lunes, 1 de julio de 2013
LAS IDEAS POPULISTAS DE JUAN PABLO DUARTE
He querido compartir con ustedes esta noche algunas notas
de investigación –las cuales he venido haciendo al margen
desde hace algún tiempo– en torno a las ideas populistas que
animaron la concepción de la independencia dominicana
en Juan Pablo Duarte y los trinitarios. Se trata de un punto
muy limitado en el conjunto de la obra duartiana, pero que
nos permite comprender uno de los aspectos más llamativos
y originales de su pensamiento. Por esto trataré de situar
esta pequeña contribución en el contexto más amplio de las
interpretaciones del proceso histórico dominicano en la primera
mitad del siglo XIX. Argumentaré que el pensamiento de
Duarte, como ya lo han señalado varios autores, es de filiación
romántica y liberal-revolucionaria, para subrayar además su
carácter populista, que es un aspecto menos conocido.
Raymundo Manuel González de Peña Miembro de número y vocal de la Junta Directiva de la Academia
Dominicana de la Historia..
Existe una visión muy socorrida que retoma a “los poetas
que lloraron en quejumbrosos versos la cesión de la parte
española de la Isla a Francia”
, como antecedentes de la
independencia de 1844.
De acuerdo con esa visión desde fines del siglo XVIII e
inicios del XIX la antigua parte española de Santo Domingo
ya se debatía en una crucial incertidumbre.
Si lo dijéramos en
términos actuales, tendríamos que decir que el conglomerado
dominicano atravesaba por una crisis de identidad. La “célebre
y popular quintilla (por ser una estrofa de cinco versos) del
padre Vázquez”, cura de San Rafael y Dajabón, pueblos de
la frontera norte del país, la expresaba con los versos más
elocuentes:
“Ayer español nací,
A la tarde fuí francés,
A la noche etiope fuí,
Hoy dicen que soy inglés:
¡No sé que será de mí!
La visión del padre Vázquez, a caso hecho, expresa una
visión criolla, nostálgica del pasado, que no trasciende el orden colonial. Acerquémonos a sus versos: Aunque el origen hispano
–“ayer español nací”– delata la herencia criolla, los habitantes
y dueños originales de la isla, están ausentes; “español nací”,
representa una omisión deliberada que suprime o recorta todo
el aporte de los autóctonos habitantes de la Isla. Se podría
aducir que la expresión está hecha en términos de nación, pero
no disminuye con eso la falta. En cambio, los negros africanos
que fueron traídos por la fuerza para servir a los españoles y
criollos esclavistas, aparecen mencionados –“a la noche etiope
fui”– subsumidos entre las dominaciones de las naciones
francesa e inglesa. Fue bajo el dominio francés durante el
período revolucionario, que en la colonia vecina se dio inicio
a la Revolución Haitiana que culminó con el establecimiento
de la primera república negra del mundo y el segundo estado
independiente del orbe colombino. Rechaza el dominio francés,
entonces revolucionario, sin monarca. Igualmente recusa el
dominio inglés, aliado de España contra Francia. Finalmente,
se cruza de brazos frente al destino incierto: “No sé qué será
de mí”. El futuro no le interesa propiamente: más bien, el orden
colonial dislocado por dominios sucesivos es lo que atribula
al padre Vásquez.
Con la derrota del dominio francés y el restablecimiento
del dominio español en 1809, bajo el mando del criollo Juan
Sánchez Ramírez, quedó satisfecha la inquietud planteada por
la famosa quintilla del padre Vásquez que recorrió la parte
española de la isla. Recordemos que nuestros libros de texto
nos han mostrado comúnmente aquella quintilla como si se
tratara de una proclama de inspiración nacionalista, cuando
no es cierto, pues, como hemos visto, difícilmente puede ella
desprenderse de su marco estrictamente colonial.
Sin embargo, durante esa lucha contra el colonialismo
francés había surgido también la alternativa realista de repetir
la osadía de nuestros vecinos haitianos y emanciparnos de
cualquier dominio exterior. Todavía no sabemos bastante
sobre los motivos de Ciriaco Ramírez y quienes le apoyaban
en esta idea tan nueva y atrevida, la cual tampoco en esta
ocasión ganó el crédito necesario para llevarla a cabo. Los
complotados contra el dominio francés recibieron el apoyo
de los gobernadores Sebastián Kindelán, de Cuba, y Toribio
Montes, de Puerto Rico, ambas colonias de España. Hubo que
esperar más de una década para que se desmoronara por sí solo
el proyecto de retorno a la antigua metrópoli.
En efecto, la primera independencia dominicana fue la
de José Núñez de Cáceres en diciembre de 1821, cuando
la burocracia colonial criolla se rebeló inconforme con el
gobierno metropolitano. Se acomodaba ya este grupo social
a los procesos de emancipación que tomaban cuerpo en el
continente hispanoamericano, sumándose al proyecto de la
Gran Colombia. Fue precisamente una coyuntura animada
por el movimiento continental de ruptura de las relaciones
coloniales que desencadenó el proceso de las independencias
hispanoamericanas, cuyas razones se encuentran resumidas en
la famosa Carta de Jamaica (181 ) escrita por Simón Bolívar.
Proclamó entonces Núñez de Cáceres la República
de Haití Español, aunque sin realizar cambios de ninguna
especie en las condiciones sociales de la población y en
particular de la mayoría negra y mulata, pues pese a haber él
mismo manumitido a sus siervos, no hizo lo mismo con los
esclavos que constituían una parte significativa del capital
de los hacendados y la burocracia colonial, sectores estos
últimos en los cuales buscó sin resultado el sustento social
para su proyecto.
En consecuencia, tal conato se vio pronto frustrado y, en cambio, se impuso en ambas excolonias de
la isla, el prestigio y la pujanza política del lugarteniente de
Pétion, Jean Pierre Boyer, presidente de la república haitiana
recién unificada y pacificada, factores ambos que facilitaron
la anexión de la antigua colonia española (“Parte del Este”)
a la república de los ex-esclavos. Éstos fueron consecuentes
con sus congéneres, puesto que de inmediato proclamaron la
libertad de los esclavos, poniendo fin por segunda vez en la
parte española a esa inicua institución social.
A Juan Pablo Duarte debemos la idea de pueblo-nación
que galvanizó en la conciencia social el proyecto nacional en
torno a un objetivo supremo: la independencia de todo dominio
extranjero. Ese pueblo-nación era intrínsecamente el soberano,
por definición no podía estar supeditado a ningún otro poder.
Esta era una idea propia del romanticismo revolucionario,
que validaba toda existencia original e histórica. Fue también
el sueño de un grupo de jóvenes (como la mayoría de los que
están hoy aquí presentes) que hizo suya esta idea de su tiempo
y se lanzó a conquistarla. Es, sobre todo, en el pensamiento
de Duarte y los trinitarios, donde encontramos al pueblo
dominicano, entendido como conglomerado de los diferentes
sectores sociales que conviven en un territorio y comparten una
historia, una lengua y una cultura, todo lo cual daba cohesión
y sentido a la convivencia.
Estaban convencidos que los dominicanos formábamos un
pueblo, una comunidad moral, cuyo destino debía ser labrado
por sí mismo, para alcanzar la felicidad de los dominicanos.
Por eso lo conseguido a través de la unión con Haití no se iba a
echar por la borda, como tampoco lo aprendido de los españoles
o lo heredado de los indígenas. Al contrario este pensamiento
suponía guardar y desarrollar los derechos que el gobierno
republicano haitiano había conseguido para una porciónsignificativa de los sectores no privilegiados de la sociedad
colonial. El compromiso con la Libertad era tan fuerte como
el lazo que unía este proyecto a Dios y a la Patria. Por ello,
una de las claves de la noción nacional duartiana lo constituye
el principio de “la unidad de razas”,6
como quedó patente en
sus actuaciones públicas y en diversos escritos, incluyendo el
emblemático proyecto constitucional.
Es curioso, pero la visión duartiana del pueblo dominicano
y su destino también se halla expresada en versos, en una
octavilla (que también era del gusto de la época) con la
que finaliza la composición que tituló El Criollo. Cuando
comparamos ambas composiciones, parece la última haber
sido escrita como el reverso de la quintilla del padre Vásquez.
Leamos ahora la estrofa de Duarte:
“Los blancos, morenos,
Cobrizos, Cruzados,
Marchando serenos,
Unidos y osados,
La patria salvemos
De Viles tiranos,
Y al mundo mostremos
Que somos hermanos .
Volvamos a mirar, antes de nada, la quintilla del padre
Vásquez. En ella aparecen en secuencia las diferentes
dominaciones coloniales de España, Francia e Inglaterra,
así también la referencia a la etíope o negra se asimila a otra
dominación. Pero también, la separación de las costumbres de
unas y otras, pese a que las tres potencias europeas mencionadas
tienen población blanca mayoritaria. La lectura de la quintilla
nos induce a separar, nos da yuxtaposiciones sucesivas, o a lo
sumo competencia entre un dominio y otro. En esta separación
se basó el dominio de la ideología colonial. Ahí reside la fuerza
de las imágenes en la quintilla del padre Vásquez. Ya dijimos
que el sentimiento que despierta es de nostalgia por el pasado
colonial hispano.
En cambio, las imágenes de Duarte parten de la articulación,
de la mezcla, de la unidad de lo diferente, la cocción criolla,
de la unión popular. No es cualquier diferencia, sino muy
significativa: se sabe hoy y se conocía entonces que “los
blancos” han sido los dominadores, “los morenos” han sido
esclavizados por la fuerza, y “los Cobrizos” representan al
indígena y al mestizo igualmente esclavizados y explotados,
“los Cruzados” se refiere a los mulatos, también despreciados
por los blancos, y que rechazan no pocas veces a negros e
indígenas.
Pero ese subrayado unitario, que es a la vez punto de partida
y de llegada, marca la diferencia de talante con el pensamiento
colonialista. Para Duarte está claro que hay diferencias entre
unos y otros: “los blancos, morenos, / Cobrizos, Cruzados”,
la enumeración misma las denota, pero este reconocimiento
no es óbice para la existencia de una comunidad de todos; de
ahí que continúe en gerundio: “marchando serenos”, pues se
trata de que en ese mismo momento están yendo juntos en un recorrido decidido, razonado, acordado, de ahí que vayan
serenos, no hay tumultos ni sobresaltos en esta marcha, sino
tranquilidad, paciencia. Hay algo que permite a este conjunto
tan diverso ir marchando serenamente en la construcción de
su destino, ese algo es el propósito que los une.
Es tal vez el siguiente verso que recalca el carácter de esta
marcha: “Unidos y osados”; ciertamente es un atrevimiento esta
marcha de tantos factores disímiles unidos. Dicho subrayado
de la unidad articulado a la osadía de este caminar con un
propósito se contrapone al cruzarse de brazos que resultaba
de la postura del padre Vásquez. Aquí la unidad de la marcha
serena se sabe algo nuevo, algo inédito, no intentado antes, de
ahí su osadía, su atrevimiento. Pero no se trata sólo de mostrarse
y expresarse juntos y atrevidos, como algo insólito, sino de
tener un propósito común que es el que nos descubre en los
siguientes versos: “La patria salvemos / de Viles tiranos”; la
intencionalidad de la marcha se pone ahora de manifiesto: se
trata de salvar la patria de los viles tiranos. La patria, el suelo
vital y la comunidad moral, amenazada por la falta de virtud;
es la honestidad contra la vileza, contra todo lo que representa
el vicio, el abuso, la inhumanidad.
Al final los versos de Duarte sacan toda su fuerza de este
subrayado humanista: “Y al mundo mostremos / Que somos
hermanos”. Los ojos atónitos del mundo debían mirar el
espectáculo de un pueblo-nación diverso y unido, hasta ayer
separado por odios colonialistas, luchando hermanado por ser
virtuoso y digno, confiado en su porvenir. Duarte despierta
un sentimiento profundamente humano que se refuerza con
sus imágenes cargadas de esperanza en el futuro, basadas en
el concierto real que proporciona la experiencia histórica del
pueblo dominicano.
Puede que desde la perspectiva del presente el planteamiento
antirracista que se desprende de la visión duartiana, nos
parezca lo más normal del mundo, después de las críticas
modernas a las nociones racialistas del darwinismo social
de los siglos XIX y XX, pero en aquella época era una idea
difícil de comprender y aceptar por los círculos dominantes e
intelectuales de la sociedad. Es precisamente en este tiempo, a
principios y mediados del siglo XIX, cuando estaban en boga
las visiones imperialistas que denuncia Edward Said en su
estudio fundamental sobre la cultura intelectual de Occidente.8
Estos últimos estaban acostumbrados a ver a los sectores
indígenas, negros y mulatos como seres inferiores en todos
los órdenes y nunca como iguales.
Librar a los esclavos en el mundo americano del cautiverio
al que habían sido sometidos por más de tres siglos era a lo
sumo un deber de justicia, ya que la libertad es el bien más
preciado del ser humano, pero no más. Incluso esto último
debió conquistarse poco a poco, con la participación directa
en las luchas por la independencia, y aun así siempre quedó
el estigma de su inferioridad alimentado muchas veces por
la ideología del progreso, esa creencia que se adueñó del
pensamiento de la mano del cientificismo del siglo XIX que
creyó en el progreso constante e indefinido por medio de la
ciencia y la técnica.
Volviendo a Duarte y su esbozo de constitución, como
nos cuenta su hermana Rosa, él llegó a rasgar enfurecido este
proyecto tras una discusión con sus colaboradores, al parecer
no totalmente convencidos de este principio:
“…casi todos eran muy jóvenes los que reunidos el
año 1838, el 16 de Julio, a las once de la mañana a los
sacrosantos nombres de: Dios, Patria y Libertad, República
Dominicana; se proclamaron en Nación Libre e independiente
de toda dominación, protectorado, intervención e influencia
extranjera, jurando, libertad la patria o morir en la demanda,
declarando además, que todo el que contrariare de cualquier
modo los principios fundamental de nuestra institución
política se coloca ipso facto y por sí mismo fuera de la Ley,
que la Ley no reconocería más nobleza que la de la virtud,
ni más vileza que la del vicio, ni más aristocracia que la del
talento, quedando para siempre abolida la aristocracia de
sangre como contraria a la unidad de la raza, que es uno de
los grandes principios fundamentales de nuestra asociación
política (combatido y desaprobado acaloradamente este gran
principio fundamental de nuestras institución, J[uan] P[ablo]
en un rapto de irritabilidad hizo pedazos la Constitución
que estaba escribiendo. Afortunadamente yo recogí lo
más esencial) digo lo más esencial por que para levantar
el acta de nuestra independencia nacional, creo que los
demás principios fundamentales aunque de sumo interés son
secundarios y en vista de los que se han salvado, su falta no
es tan lamentable”.
No creo que después de estas palabras de Rosa Duarte se
pueda dudar del propósito de Duarte de colocar su tesis de la
unidad de razas como principio constitucional. Creo que en
esto hay que ver el carácter revolucionario y romántico de su
pensamiento, por cuanto trataba de expresar las peculiaridades
propias de la conformación nacional dominicana y ponerlas en su Constitución Política. Pero también su carácter popular.
Para él, tal principio está a la base de la configuración de la
nación dominicana como la patria de todos sus habitantes,
constituidos en ciudadanos y ciudadanas jurídicamente iguales
y con posibilidades abiertas para el desempeño de profesiones
y artes. Su concepción novedosa del pueblo-nación fue uno de
los grandes aciertos de Duarte.Esta idea, sin embargo no era
compartida por los sectores que habían gozado de una posición
privilegiada en la época colonial. Estos últimos fueron los
sectores responsables de la disolución de los trinitarios y del
destierro perpetuo de Duarte y su familia. La concepción de
Duarte no caló entonces en la conciencia pública dominicana,
sino que tuvo que esperar otro momento.
Podría parecer ocioso insistir sobre el romanticismo
de Duarte. Como bien lo ha mostrado Emilio Rodríguez
Demorizi,10 el movimiento romático fue una expresión
política y no sólo literaria. Este es uno de los componentes
de la ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte junto al
liberalismo y el republicanismo como lo han mostrado, por su
parte, Juan Isidro Jimenes Grullón. No obstante, debemos
subrayar el carácter populista de su liberalismo.
Lo que hasta ahora hemos considerado en torno a la idea de
pueblo en el pensamiento de Duarte se ve reforzado también desde otro punto de vista. Este se refiere al auge que tenían en
España precisamente en los años de las décadas de los 20 y 0
del siglo XIX, las doctrinas liberales y populistas.
Quisiera ponderar brevemente algunos señalamientos que
por notorios no dejan de venir al caso:
El planteamiento de Duarte y los trinitarios acerca de
la independencia absoluta, sin disminuciones ni recortes de
ninguna especie. Pese a que quisieron ponerlo en ridículo sus
opositores, este planteamiento estaba llamado a prevalecer,
como prevaleció, porque estaba animado de un profundo
espíritu humanista y generoso, pero sobre todo de realismo
político.
Debemos decir: generoso y desprendido. En sus Apuntes
Rosa Duarte se refiere a Juan Pablo hablándoles a su madre
y a la familia para que no se preocupen porque luego de que
triunfe la causa de la independencia tendrá tiempo para volver a
los negocios, cuya capacidad para ello no había perdido, como
oficio que aprendió desde muy joven. Pero aquí, otra vez, lo
más importante es cómo los intereses patrióticos se anteponen,
incluso a la seguridad de la familia, que sin dudas pasó muchos
trabajos y descendió del nivel de vida holgado que le había
proporcionado su padre, ya muerto (marzo de 184 ). Además,
es un doble desprendimiento, ya que Duarte no pasó factura,
ni mucho menos hay que ver en las expresiones copiadas por
su hermana un intento futuro de hacerlo; ciertamente, lo pudo
hacer en los meses siguientes al triunfo de la causa,cuando fue recibido como jefe de la revolución independentista, con las
aclamaciones de “Padre de la Patria” y hasta de “Presidente
de la República” .
En el caso de Duarte, por desgracia, tenemos muy pocos
escritos suyos que nos transmitan esta toma de contacto
cotidiano con el pueblo, aunque sí sabemos que actuó como
agrimensor en la zona de Los Llanos y probablemente otros
lugares del Este y el Cibao. Pero, aun sin contar con ese dato,
podemos decir que nace de un sentimiento particular, en el
significado propio del romanticismo, que estuvo a la base
del amor creciente al sentido de libertad que el grueso de la
población comenzó a experimentar desde el siglo XIX.
También los ensayos citados sobre el principio de la
“unidad de las razas” de Duarte por Vetillo Alfau Durán y
por el profesor Franklin Franco, han abundado en el estudio
de las tendencias originales del pensamiento duartiano por
contraste con las ideologías dieciochescas del criollismo
borbónico y positivista del siglo XIX. Duarte ha sabido capturar
la originalidad de la situación dominicana de mezcla racial y
sentido de comunidad moral, no de una vez por todas, sino
como proceso de maduración de su idea de pueblo. En tal
sentido, este debió ser una de sus preocupaciones y, por tanto,
debió formar parte de sus meditaciones por largo tiempo. Tal
es lo que reflejan sus versos El Criollo, citados más arriba.
Una fuente a considerar, por ser crucial en el período de
formación en España, –con la cual se confirma lo que ya hemos
visto a través de los versos sobre la tesis de la “unidad de
razas” y las referencias al pueblo en el proyecto constitucional
de Duarte– es, la influencia de los populismos doctrinarios
suarezianos vigentes en España y América. El profesor Manuel
Giménez Fernández ha planteado ya hace bastante tiempo la
tesis de que:
“la base doctrinal general y común de la insurgencia
americana, salvo ciertos aditamentos de influencia localizada,
la suministró … la doctrina suareziana de la soberanía popular,
tendencia –perfectamente ortodoxa dentro de su inflexión
voluntarista– de la teoría aquiniana del Poder Civil, que
exige (al contrario de la heterodoxia pactista) una coyuntura
existencial, para que revierta al común del pueblo la soberanía
constitucionalmente entregada a sus órganos legítimos.”
No obstante, esta ortodoxia liberal y populista tiene un signo
muy distinto al pensamiento conservador ortodoxo que le ha
sido imputado a Duarte desde cierta perspectiva historiográfica.
Todavía a inicios del siglo XIX era patente, según Gimenes
Fernández: “la persistencia de la concepción populista frenteal absolutismo oficial”. Refiriéndose a la metrópoli española,
tras la reacción conservadora que siguió a Bayona (1808) que
entronizó de nuevo el absolutismo (1820), triunfó el liberalismo
anticlerical (1820) de las doctrinas populistas; se formaron dos
síntesis doctrinales: una fidelista y otra republicana, la última
triunfó políticamente. Ésta última es la que precisamente
reivindica Duarte con sus planteamientos.
Para finalizar, resumo a modo de conclusión:
Como hemos tratado de mostrar brevemente, los
movimientos y tendencias del pensamiento europeo y americano
que han influido en la formación del pensamiento duartiano,
como el liberalismo-revolucionario, el romanticismo (ambos
estudiados previamente por diversos autores) y el populismoliberal de origen suareciano en auge a principios del siglo
XIX en España (menos estudiado), tienen carácter moderno.
Responden a movimientos intelectuales que fueron coetáneos
a Duarte, los cuales asimiló como parte de la sensibilidad
de su época, expresándose sobre temas y en formas que le
eran contemporáneas. Pero también con esas aportanciones
creó elaboraciones propias como fue su concepto del pueblo
dominicano que no le abandona en ningún momento. Su
concepción, por tanto, no sólo fue nacionalista y liberal, sino
popular y revolucionaria.
Contrario a la visión de quienes ven en Duarte un conservador
de la hispanidad de rasgos coloniales, como en la tesis de Peña
Batlle sobre el sentido de “introspección social” de nuestra
independencia de 1844, el Padre de la Patria se muestra cada
vez en clara y decisiva ruptura con cualquier noción colonial .
del pueblo dominicano, forzosamente basada en la separación
de razas y subordinación al patriciado blanco. Opuso a esa
vieja noción una visión nueva de unidad y cooperación que
conceptuó en el marco del populismo liberal y romántico de su
época. Tal concepto se mostró revolucionario, particularmente
en su idea del pueblo –nación fundada en el principio de “la
unidad de razas”, que para Duarte debió convertirse en un
principio constitucional de la República Dominicana.
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