los campos de La Canela, levantando a
honrosa altura con la espada que le regalara el Congreso de su patria, la bandera gloriosa del 27 de Febrero, restaurada en
Capotillo el 16 de Agosto de 1863. (Nota del autor).
21Interpelado Narváez en las Cortes por un diputado unionista, acerca de la suerte que cabría después del abandono a los
generales dominicanos que habían obtenido la revalidación de sus empleos en el ejército español, siendo así que habían algunos
de ellos, como los Alfau y Puello, que habían cumplido con su deber y otros, que como Báez, no había llegado a quemar una
sola ceba a favor de España, contestó el presidente del consejo de ministros que los que hubieran cumplido con su deber no serían
abandonados por España, pero que los que no se encontraban en esa caso no debían esperar nada de ella. (Nota del autor).
22Antes de renunciar a la faja de mariscal de campo, Báez promovió en Curazao asambleas de dominicanos expulsos,
con el ánimo de crearse prosélitos que trabajaran por elevarle después del abandono a la presidencia de la República. El
nefando 26 de octubre de 1865 surgió de esas antipatrióticas reuniones. (Nota del autor).


Abandonado el país por los españoles y restablecida la existencia política de la República,
merced a los esfuerzos de los Guzmanes y de los Manzuetas, de los Polancos y de los Pimenteles,
de los Rojas y de los Espaillates, de los Cabrales y de los Luperones, de los Ogandos y de los
Valerios, un movimiento inesperado que en su día estudiará la historia, abrió a Báez las puertas
de la patria en 1865, y la espada de Pedro Guillermo, el bandido de Pulgarín y el asesino de
la costa del Jovero, le colocó por tercera vez en el solio presidencial de la República.


Elevado tumultuosamente a tanta altura, libre de su poderoso rival el general Santana,
Báez soñó con un poderío más grande del que lógicamente debía imaginarse, y creyéndose
fuerte para dar rienda suelta sin peligro a su reconcentrado odio a todo lo nacional, pisoteó
los laureles de la Restauración, ofendiendo y humillando a sus figuras principales; abrió el
libro del pasado, para revivir antiguos odios, y ejercer actos de ilícitas venganzas; atentó con
mano aleve contra las instituciones liberales, conquistadas a fuerza de sangre y heroísmo, y las
suplantó con leyes añejas en que se apoyaron los tiranos de otro tiempo;25 infirió nuevas heridas a la riqueza pública, recurriendo a su manoseado sistema de emisiones de papel moneda
sin garantía; y socavó de cuantos modos pudo todas las bases de la pública moralidad.



Agobiado el pueblo dominicano bajo el peso de tan rudo tratamiento, no soportó por
mucho tiempo los insultos que le eran inferidos por un hombre a quien no había visto
combatir contra el poder del extranjero, y sacudiendo el indiferentismo de que había sido
víctima durante cinco meses, echó a rodar por tierra la administración bastarda que se solazó
en rejuvenecer los odios inextinguibles de la República primera.

A favor del renacimiento de esos odios y ayudado por los nuevos elementos de oposición
que había logrado asimilarse, entresacándolos del círculo español, Báez dejó prendidas en el país,en los momentos de su tercera caída, las semillas revolucionarias que debían proporcionarle
el fruto de su cuarta elevación.


23La anexión a España se verificó el 18 de marzo de 1861. La restauración de la República fue proclamada en Capotillo el
16 de Agosto de 1863; y Báez obtuvo la faja de mariscal de campo por Real Orden de 22 de octubre del mismo año, es decir, dos
meses después de estar luchando ya el pueblo dominicano por recobrar su libertad e independencia, y cuando hacía como cosa
de ocho meses que Perdomo, Pichardo, Batista, Espaillat y otros, habían pagado con su vida el alzamiento de febrero.
La dimisión no la hizo hasta el 15 de junio de 1865, un mes mal contado antes de la completa realización del abandono, que tuvo lugar el 11 de julio inmediato.
Y sin embargo, José Segundo Flores escribió en El Eco Hispano Americano del 1º de julio de 1865, sin que le temblara
la mano, la siguiente mentirosa frase: Semejante a un piloto que ve zozobrar y perder su nave, el señor Báez fue el último dominicano
que abandonó su nacionalidad para reconocer la de España. (Nota del autor).
24Los miembros de la Asamblea Nacional de 1865 estuvieron a punto de perecer vilmente asesinados por Pedro
Guillermo y sus beduinos, quienes no llegaron a salir de los cuarteles de la Fuerza, donde estaban ya reunidos, merced a la
influencia que en aquel momento pudo ejercer sobre el déspota el diputado Juan Bautista Morel. La Asamblea Nacional,
al revestir de carácter legal la elección tumultuosa de Báez, no obró espontáneamente, sino bajo la presión de las bayonetas.


(Nota del autor).
25Cuando Báez ingresó al poder regía la Constitución de 1865, que establecía la libertad de la prensa, que abolía el
destierro y la pena de muerte por asuntos políticos, y que prohibía las emisiones de papel-moneda; pero tan pronto como
se reunió el primer Congreso ordinario, influyó sobre los miembros de ese cuerpo, para que extralimitando sus facultades,
se atribuyeran, como lo hicieron escandalosamente, la de suplantar la Constitución que regía, por la de diciembre de 1854,
que mata la libertad de cultos y la libertad de la prensa, que consiente el destierro y la pena de muerte por asuntos políticos,
y que no impide las emisiones de papel moneda, causa original de la ruina del pobre pueblo dominicano. (Nota del autor).
26El manifiesto expedido por el general Cabral en Curazao en 1866, y el acta de adhesión de la ciudad de Santo Domingo al movimiento contra la tercera administración de Báez, inaugurado en Santiago de los Caballeros el 24 de abril del
mismo año, prueban plenamente esta verdad. (Nota el autor).



Asilado en su guarida de Curazao, o errante en pos de aventuras por la América del Norte,27
no cesó un instante de maquinar revueltas contra la administración del general Cabral, pero
como esta pudo disponer en la mañana de su vida de una popularidad inmensa, pacificó
primero las provincias intranquilas del Cibao, librándolas de los repetidos apandillamientos
de Monción y de Juan de Jesús Salcedo; luego venció la revolución de Campusano, cuyo
triunfo creyó Báez casi seguro; más tarde desbarató la de Higüey, capturando la célebre
expedición de Yuma; después triunfó del alzamiento del 20 de enero; poniendo fin a los días
azarosos de Pedro Guillermo; y últimamente batió en Montecristi al general Ramírez Báez,
cuando en julio de 1867 se propuso estrenar en luchas civiles, la espada que no había podido
desenvainar para ninguna de las cruzadas de la independencia nacional.


Pero a pesar de tantos descalabros y de tanta sangre derramada inútilmente, Báez no desistió ni un instante de su temerario intento, sino que aprovechando la caída del general Geffrard,
envió emisarios secretos a Haití, con el encargo de mendigar del sanguinario Salnave los elementos que necesitaba para llevar a su patria una vez más los males de la guerra fratricida.


Estos elementos le fueron facilitados por el gobierno de Puerto Príncipe, que además
abrió libre paso por las fronteras del Norte a los Loveras, a los Camineros, y a los Cáceres,
que como agentes revolucionarios de Báez, alzaron la bandera de la rebelión en Montecristi,
en 1867, apoyados por los vapores de Salnave29 fortalecidos por soldados haitianos, pagados
con el papel moneda de Haití, y atrayendo a sus filas las clases peores del pueblo con ofertas
de repartimientos y saqueos.

A impulso de una revolución basada en tales fundamentos, volvió Báez al poder en 1868,
rodeado de un puñado de hombres improvisados, de ideas extravagantes, y apoyándose en
todos los elementos malos que han escupido sobre el país las diferentes vicisitudes por que
desgraciadamente ha tenido que atravesar.


Sentado por cuarta vez en la poltrona presidencial que tantos desvelos le cuesta, sin
haber llenado antes ninguna de las prescripciones constitucionales, todos los actos de su
actual administración adolecen de la falta de moralidad que distingue al poder bastardo de
donde emanan.

Bajo pretexto de que no a su impopularidad, sino a la política de contemplaciones que
ha adoptado en sus otras épocas de mando, ha debido su poca estabilidad en el poder, ha ensayado ahora un sistema de gobierno, que reconociendo por base el desorden y el terror, ha
llevado la sociedad dominicana a un estado de anarquía, en que ni la propiedad se respeta, ni
la vida del hombre es inviolable; en que ni la constitución se observa, ni las leyes se cumplen;
en que ni la virtud se premia, ni el crimen se castiga; en que ni a la moral pública se le rinde
culto, ni al desborde de las pasiones se le pone freno.

Cuando Báez cayó del poder en 1866, fue a los Estados Unidos; pidió una entrevista al Secretario Seward y no la
obtuvo; entonces se dirigió a Mr. Sumner y le pidió se empeñase con el Gobierno para que le auxiliase a tumbar a Cabral,
ofreciendo vender a los Estados Unidos la península de Samaná. Por eso Mr. Sumner le llama aventurero político en un
discurso que pronunció en el Senado de Washington. (Nota del autor).
28Su hermano el general Ramírez Báez, y su hijo Carlos Báez y Batista, fueron los que desempeñaron esta ingrata
comisión. (Nota del autor).
29El vapor de guerra haitiano “Liberté”, apresó en las aguas de Montecristi a la goleta dominicana de guerra “Capotillo”,
que estaba guardando la costa. El general Eugenio Valerio, que se encontraba a bordo, fue llevado al Cabo Haitiano en
condición de prisionero de guerra. (Nota del autor).
30Para la toma de posesión de Santiago, los jefes ofrecieron a la tropa el saqueo de la plaza y una gratificación de 10
pesos fuertes. Las mismas ofertas hicieron después para la entrada en Santo Domingo. (Nota del autor).


ensayado ahora un sistema de gobierno, que reconociendo por base el desorden y el terror, ha
llevado la sociedad dominicana a un estado de anarquía, en que ni la propiedad se respeta, ni
la vida del hombre es inviolable; en que ni la constitución se observa, ni las leyes se cumplen;
en que ni la virtud se premia, ni el crimen se castiga; en que ni a la moral pública se le rinde
culto, ni al desborde de las pasiones se le pone freno.
Más de un año lleva ya en el poder y el mundo no conoce todavía una medida de su
gobierno tendente a poner fin a las dificultades internacionales pendientes, ni a fomentar
el comercio o las industrias, ni a propagar la ilustración, ni a dar brillo al culto religioso, ni
a mejorar las instituciones, ni a conciliar los partidos, ni a calmar las violencias de los odios
políticos.
En cambio ha oído hablar con horror de las hecatombes de Azua, de las víctimas del
Seibo, de los fusilamientos de Moca, de los asesinatos de Baní y de San Cristóbal, de Hato
Mayor y de San José de los Llanos; ha oído ponderar la crueldad de Caminero, la violencia
de Cáceres, el despotismo de Valentín Ramírez, el desorden de Carlos Báez y la procacidad
de Javier Angulo; tiene idea de las expropiaciones del Seibo, del saqueo de Barahona y del
pillaje de Samaná; sabe que la inteligencia y el mérito están proscritos de la República, y
que la ignorancia y el crimen son los que disponen de sus destinos; conoce las tendencias
peligrosas de Báez y sus ministros; y no ignora que la independencia y soberanía nacional
de los dominicanos están puestas a precio en un mercado, como objeto de comercio legal y
productivo!
¡No hay duda! Buenaventura Báez ha logrado realizar en su carrera pública, siquiera sea
de una manera desconsoladora, el bello ideal que de la vida humana concibiera Goethe al
escribir esta frase: el hombre más feliz es aquel que puede poner el fin de su vida en relación con el
principio.
Santo Domingo,
8 de septiembre de 1869.

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