miércoles, 15 de mayo de 2013

LA FILOSOFÍA DEL ESCLAVISTA








Desde la antigüedad, la historia del pensamiento político y social había aceptado de forma natural la esclavitud como uno de los aspectos del sistema social. Hay textos proesclavistas de Aristóteles y John Locke, entre otros. No obstante, también debió haber contemporáneos de Aristóteles de opiniones opuestas, ya que él mismo las recoge:
Se sostiene por una parte, que hay una ciencia, propia del señor, la cual se confunde con la del padre de familia, con la del magistrado y con la del rey (...) Otros, por lo contrario, pretenden que el poder del señor es contra naturaleza; que la ley es la que hace a los hombres libres y esclavos, no reconociendo la naturaleza ninguna diferencia entre ellos; y que por último la esclavitud es inicua, puesto que es obra de la violencia.
(...)
La utilidad de los animales domesticados y la de los esclavos son poco más o menos del mismo género. Unos y otros nos ayudan con el auxilio de sus fuerzas corporales a satisfacer las necesidades de nuestra existencia. La naturaleza misma lo quiere así, puesto que hace los cuerpos de los hombres libres diferentes de los de los esclavos, dando a éstos el vigor necesario para las obras penosas de la sociedad, y haciendo, por lo contrario, a los primeros incapaces de doblar su erguido cuerpo para dedicarse a trabajos duros, y destinándolos solamente a las funciones de la vida civil, repartida para ellos entre las ocupaciones de la guerra y las de la paz (...) Es evidente que los unos son naturalmente libres y los otros naturalmente esclavos; y que para estos últimos es la esclavitud tan útil como justa.
Por lo demás, difícilmente podría negarse que la opinión contraria encierra alguna verdad. La idea de esclavitud puede entenderse de dos maneras. Puede uno ser reducido a esclavitud y permanecer en ella por la ley, siendo esta ley una convención en virtud de la que el vencido en la guerra se reconoce como propiedad del vencedor; derecho que muchos legistas consideran ilegal, y como tal le estiman muchas veces los oradores políticos, porque es horrible, según ellos, que el más fuerte, sólo porque puede emplear la violencia, haga de su víctima un súbdito y un esclavo.
Estas dos opiniones opuestas son sostenidas igualmente por hombres sabios.
Aristóteles, Política, libro I, capítulo I



 A la verdad que es preferible ser esclavo de un hombre que de una pasión, pues vemos lo tiránicamente que ejerce su dominio sobre el corazón de los mortales la pasión de dominar, por ejemplo. Mas en ese orden de paz que somete unos hombres a otros, la humildad es tan ventajosa al esclavo como nociva la soberbia al dominador. Sin embargo, por naturaleza, tal como Dios creó al principio al hombre, nadie es esclavo del hombre ni del pecado. Empero, la esclavitud penal está regida y ordenada por aquella ley que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo. Si no se obrara nada contra esta ley, no habría que castigar nada con esa esclavitud. Por eso, el Apóstol aconseja a los siervos el estar sometidos a sus amos y servirles de corazón y de buen grado. De modo que, si sus dueños no les dan libertad, tornen ellos, en cierta manera, libre su servidumbre, no sirviendo con temor falso, sino con amor fiel hasta que pase la iniquidad y se aniquilen el principado y la potestad humana y sea Dios todo en todas las cosas.
Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, cap. XV




La patrística y el pensamiento cristiano medieval veían la esclavitud como una consecuencia del pecado, y consideraban justo que alguien fuera reducido a la esclavitud como alternativa a una muerte merecida, como la de un reo de pena de muerte. También justificaban la esclavitud de paganos hechos prisioneros en una guerra justa.
La principal argumentación de Tomás de Aquino sobre la esclavitud se deriva de su consideración de los textos de Aristóteles e Isidoro de Sevilla, y la construye partir de la siguiente "objección": La servidumbre entre los hombres es natural, ya que algunos son siervos por naturaleza, como muestra Aristóteles en el primer libro de la Política. Además, las relaciones de servidumbre pertenecen al derecho de gentes, como dice Isidoro. En consecuencia, el derecho de gentes es un derecho natural. A partir de ahí, concluye:
Dicendum quod hunc hominem esse servum, absolute considerando, magis quam alium, non habet rationem naturalem, sed solum secundam aliquam utilitatem consequentem, in quantum utile est huic quod regatur a sapientiori, et illi quod ab hoc iuvetur, ut dicitur in 1.° Politicorum. Et ideo servitus pertinens ad ius gentium est naturalis secundo modo, sed non primo modo.
Que este determinado hombre es siervo [servum, también traducible por "esclavo"] antes que aquel otro, considerado desde un punto de vista absoluto, no puede decirse que sea natural, sino en virtud de la utilidad que de ello se sigue, es decir, en cuanto es útil a este hombre el ser gobernado por uno más sabio, y a aquél le es útil que sea ayudado por éste, como se dice en el primer libro de la Política. Por tanto, la servidumbre [servitus, también traducible por "esclavitud"], que pertenece al derecho de gentes, es natural en virtud del segundo modo, en ningún caso en virtud del primero.
Tomás de Aquino, Summa Theologiae II II 57, 3 ad 2.70
Los neotomistas españoles de los siglos XVI y XVII, muchos de ellos jesuitas, continuaban con argumentos similares, que justificaban el tráfico y posesión de esclavos (Antonio DianaTomás Sánchez de ÁvilaLuis de MolinaFernando RobelloDiego Avendaño). La opinión de Luis de Molina era más matizada, puesto que consideraba que la mayor parte de los reducidos a esclavitud lo habían sido injustamente, aun admitiendo los argumentos tradicionales favorables a la esclavitud; no obstante, tranquiliza la conciencia de los propietarios mientras no tengan pruebas de que sus esclavos fueron injustamente esclavizados.71
En la Inglaterra de finales del XVII, Locke, un racionalista liberal, reproduce la justificación tradicional de la esclavitud como alternativa a la muerte que está en la mano dar por un conquistador:
Sin duda, si por su falta hubiere perdido el derecho a la propia vida mediante algún acto merecedor de muerte, el beneficiario de tal pérdida podrá, cuando le tuviere en su poder, dilatar la ejecución de muerte, y usarle para su propio servicio; mas no le causa con ello daño. Porque siempre que el tal sintiere que las asperezas de su esclavitud sobrepasan el valor de su vida, en su poder está, con resistencia a la voluntad de su dueño, ocasionarse la muerte que desea.
Esta es la condición perfecta de la esclavitud, la cual no en otra cosa consiste que en un estado de guerra continuado entre un conquistador legal y un cautivo, pues apenas establecieran entre sí un convenio, y llegaran a un acuerdo de poder limitado, por una parte, y obediencia por la otra, el estado de guerra y esclavitud cesaría por toda la duración del pacto; porque, como ya fue dicho, nadie puede por convenio traspasar a otro, lo que él mismo no tiene de suyo: el poder sobre su propia vida.
John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, cap. IV De la esclavitud, párrafos 22 y 23

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