miércoles, 17 de abril de 2013

LA CULTURA AUTORITARIA HECHA EN RD



Como es bien sabido, Báez y Santana no fueron los únicos dictadores dominicanos en el siglo XIX y, en la práctica política, sus gobiernos no presentan muchas diferencias con otros dictadores latinoamericanos en aquella centuria. Su singularidad, si es que la tienen, reside en que fueron los agentes de una transición poco estudiada entre el régimen político colonial y las dictaduras republicanas .

En el caso dominicano, esta fue una transición que se expresó formalmente través de la organización del Estado por la vía constitucional, pero que en realidad representa la continuidad de una tradición y de una cultura política autoritaria de varios siglos que se ha perpetuado no sólo en la práctica del gobernar, sino en el folklore, en la literatura y hasta en las artes.


En cuanto a Santo Domingo, en nuestros análisis y narraciones políticas, los historiadores pocas veces recordamos que colonia española de Santo Domingo (así como otras colonias latinoamericanas) fue normalmente gobernada por un personaje que concentraba en sus manos todos los poderes del Estado. Algo parecido ocurrió en las demás colonias hispanoamericanas en donde el gobernador, el capitán general o el virrey, según el caso, ejercían el poder político y militar de manera casi absoluta.
El Gobernador de Santo Domingo no sólo ejercía el poder político, sino que era, al mismo tiempo, Presidente la Real Audiencia y, por lo tanto, controlaba el poder judicial, concomitantemente con su posición de Capitán General de la isla que lo convertía en jefe militar supremo de la colonia.
El Capitán General de Santo Domingo ejercía también un poder incuestionable sobre la Iglesia Católica en virtud del Derecho de Patronato. La monarquía española hacía uso absoluto de este derecho y lo transmitía a los virreyes y capitanes generales en toda América hispana.
Así tenemos que los cuatro poderes principales: el político, el judicial, el militar y el eclesiástico estuvieron concentrados en una sola persona durante los primeros 330 de los 515 años de historia del pueblo dominicano.
Al concluir el gobierno colonial español en 1821, la sociedad dominicana pasó a ser gobernada por un dictador vitalicio, el Presidente de Haití Jean Pierre Boyer, que manejó el país en forma absoluta durante 21 de los 22 años de la llamada Dominación Haitiana (1822-1844). Al llegar a ese año, la experiencia política del pueblo dominicano sumaba ya 351 años de gobierno unipersonal, autoritario y centralista.
Por eso no debe sorprender que una vez alcanzada la independencia en febrero de 1844, a la hora de decidir quién debía gobernar la nueva república, los principales actores de aquellos momentos escogieran al más autoritario de los personajes: Pedro Santana.
Como ejemplo de su autoritarismo conocemos, entre otros, su negativa a aceptar la vigencia de la primera Constitución republicana por considerarla demasiado liberal. Hemos visto que para aceptar la presidencia al nacer la República, Santana exigió que al texto constitucional se le añadiera un artículo final, el No. 210, que establecía que mientras durara la guerra de independencia, él debía gobernar sin que se le pudiera responsabilizar política o moralmente por ninguno de sus actos como primer ejecutivo de la naciente nación.
Sumados los años de gobierno dictatorial de Santana a los dictadores que le siguieron (Buenaventura Báez, Gaspar Polanco, Ignacio María González, Cesáreo Guillermo, Ulises Heureaux y otros gobernantes similares), los dominicanos arribaron al siglo XX con una tradición de 380 años de gobiernos dictatoriales, y apenas seis años de gobiernos liberales, aunque no necesariamente democráticos.
Entrado el siglo XX, súmense a éstos los seis años de gobierno fuerte de Ramón Cáceres (1905-1911), los casi dos años de Eladio Victoria y Ramón Bordas Valdez (1912-1914), los ocho años de la primera ocupación militar norteamericana (1916-1924), los treinta y un años de la Era de Trujillo (1930-1961), los diecinueve meses del Triunvirato (1963-1965), y los primeros doce años de Balaguer (1966-1978), y la cifra sube a 440 años, sin contar los más de diez años acumulados de aquellos cortos períodos de guerra y anarquía en los que gobernaban caudillos locales y jefezuelos tan tiránicos como los grandes dictadores.
En otros escritos hemos señalado que con casi 450 años viviendo bajo dictaduras y tiranías, un pueblo que sólo tiene 515 años de edad podría compararse a una persona de 51 años que hubiera pasado 45 años de su existencia bajo la férula de los llamados hombres fuertes.
Ésa, más que cualquier otra, parece ser la causa de que la cultura política dominicana todavía esté imbuida de autoritarismo, y que muchos dominicanos, a pesar de haber probado los frutos de la democracia, todavía admiren a los dictadores o que todavía haya personas que propongan el establecimiento de gobiernos de mano dura en el país.
Cualquiera podría decir que por ser tan familiar la figura del dictador, un gran segmento de la población dominicana se resiste a olvidarla o a dejarla partir. En el lenguaje cotidiano dominicano existen muchas expresiones que reflejan nostalgias de aquellos tiempos idos en los que la vida del pueblo dependía de la voluntad o el capricho un solo hombre o de aquellos que gobernaban en su nombre.
La producción literaria e historiográfica reciente, así como la cinematográfica, reflejan esas nostalgias, pero para ser justos hay que decir que también reflejan una profunda necesidad social de los dominicanos de entenderse a sí mismos. Casi dos tercios de la población dominicana nació después de terminada la Era de Trujillo, en 1961. Más de la mitad nació después de 1982, esto es, luego de los doce años de Balaguer.
Los dominicanos de hoy (y pienso que muchos latinoamericanos) quieren saber cómo fue su pasado, qué significaba vivir bajo la férula de los dictadores, quiénes eran estos hombres y cómo vivían o actuaban.
Esta es una legítima inquisición en un pueblo que comenzó a conformar su cultura política en un Estado colonial que exaltaba los poderes del padre colectivo (el virrey, el presidente de la Audiencia, el gobernador o el capitán general) esperando los castigos y los premios según la voluntad o el capricho de "Yo, el Supremo".
Vistas las cosas desde esta óptica, podríamos concluir diciendo que los grandes dictadores latinoamericanos y dominicanos (por lo menos en el siglo XIX) representan más continuidades con la cultura política autoritaria colonial, que nuevas formas de liderazgo republicano, a pesar de las fachadas constitucionales con que se organizaron los nuevos Estados nacionales.
Los cuatro poderes principales: el político, el judicial, el militar y el eclesiástico estuvieron concentrados en una sola persona durante los primeros 330 de los 515 años de historia del pueblo dominicano.

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