miércoles, 26 de junio de 2013

EL HATO Y EL CONUCO



El conuco es una institución agrícola encontrada por
los españoles en el siglo XV al momento del descubrimiento de la isla que denominaron Hispaniola y que se
mantiene hasta la actualidad cumpliendo un rol importante como medio para el abastecimiento de bienes
básicos empleados en la alimentación de las familias
rurales. La importancia del conuco se hace presente
en todas las épocas históricas de la isla desde el descubrimiento, habiendo sobrevivido a pesar de la extinción de los indígenas.

- El espacio físico de terreno relativamente pequeño
dedicado a la producción de víveres.
- Productos del conuco: viandas (yuca, batata, auyama,
yautía, ñame), plátanos, vegetales (tomates, ajíes),
granos (maní, maíz, frijoles), etc.
- Tecnología de siembra tradicional, aprendida por costumbres y transmitidas de generación a generación.
- Objetivo principalmente para la subsistencia de la
familia y los excedentes para la disposición de otras
familias, el trueque o la venta en el mercado local
para producir ingresos marginales para consumo de
otros bienes (locales e importados) y el ahorro para
eventualidades (enfermedades, muertes, viajes).

La palabra conuco es de origen indígena, empleada por
los tainos para referirse al terreno o lugar dedicado
para la producción de productos agrícolas que eran bá-
sicos en su dieta: yuca, batata (ajes), maíz, maní, etc.
Los productos de la tierra que alimentaban a los indí-
genas de la isla de Haití, Quisqueya o Bohío, y que
eran compartidos entre los miembros de la familia y la
tribu, sirvieron también para alimentar a los españoles
que se adaptaron al parecer sin grandes inconvenientes a la dieta taina.
Emiliano Tejera,
 en su obra Indigenismos, nos refiere
la palabra conuco con los siguientes significados y orí-
genes: “labranza, huerto”. Algunos autores creen que
la voz viene de cono por la forma cónica de los montones de tierra donde los indígenas sembraban la yuca,
pero Las Casas y Oviedo escriben claramente que “es
palabra de Santo Domingo”, y más adelante señalan:
“Conuco es voz taína de pleno derecho, pues que se
encuentra literalmente en el aruaco genérico, con el
sentido de selva, maleza=conoko, kunnuku”.

Resumiendo el significado de la voz conuco y su uso en
la isla de Santo Domingo, Tejera apunta que: “En Santo Domingo se da el nombre de conuco a las pequeñas
labranzas de frutos menores, sin tener en cuenta lo
que se cultive en ellas. En esos conucos se siembra
maíz, yuca, batatas, arroz, frijoles, etc.”.

Este es el significado más reconocido en Santo Domingo y el que se mantiene hasta nuestros días.



El conuco de los indios pasó a ser fuente de alimentos
para los españoles conquistadores. El conuco de la familia, de los clanes y las aldeas, cultivado para tomar
de él lo necesario sin afán de acumular excedentes ni
riquezas, pasó a ser entre los indios un elemento de
tormento en el que fueron obligados a trabajar.
Fray Bartolomé de las Casas deja rastro de las instrucciones a los frailes jerónimos para evitar los maltratos a
los indios por los encomenderos, donde se señala:


“que los han maltratado y hecho muchos males,
matando a muchos dellos sin causa y sin razón,
tomándoles sus mujeres e hijas y haciendo dellas lo que han querido, haciéndolos trabajar demasiadamente y dándoles poco mantenimiento,
compeliendo a las mujeres y a los niños a que
trabajasen, y haciendo a las mujeres malparir, y
no dejándolas criar sus criaturas”.6
Para los más débiles tales como los enfermos, ancianos, mujeres y niños, la carga de trabajo impuesta debía cumplirse en el conuco: “Los indios que quedaren
en el pueblo sean compelidos a trabajar lo que justo
fuere en los conucos y en sus hacienda, y también las
mujeres y los niños”.7
Estos indios pertenecían al mismo grupo humano de
los que dieron cuenta los españoles de su bondad y
desprendimiento para con el extraño que llegaba:
“Dijeron aquellos que el Almirante envió, que,
después que perdieron el miedo, iban todos a sus
casas y cada uno los traía de lo que tenían de
comer, pan de unas raíces que siembran, de que
hacen pan, de las cuales se dirá adelante, pescado y otras cosas cuantas de comer tenían”.8
El conuco del indio fue útil para sostener la conquista
y la colonización de las tierras descubiertas, y sirvió
de base para montar el sistema de explotación colonial
como elemento primario de subsistencia.


El historiador dominicano Rubén Silié adopta la siguiente definición de lo que es un hato:
“El hato era una posesión que comprendía el terreno correspondiente a las acciones que se obtenían llamados derechos de tierra, en las cuales estaba el dueño facultado a criar cuantos
animales quisiera y a apoderarse de los bravíos o
alzados”.
Para Silié los hatos eran «grandes extensiones de tierra sin cercas ni linderos fijos, que pudieran interferir
el paso de las reses; eso podía darse debido a que la
economía ganadera no choca con otra de plantación o
de grandes cultivos para la exportación. Era una época
en la cual predominaba la “oferta ilimitada de tierras y
en la cual su valor era de muy poca consideración”.

Una diferencia entre el conuco y el hato que señala
Silié era la cerca de protección, aunque sabemos que
parte de las reses se mantenían en corrales (“reses
corraleras”) al igual que los puercos, los cuales se encerraban dentro de los predios cercados llamados corrales para evitar que terminaran como “montaraces” o
“cimarrones”.
“El conuco, a diferencia del hato, estaba en muchos casos cercado para protegerse de la embestida de las reses y de los cerdos que solían atacar estos sembradíos. Esos ataques llegaron a alcanzar gran regularidad, al extremo que los
habitantes se quejaban constantemente a las
autoridades para que impusieran ciertas medidas que pudieran preservar sus siembras”.


Los primero negros importados como esclavos desde África encontraron en la isla Hispaniola el conuco cultivado por los indígenas como unidad de producción que
aportaba los víveres para la alimentación de los indios
y españoles. El conuco era “una institución” que formaba parte de la realidad cotidiana del indígena y tanto el español como el negro lo aprovecharon como una
fuente de alimentos para subsistir. El conuco cultivado
por los negros, esclavos o libertos, podía estar localizado dentro de las propiedades de los amos (hatos y habitaciones), en propiedades de terceros en casos de arrendamiento o aparcerías de negros ganadores o jornaleros,
como también en terrenos propios de los libertos.
El conuco dentro del hato es el medio para que el negro esclavo se proporcione la mayor cantidad de sus
alimentos, y es permitido por el amo por razones enteramente económicas: en la medida que el esclavo producía
para su subsistencia y podía recuperar las energías empleadas en el trabajo esclavista, el amo incrementaba
su productividad sobre el uso del recurso esclavo, dado
que su gasto en mantenimiento era menor. En adición
a su alimentación el esclavo podía producir algún excedente que vendido podía permitirle con la autorización del amo, ahorrar con el propósito de comprar algún día su libertad.


El conuco dentro de la habitación o propiedad rural
dedicada a la producción que establecieron los franceses en la parte oeste de la isla que denominaron SaintDomingue y que a partir de 1804 devino en república
con el nombre de Haití, tenía al igual que en el hato
español el propósito de reducir el costo de mantenimiento de los esclavos permitiéndoles que produjeran
alimentos para su uso en los momentos previstos para
su descanso, es decir, en días “feriados” y después de
finalizadas las jornadas de trabajo.
El conuco del amo y el conuco del esclavo podían ser distintos en cuanto al destino de la producción. El conuco del
amo podía estar orientado a la producción para el mercado
pasando el autoconsumo a un plano secundario; el conuco
del esclavo estaba orientado en primer lugar al autoconsumo, en segundo lugar podía contribuir a la alimentación
del amo, y en tercer lugar los excedentes podían dirigirse
hacia el mercado local. Los conucos del amo y el de los
esclavos podían convivir dentro de la misma propiedad,
bajo la vigilancia del amo o de su delegado.
Después de la abolición oficial de la esclavitud el 9 de
febrero de 1821 en el Santo Domingo español, con la
ocupación haitiana encabezada por Boyer, el conuco
continuó jugando su papel de subsistencia y creación
de riquezas tanto para los antiguos amos como para los
ex esclavos. Sólo el nombre dado a las partes cambió:
los amos hateros pasaron a ser los “habitantes” o due-
ños de las “habitaciones” y los esclavos pasaron a ser
los “cultivadores”, estando obligados por el Código Rural puesto en vigencia por Boyer a mantenerse dentro
de las habitaciones sin posibilidad de mudarse durante un tiempo definido contractualmente, en una “condición cuasi proletarizada” definida por una formal relación económica de aparcería.


En la parte del este de la isla, la institución del conuco
ha sobrevivido hasta nuestros días. El conuco del campesino actual mantiene la función primaria de subsistencia que lo caracterizó desde que los europeos lo encontraron al llegar a la isla, y también cumple una
función económica orientada hacia el mercado con la
disposición de los excedentes de la producción que son
vendidos para producir ingresos que permiten satisfacer otras necesidades del campesinado.


¿Cómo interpretaron o definieron lo que era un hato
los que vivieron en Santo Domingo español hasta el
siglo XIX? La construcción de una definición a partir
de las observaciones que se hacen de las características de esa unidad de producción resulta importante
para entender la lógica de la mentalidad de los espa-
ñoles de la parte del este y de los franceses de la parte
del oeste de la isla de Santo Domingo, principalmente
en los siglos XVIII y XIX.

En la colonia española de Santo Domingo, las haciendas denominadas hatos eran propiedades dedicadas principalmente a la producción de ganado (con preponderancia del vacuno) y productos agrícolas.
Los antropólogos J. Geffroy y Margaret Vásquez Geffroy,
nos resumen el origen del hato en Santo Domingo:
“Brevemente, el sistema del hato nació del tipo
de uso y repartimiento de tierras promovido por
la Corona española como se refleja en las cédulas del siglo XVI relativas al uso y tenencia de la
tierra en las nuevas colonias y que en sentido
general estimulaba la colonización de las posesiones españolas en América (Alburquerque,
1961:13). Los colonizadores solicitaron el uso de
grandes extensiones de tierra no poblada (“realenga”). Bajo esta concesión el uso continuado
de la tierra era lo que daba derecho al usuario.
Las bases del sistema de explotación desarrollado para estas grandes extensiones de tierra fueron la formación de “hatos” o manadas de reses
vacunas o de otro tipo y el cultivo de subsistencia
de ciertos productos agrícolas básicos que el propietario del “hato” y su ayudante (esclavo o libre)
mantenían diseminados en su posesión.

Nótese que el concepto de hato está asociado desde
sus inicios en primer lugar por la existencia de “«grandes extensiones de tierra no poblada” en las que se
desarrollaban las “manadas de reses vacunas o de otro
tipo”, y en segundo lugar por “el cultivo de subsistencia de ciertos productos agrícolas básicos” que tanto “el
propietario del hato y su ayudante (esclavo o libre) mantenían diseminados en su posesión”.

El conuco y el hato forman una pareja inseparable en
la historia dominicana, hasta el punto que en los documentos notariales de los siglos XVIII y XIX juegan un
papel de importancia en los inventarios y las cuentas
de bienes que se realizaban con fines de herencias. De
la existencia del conuco y su importancia nos dan cuenta John y Margaret Geffroy, cuando resaltan que:
“Los primeros documentos históricos de Santo Domingo indican que donde había hatos se desarrollaba una agricultura de subsistencia en pequeña
escala mientras que la crianza de animales era
cualquier cosa menos en pequeña escala”.

El historiador dominicano Fernando Pérez Memén, un
estudioso del tema de la esclavitud en Santo Domingo,
nos refiere el hato dentro del contexto de las relaciones de producción amo-esclavo, y tomando como referencia a otros historiadores dominicanos (Roberto Cassá, Rubén Silié) apunta lo siguiente:
“La estructura económica del país influyó mucho
en la configuración de las relaciones esclavistas
que llevaron a la dulzura del trato. En efecto, la
naturaleza de los hatos (amplias extensiones de
tierras), el trote del ganado en busca de agua y
comida, y las limitaciones de agotar las potencialidades productivas llevó al amo a dar ciertas
libertades al esclavo. Así después de terminada
sus tareas éste se dedicaba a labores agrícolas en terrenos del amo, el cual también permitía
que aquel trabajase en haciendas vecinas a cambio de una renta diaria. En las ciudades sus due-
ños les permitían realizar labores para otros a
cambio de un jornal. Pagadas sus rentas los esclavos ahorraban con la finalidad de comprar su
libertad, ahorro denominado peculio. Después de
varios años de trabajo lograban al fin obtener,
por el referido medio, su libertad”.
Las tierras, el ganado y los conucos eran los elementos del hato, los cuales eran trabajados por los esclavos y el amo cuando éste estaba presente.

Los viajeros que pasaron por Santo Domingo español
en los siglos XVIII y XIX dejaron descripciones interesantes sobre los hatos y la vida que llevaban los hateros, sus relaciones con los esclavos y los ajuares que
poseían. Daniel Lescallier, un ingeniero francés que
visitó la parte este de la colonia de Santo Domingo en
1764 nos da una descripción de los hatos:
“Los habitantes de la ciudad de Santo Domingo
no se dedican al comercio ni conocen la agricultura. Sin embargo, todos tienen viviendas. La
mayoría de sus tierras está compuesta de hatos
donde mantienen muchos bueyes, plátanos y algún cacao, de los cuales cada particular apenas
saca lo necesario para su propio consumo. En
cuanto a los bueyes, no rinden mucho en Santo
Domingo. Se puede adquirir el buey más hermoso
por 4 piastras. Apenas los ricos comen pan.  La mayor parte de ellos se alimentan de cazabe, plá-
tanos y carne. En los alrededores se encuentran
algunos ingenios languidecientes y de los cuales
salen muy pocas exportaciones”.


A partir de las observaciones hechas por Lescallier en
el año 1764, el hato queda definido como las “tierras
donde se mantienen muchos bueyes”, y se cultivan productos agrícolas para el autoconsumo tales como “plá-
tanos y algún cacao”. De modo que el principal producto
del hato es el ganado, principalmente vacuno y como
productos secundarios algunos productos agrícolas para
la dieta diaria.
El concepto de hato de Lescallier puede extenderse a
toda la parte este de la isla de Santo Domingo, ya que
este viajero francés recorrió gran parte del territorio
reconociéndolo con detalles de lugares y distancias,
según sus informes. En su reporte Itinerario desde Santo Domingo a Cap-Français y desde esta ciudad hasta el lí-
mite de San Rafael pasando por Azua y San Juan, 75 ½
leguas (1764),28 narra día por día como en diez jornadas
realizó en el año 1764, el viaje desde Santo Domingo
en la parte este hasta la ciudad de Cabo Francés, cruzando ríos, arroyos, montañas, sabanas, pernoctando
en hatos, y contemplando la naturaleza y las propiedades de los hateros.

Lescallier da cuenta de otro viaje en su reporte titulado Itinerario desde el río Masacre a Santo Domingo por San-tiago, La Vega y Cotuí, 64 ½ leguas (1764),29 en el cual
detalla el camino seguido durante siete jornadas, recorriendo entre 7 y 8 leguas por jornada (entre 28 y 32
kilómetros diarios) para un total de 64 ½ leguas en las
siete jornadas (unos 258 kilómetros en una semana).
Entre otros hatos, pasa por el hato de don Luis de Tende, por la Sabana de Jácuba (p. 61), hato de Renchadero, “a una legua del río Guayubín” (p. 63), Hato Mayor
en Santiago (p. 66), Hato de Cevicos (p. 69), Hato Sabana de Don Juan (p. 70); Hato de San Pedro, Hato de la
Guita y Hato de la Luisa.

Al señalar Lescallier que “no se dedican al comercio ni
conocen la agricultura” queda claro que no se explotaba la tierra en la parte del Santo Domingo español que
observaba, de la misma manera que los franceses lo
hacían en la parte oeste, es decir, no existía una agricultura organizada, orientada hacia los mercados de
exportación como la tenía Saint-Domingue. La producción agrícola del hato estaba limitada a algunos productos, tales como “plátanos y algún cacao, de los cuales cada particular apenas saca lo necesario para su
propio consumo”. La confirmación de la producción hatera se manifiesta con el detalle de los principales productos que servían para la alimentación de la mayor
parte de la población: “cazabe, plátanos y carne”. De
estos productos de la dieta diaria, sólo el cazabe requería de un proceso de producción que resultaba bastante
artesanal y que era una herencia de los indígenas que
poblaron la isla cuando los españoles la descubrieron.

La observación sobre los habitantes de la ciudad que
“no se dedican al comercio” significa en este contexto
que al no tener excedentes importantes en la produc-ción de los hatos, el volumen del intercambio en el
mercado era poco significativo. El escaso o casi nulo
intercambio con el exterior queda manifiesto cuando
Lescallier observa que “en los alrededores se encuentran algunos ingenios languidecientes y de los cuales
salen muy pocas exportaciones”, lo que confirma el aislamiento de la parte este de Santo Domingo con los
mercados internacionales.

“Se ven también varias plantaciones de cacao bastante hermosas y recientemente establecidas por
algunos fugitivos franceses. El terreno de toda la
llanura de Santo Domingo es, por lo general, bueno, pero le hacen falta hombres e industrias. Todavía todo es aquí bosque o sabana hasta el pie
de las murallas de la ciudad, sin un jardín ni la
menor legumbre. No hay ni siquiera un mercado
en esta ciudad, la capital más antigua de América. Las pocas cañas que se ven en las viviendas
son muy lozanas y llenas de jugo. El cacao es
también muy bello y de la mejor calidad, dándose todo casi sin cultivo, prueba cierta de la gran
fertilidad del terreno”.

Lescallier señala como las “plantaciones de cacao” que
observa son “bastante hermosas y recientemente establecidas por algunos fugitivos franceses”. Este detalle
sirve para diferenciar la laboriosidad, dedicación e ingenio de los franceses con respecto a los españoles, lo
cual es común entre los viajeros y cronistas franceses
(v. gr. Lemonnier-Delafosse, Moreau de Saint-Méry),
quienes destacan la dejadez, vagancia e indiferencia
de los residentes en el lado este de la isla de Santo
Domingo versus la capacidad de trabajo e iniciativa de
los colonos franceses.

Otro de los viajeros que pasó por la parte este de Santo
Domingo y reportó su viaje es Albert, quien en su Reseña topográfica de la parte de la isla de Santo Domingo habitada por los españoles,
31 escrito por el año 1795, da cuenta de la razón de su reporte:
“Puesto que un verdadero ciudadano nunca es
indiferente a los intereses de su Patria, he
aprovechado el tiempo de mi estadía en Fort-Dauphin para recabar de los españoles cultos algunos
informes tocantes a la parte de Santo Domingo
que el Rey de España acaba de ceder a la Repú-
blica”.

Este informe está basado en opiniones de “españoles
cultos”, por lo que no se trata de un viaje realizado por
este viajero hacia la parte del este, como Lescallier o
Moreau de Saint-Méry (quien publicó en 1796 su obra
sobre la parte este de la isla). Este informe tiene validez como encuesta informal hecha por Albert, y como
elemento de referencia para comparar con otras fuentes documentadas formalmente en la época. La población la establece entre 100,000 y 125,000 almas declarando que toma la referencia Sánchez Valverde y
anotando que “los africanos hasta ahora esclavos, y
casi constituyen la séptima parte del total”,33 de lo que
se deduce que la población esclava estaba entre 14,000
y 18,800 individuos. Aunque el enfoque del reporte está
orientado a los aspectos militares, la referencia al hato
como sustento de la economía de la parte este sale a
relucir.

“Toda la espléndida llanura de Santo Domingo,
en vez de ser aprovechada para la agricultura,
está cubierta en gran parte por hatos, que, desde hace cuatro o cinco años, es decir, desde las
desgracias de la parte francesa de Santo Domingo, han propiciado algunas plantaciones de azú-
car, café y cacao, pero en módica cantidad, por
ser la tierra de esta zona sureña poco fértil, generalmente hablando”.34
Deja ver claro esta cita la preferencia del hato sobre
las plantaciones, es decir del ganado sobre la agricultura. Los emigrantes franceses de Saint-Domingue por
causa de “las desgracias de la parte francesa de Santo
Domingo”, es decir, por las revueltas de los negros esclavos que se dieron a partir del año 1791, son los que
a partir de su experiencia como colonos “han propiciado algunas plantaciones de azúcar, café y cacao”, tratando de implantar el modelo de explotación francés
usado en la agricultura de Saint-Domingue. Estos colonos refugiados de la parte oeste no compitieron con
los hateros que se mantenían enfocados en el ganado,
actividad principal de la parte del este, en todos los
lugares importantes.

Refiriéndose a Azua señala: “Su población es exigua y
muy pobre, teniendo como único bien y ocupación el
cuidado de ganados que cría tierra adentro”.35 Con respecto a Puerto Plata escribe: “Puerto Plata es una pequeña ciudad en la parte Norte. Sus cultivos redúcense a algunos víveres; su comercio a ganado”.36 Con
respecto a Cotuí señala: “Cotuí es un pequeño poblado
sumamente pobre, aunque colinda con el feraz territo-rio de La Vega. Tiene abandonada la agricultura, dedicándose por entero al comercio de animales.

Llama la atención el contraste que presenta sobre los
pueblos del sureste de la parte de habla española con
respecto a los de la parte suroeste en lo que se relaciona con la abundancia del ganado.
Para los pueblos del sureste señala: “Al este de Santo
Domingo se encuentran los pequeños pueblos de Monte Plata, Higüey, Boyá, Bayaguana y El Seibo, todos
muy pobres. Las inmensas sabanas que los rodean no
son tan abundantes en ganado como las otras”.38
Para los pueblos del suroeste dice:
“Muy en el interior de la tierra se encuentra San
Juan de la Maguana, ciudad bastante importante. Sus llanuras son las más abundosas de toda
la Isla en animales, como bueyes, caballos, mulos, etc. Las parroquias de Neyba, Bánica e Hincha son de menos importancia y muy poco pobladas. La agricultura es casi nula en ellas”.


La abundancia de ganado en el suroeste le daba una
mayor importancia económica a la zona por su cercanía con el mercado natural del este de Santo Domingo
que era Saint-Domingue. San Juan de la Maguana era
el camino obligado de la carne que servía de alimento
a la población negra que trabajaba en las plantaciones
de Saint-Domingue, y no solo servía como centro de
producción de ganado sino también como centro de aco-pio del ganado que provenía del suroeste y sureste de
la parte española de la isla. De nuevo la preponderancia del ganado y la “casi nulidad” de la agricultura se
repetía como en casi toda la parte del este.


Albert, a diferencia de otros viajeros y autores franceses, resalta los aspectos positivos de los colonos espa-
ñoles y el rol negativo jugado por la corona española
cargando a sus colonos con impuestos, imponiéndoles
su monopolio e impidiéndoles el comercio libre.
“El carácter de los colonos españoles es, generalmente, bueno. Son sobrios, pacientes, hospitalarios, y, más que nada, muy devotos; también
aguerridos y valientes cuando se trata de defender su país. Si no son ingeniosos, es por falta de
acicate o por tantas trabas y vejaciones como el
gobierno español les ha puesto, cuya política ha
sido siempre la de mantenerlos en un estado de
indigencia y miseria, al parecer hecho a propósito, para alejar de sus puertos a las naciones comerciantes”.


Albert hace referencia, aunque con fecha errónea, a
las devastaciones del gobernador Osorio ocurridas en
los años 1605-1606, como extremo a que llegó “este
espíritu infernal” de la Corte de Madrid para “arrasar”
las ciudades del norte “sólo porque su comercio, como
el oficio y actividad de sus habitantes atraían a los
vecinos, provocando en ellos la codicia de un país que,
efectivamente, hoy sería preferible al Perú, si hubiese
pertenecido desde mucho tiempo atrás a la Nación francesa”.

Los “españoles cultos” que sirvieron como informantes
al francés Albert, le revelaron la verdad histórica que
aún hoy sigue vigente con respecto a la avaricia, abandono e indiferencia de la corona española con respecto
al Santo Domingo español desde el siglo XVII.


Moreau de Saint-Méry escribe con respecto a los hatos
que son “una clase de establecimientos que es al mismo tiempo de lo más común, lo más útil y lo más análogo con la costumbre y con el carácter de esos mismos
colonos: me refiero a los hatos”.
De inmediato pasa a definir ese establecimiento llamado hato, refiriendo características que le son propias y que le proporcionan una identidad particular.
“El hato es una especie de yeguada, destinada
para la cría de los animales, y se distinguen en
la parte española con el epíteto o sobrenombre
sacado de la especie animal que es el objeto principal del hato. Y así se dice una hato de bestias
caballares, un hato de reses vacunas, y por fin,
se llama corral, palabra que significa cercado,
parque, el lugar destinado a la crianza exclusiva
de los cerdos”.

¿Qué significa “el hato es una especie de yeguada”?. Una yeguada se define como una “piara o manada de caballos”,44 y
piara a su vez se define como “manada de cerdos o de
otros animales¨.45 En principio el hato es “un establecimiento”, es decir, una empresa o “lugar donde se
ejerce un comercio o profesión”,46 relacionado con animales en sentido general, y en particular con bestias
caballares (caballos y yeguas, burros y burras, mulos y
mulas), reses vacunas (vacas, toros, bueyes), caprinos
(chivos y chivas), ovejuno (ovejas y ovejos) y cerdos. De
donde se desprende que el concepto del lugar llamado
hato está asociado en principio con la crianza de animales.

De tal modo, el ganado se convirtió en el medio para
obtener los pobladores del Santo Domingo español los
productos que requerían para subsistir y mejorar sus
condiciones de vida, a través del intercambio con los
pobladores del Santo Domingo francés. Moreau de SaintMéry refiere que:
“Santo Domingo continuó languideciendo, cuando en 1771, el señor conde de Solano, entonces
capitán general de Caracas fue nombrado presidente de Santo Domingo. Sólo existía un medio y
era impedir que los españoles empleasen (como
se venía haciendo desde hacía casi un siglo) en
la parte francesa, el producto de los animales
que se vendían allí, en mercancías de Europa,
tales como telas de lana o seda, o de hilo y algodón, vino, harina, mercerías, sombreros, sederías y otros objetos útiles, sea como alimentos o
como vestidos; y el señor Solano resolvió publicar
una prohibición a todos los españoles, so pena de
prisión, de llevar a la parte francesa animales yde traer de allí mercancías. Impuso a los colonos
la ley de obtener de él un permiso para vender
esos animales, lo que no podría efectuarse sino
en la colonia española, adonde el comprador vendría con dinero efectivo únicamente”.
Pero una ley no podía cortar de tajo una práctica consolidada a lo largo de muchas décadas, y el comercio
legitimado por la práctica consuetudinaria se transforma por efecto de una ley en un comercio intérlope,
ilegal pero legitimado en la conciencia de los hateros.



Vincent, un militar francés, en un informe denominado Reconocimiento militar de las cuatro comunes de Dajabón, Santiago, Puerto Plata y Monte Christi, se refiere a
detalles asociados con la vida del hato, el hatero y sus
esclavos, que vale la pena citar, reflexionar y analizar
en sus componentes claves.
“La mayoría de los habitantes de la parte espa-
ñola son, en efecto, hateros o propietarios poco
ricos, los cuales no tienen más que un pequeño
número de negros con quienes comparten penas
y alegrías en sus trabajos comunes. Es sobrada
verdad decir que ya sólo queda entre ellos la palabra esclavitud. Pero esta palabra representa
todavía un peso enorme a los ojos tanto del amo
como del esclavo. Ello hace que este último, impulsado y constreñido al hábito de la labor cotidiana, ejecute con precisión y aparente buena
voluntad lo que su amo, hombre sumamente brutal,no dejaría de exigirle por la fuerza, si dudase
un instante de su sumisión. Este celo del siervo
en toda ocasión hace que el salvaje hatero que le
gobierna, comparta con él sus trabajos. Más también se los haría ejecutar, hierro en mano, si
viese disminuir su imperio sobre un ser que sólo
aceptó en razón de la mayor utilidad de sus servicios, y sobre el cual no vacila que tiene derecho a disponer lo mismo que de otro cualquier
animal de su hato que él un día compró”.

El hato como unidad de producción era la forma predominante en el Santo Domingo español al final del siglo
XVIII, y esta forma de organización de la producción se
mantuvo hasta el final de los períodos coloniales (España Boba) y gran parte del siglo XIX. En sentido amplio, los hateros eran “propietarios poco ricos”, dispersos en un extenso territorio con una baja densidad
poblacional.
En general, los hateros tenían “un pequeño número de
negros con quienes comparten penas y alegrías en sus
trabajos comunes”. Esta afirmación es válida para muchos de los propietarios de hatos que vivían en ellos,
pero para los que se encontraban ausentes porque estaban en las ciudades o en otros países esta no era la
realidad vivida. El hatero promedio que residía en el
hato sí compartía con sus esclavos las “penas y alegrías en sus trabajos comunes” en la vida diaria.

Ante los ojos de un francés, colono o militar, acostumbrado a presenciar la crudeza de la esclavitud que se
vivía en la colonia francesa de Saint-Domingue, indudablemente que la forma de esclavitud en Santo Domingo español resultaba una caricatura, por lo que resulta razonable que el militar Vincent concluyera que
en el lado este de la isla, entre los españoles y sus
esclavos, “ya sólo queda entre ellos la palabra esclavitud”. En la parte del este la actividad hatera no demandaba la intensidad de explotación de la mano de
obra esclava que requería la plantación francesa en la
parte oeste, donde la vida media de un esclavo llegó a
estimarse en no más de siete años en los momentos
más intensos de la explotación esclavista.

Con una mayor o menor carga de trabajo, en el Santo
Domingo español el esclavo seguía siendo esclavo y su
condición quedaba claramente establecida, sin dudas.
Esta era la razón por la cual “esta palabra representa
todavía un peso enorme a los ojos tanto del amo como
del esclavo”, y con el apoyo de un marco legal que no
dejaba lugar a dudas sobre las posiciones de amos y
esclavos en la sociedad. La existencia de leyes, de un
aparato represivo oficial y de la autoridad con que las
leyes investían al amo para preservar la propiedad de la
cosa denominada esclavo, eran motivos suficientes para
el respeto de las reglas de las relaciones esclavistas.
Los castigos para el esclavo que se rebelaba tenían un
poder de persuasión determinante. El temor a la rudeza
del amo y la gravedad de enfrentar a la justicia tenían
un poder disuasivo abrumador; estas razones explican
porqué el esclavo “impulsado y constreñido al hábito de
la labor cotidiana”, estaba condicionado a ejecutar “con
precisión y aparente buena voluntad lo que su amo, hombre sumamente brutal, no dejaría de exigirle por la fuerza, si dudase un instante de su sumisión”.

El amo y el esclavo estaban juntos, compartían las dificultades del trabajo diario, pero cada uno jugando su
papel: el amo ordenaba, el esclavo obedecía. Juntos
pero separados; juntos por la utilidad que representaba el esclavo, separados por la distancia de la superioridad y la subordinación, porque si el esclavo no cumplía los trabajos encomendados, el amo hatero “también
se los haría ejecutar, hierro en mano, si viese disminuir su imperio sobre un ser que sólo aceptó en razón
de la mayor utilidad de sus servicios, y sobre el cual no
vacila que tiene derecho a disponer lo mismo que de
otro cualquier animal de su hato que él un día compró”.
Vincent, quien era “director de las fortificaciones de
las islas de Sotavento”,61 observó la parte del este con
un criterio militar, pensando en consideraciones estratégicas de defensa y ataque para los lugares que
visitaba, pero dejó unas notables descripciones de la
realidad social, económica, política y religiosa de la
época, así como de elementos que caracterizaban la
psicología del dominicano, sus actitudes y conductas.
El final del siglo XVII debió ser de puras angustias para
los pobladores de Santo Domingo español por la incertidumbre del cambio de manos de la colonia. Para 1797,
los negros de Saint-Domingue ya disfrutaban de la libertad como consecuencia de la Revolución Francesa
de 1789 y de las rebeliones de los negros que a partir
de 1791 se iniciaron en Bois Caiman en el norte de
Saint-Domingue y que se extendieron como pólvora encendida en toda la colonia francesa del oeste. Vincent
señala: “Los hateros, aterrados al principio con el proyecto de unión, buscaron emigrar y vender incluso a
bajo precio lo que constituía toda su fortuna”.

El conocimiento del Tratado de Basilea en Santo Domingo español inaugura un período de desconcierto que
se manifestó con el deseo de liquidar los bienes que se
poseían y emigrar a otros lugares bajo la corona espa-
ñola como Cuba, Puerto Rico y Maracaibo en Tierra Firme. Este hecho contribuyó a desarticular la economía
del este ocasionando el descuido, venta y abandono de
los hatos. Dice Vincent:
“Sea lo que sea, por encima de las diferentes causas destructoras que han disminuido los hatos de
la parte española, es natural que estos vayan paulatinamente despoblándose, y que su estado haya
venido a parar en tan poco hoy en día, que resulta imposible hacer transportamientos de alguna consideración desde Dajabón a Santiago”.

Es evidente que el número de hatos se había reducido
y que “las diferentes causas destructoras” a que se
refiere fueron principalmente la rebelión de los negros
en Saint Domingue, el Tratado de Basilea y las guerras entre las potencias que tuvieron su escenario en
la isla (Inglaterra, España y Francia). Las monedas de
oro y plata que circulaban en la parte del este eran
guardadas por sus poseedores para llevarlas consigo al
emigrar, lo que disminuía la cantidad en circulación y
al escasear, dificultaban el intercambio comercial a
más de incrementar su valor relativo.
“La suspensión del comercio de animales al retirar de la circulación un numerario que era extraordinariamente precioso para todos, ha dado
lugar a una molestia infinita para cualesquiera
operaciones mercantiles, entre individuo e individuo. Todo está paralizado, y, en estos momentos, no se hace ningún tipo de negocio”.


A más de los fenómenos políticos y sociales que ocurrieron en el último lustro del siglo XVIII en Santo Domingo español, Vincent nos da cuenta de un fenómeno
natural que azotó también la parte del este: la sequía.
“Debe añadirse, sin duda, a lo que hasta aquí
hemos dicho como contrario a una fácil unión
(de las partes del este y oeste. BR), el obstáculo
resultante del estado de abatimiento del país,
que, esencialmente pobre, tanto por razón de la
mala calidad del suelo, como por lo poco que sele puede trabajar, ha visto perecer, merced a la
sequía más horrorosa, su principal rama de comercio, consistente en ganados, sobre todo astado. A tal punto llega esto, que el arrendamiento
del diezmo de los animales, el cual se elevó en
1786 y 87 a 17.000 gourdes para las cuatro jurisdicciones de Monte Christi, Santiago, La Vega y
Puerto Plata, es hoy reputado como uno de los
ingresos más insignificantes. Esta sequía, pues,
ha contribuido grandemente a la disminución de
los hatos”
Escasez de monedas (oro y plata) en circulación, sequía que mataba el ganado, rebeliones de los negros,
huida de colonos blancos desde el oeste, guerras y tratados que alteraban la vida cotidiana, cambios de autoridades, temores, inseguridades, tal era la realidad
imperante hacia el cierre del siglo XVIII en Santo Domingo español. El hato y la habitación estaban conmocionados; las colonias francesas y españolas estaban
en crisis.


En la sociedad hatera el derecho de propiedad sobre la
tierra de los lugares denominados “sitios” se expresaba en “acciones” valoradas en pesos fuertes. Vincent
nos da una idea del tamaño de las extensiones de los
hatos cuando escribe lo siguiente:
“Mas para que los animales de un hato se multipliquen y prosperen, preciso es que estos salvajes y tímidos habitantes que ocupan las sabanas,
sean vistos e inquietados lo menos posible por
sus terribles enemigos, los hombres y los perros.
Para este fin, es necesario que el hatero propie-tario, retirado en un rincón de su hato, que en la
región se estima debe tener doce caballerías,
viva confiado de que su ganadería no sea nunca
espantada más que por él o por los perros que
lleva consigo”.68
Si el tamaño promedio estimado por Vincent para los
hatos de la región que comprendía a Monte Cristi, Santiago y Puerto Plata era de 12 caballerías, y cada caballería era equivalente a 1.200 tareas de tierras, la extensión media del hato era de unas 14,400 tareas sobre
las cuales tenían sus derechos o “acciones” los propietarios que compartían los “sitios.

La simpleza de la sociedad hatera es puesta en evidencia por Vincent cuando escribe sobre la “sobriedad y
avaricia” de los hateros, sobre sus viviendas definidas
como “cabañas malas, abiertas a la intemperie, y de
las cuales, las mejores no le cuestan más que un poco
de trabajo fabricarlas”, y de “la ventaja de no tener que
hacer ningún gasto para su vestuario”.
Una imagen detallada de la calidad de vida del hatero
promedio se deduce del bohío que habita y los enseres
que en él tenía:
“…sus bohíos, sin puertas ni ventanas, son una
semejanza de nogales alineados, sembrados verticalmente en la tierra y sujetos juntamente en
medio de otros horizontales, a los cuales los verticales son atados con la útil liana de los bosques; la bella y amplia yagua forma su tejado
impermeable al agua”.
Del lecho en que descansa el hatero, de “su cama” y
“su hamaca”, nos llega una imagen clara y simple:

“El lecho ordinario del hatero es un simple cuero
de vaca, lecho sobremanera sano en un país tan
cálido. Algunos lo forman con una especie de encañizado en palos soportado por algunas estacas
(o pilotes). De este modo se procuran una cama sobre la cual se tienden envueltos con un pedazo
de tela; pero esta tela está escrupulosamente
doblada durante el día y es en la hamaca tejida
en forma de red y con cáñamo proveniente de
pita, cabuya especie de madero que recogen ellos
mismos, donde ellos reposan durante los muchos
momentos que ellos conceden cada día a la pereza y al ocio, en buena parte legitimados por el
ardiente calor del suelo que ellos habitan”.

Del ajuar de los bohíos, simple y tosco, nos da referencia Vincent, confirmando las relaciones que se encuentran en muchas testamentarias de la época:
“Y si después de haber hablado de su lecho, buscamos cuales son los demás muebles de su uso,
se encontrarán en gran número todos los tama-
ños de calabazas, coconnes y otros frutos del país
los cuales le procuran en todas sus formas todos
sus vasijas y muebles indispensables para sus
necesidades diarias, la menor tabla, frecuentemente un largo tronco de árbol les sirve de mesa,
en torno a la cual se sientan pocas veces, pues lo
mas frecuente es hacerlo sobre la osamenta blanca y descarnada de una cabeza de res, animal
que nos brinda abundante amparo”.
Y para completar el cuadro de la vida del hatero, Vincent reseña el aspecto alimentario: “La naturaleza le
prodiga por sí misma y sin esfuerzo alguno alimentación abundante, entre la cual él prefiere el plátano, la
batata, la leche y la carne secada al sol de ciertos
animales salvajes o de los de su mismo rebaño”.

“Trozos y tajo”, como popularmente dice aún el campesino dominicano era la dieta básica del hatero, es decir, “víveres y carnes”. Para alumbrarse en las noches,
hacía “uso de la antorcha que la naturaleza le suministraba abundantemente en la planta desecada del
áloe, la cual se quema esparciendo en torno de sí un
agradable perfume y la más alegre claridad”.Además, un leño encendido, palos de cuaba y velas de cera
de abejas eran medios para alumbrarse en las noches
oscuras, cuando la luna no era suficiente para iluminar el ambiente.
Y este mundo del hatero era complementado por otras
de sus posesiones más valiosas: los esclavos y los perros. Los esclavos para realizar el trabajo y los perros
“para ayudarles en la búsqueda de sus animales.

El historiador Roberto Cassá nos ayuda a interpretar
el pensamiento de Vincent, poniendo en un marco de
referencia macroeconómico el tamaño del sector que
mayor contribución aportaba a la economía a finales
del siglo XVIII, cuando señala:
“Los hatos albergaban la principal riqueza del
país, ascendente a unas 300 mil reses mansas
en las últimas décadas del siglo XVIII y estaban
habitados por al menos 15,000 personas libres y
entre 2,500 y 3,000 esclavas, contingentes que,
en conjunto, conformaban la población activa que
generaba el principal aporte de bienes de la economía colonial”.

Llevado al contexto macroeconómico, y para entender
la lógica de la unidad de producción denominada hato,
Cassá señala lo siguiente:
“A pesar de contar con extensiones de miles de
tareas, la tipología prevaleciente de los hatos era
de explotaciones medianas, con un número de
reses mansas normalmente oscilante entre 100
ó 300. Muchos hatos incluso tenían menores cantidades de reses, por lo que caían en una dimensión pequeña, cuya renta era insignificante. El
propietario raramente tenía más de tres esclavos trabajando en la explotación, siendo lo más
frecuente que dispusiese de uno a dos esclavos.
Esto significa que el hato se sustentaba en la
cooperación en el trabajo entre el esclavo y el
propietario y su familia”.
Las descripciones de Vincent y las explicaciones de
Cassá nos ayudan a entender a los hateros y su forma
de vida, y nos conducen por un camino que rompe con
el estereotipo de creerlos hacendados prósperos, de vida
cómoda, propietarios ricos por la abundancia del ganado, de hombres que gobernaban sus esclavos con la
misma mano férrea de los colonos y gerentes de las
plantaciones esclavistas que se fundaron en la colonia
francesa de Saint Domingue.



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